domingo, 4 de julio de 2021

La verdadera ópera trágica de Maria Callas / «Su madre intentó prostituirla durante la ocupación nazi»


Maria Callas en Venecia en 1950. FOTO: GETTY

La verdadera ópera trágica de Maria Callas: «Su madre intentó prostituirla durante la ocupación nazi»

Hablamos con Lyndsy Spence, autora de 'Cast a diva', un nuevo libro sobre la cantante que saca a la luz material biográfico de primera mano y ofrece revelaciones sobre su vida.

“Estás muerta para mí. Espero que tengas cáncer de garganta”. La frase se la encontró, manuscrita en un griego anticuado, la biógrafa Lyndsy Spence en una de las cartas que Evangelia Dimitriadou le escribió a su hija, Maria Callas. La cantante es una de esas figuras sobre las que parece imposible decir nada nuevo. Hace poco más de tres años se estrenó el documental Maria by Callas y existen decenas de biografías y libros en torno a ella, incluida una que escribió otra griega poderosa, Arianna Huffington. Sin embargo, en junio se publicará un nuevo libro, Cast a diva, escrito por Spence y publicado por The History Press, que sí aporta revelaciones sobre la vida de la cantante. La autora tuvo acceso a decenas de cartas que Callas escribió a su padrino, con su mejor amigo, Leo Lerman, y con muchos de sus colegas de esa época.

El libro no entierra ninguno de los clichés que suelen circular sobre Callas (la tragedia griega, la vida que supera el drama de cualquier ópera, el éxito que no trae la felicidad, etcétera) pero sí sirve para resituar a la diva con cierta óptica feminista, viéndola como una mujer más, una víctima de su época. “Cuando ella vivía en Italia y estaba casada con Giovanni Menenghini [su mánager, con el que se casó en 1949, cuando ella tenía 26 años y él 53] en el escenario era una diva, pero en casa era la señora Menenghini. No tenía ningún derecho, ella era propiedad de su marido, como cualquier otra mujer. Estando casada con él, se quedó embarazada de Aristóteles Onassis y trató desesperadamente de conseguir un divorcio americano antes de que naciera el niño, porque de lo contrario hubiera pertenecido a Menenghini según la ley italiana. Desgraciadamente, perdió el bebé y ese era otro de mis objetivos. Desmentir del todo el rumor de que existió un hijo secreto de Callas y Onassis”, explica por teléfono Spence, que vive en Irlanda del Norte y es también autora de un libro dedicado a la vida escandalosa de la duquesa de Argyll, además de fundadora de un grupo de estudio dedicado al legado de las hermanas Mitford.

La biógrafa consiguió acceso a estos materiales de primera mano por una combinación de suerte y profesionalidad. “No quiero sonar desdeñosa, pero muchos biógrafos se basan en libros ya publicados o en recortes de periódico”, dice. Durante el confinamiento, logró que el archivo de la Universidad de Stanford le escanease y le enviase un archivo que contenía muchos documentos inéditos del historial médico de Callas y las cartas que se escribía con su padrino, Leonidas Lantzounis. Logró también hacerse con otro conjunto de correspondencia que está en la Universidad de Columbia y con las cartas que se cruzaba con su madre, que tenía otro biógrafo italiano de Callas, Renzo Allegri. Además, encontró documentos cotidianos muy reveladores como los menús que escribía y las instrucciones que daba a su criada para que, por ejemplo, le hornease pan los viernes. Ese pan, escribía Callas, era para olerlo, no para comérselo, puesto que se había impuesto una dieta hiperestricta para no volver jamás a ser obesa como lo había sido en su adolescencia.

La cantante, asegura Spence, era muy franca en su correspondencia. “En ese sentido, ella era muy moderna”, dice. Por lo que el material sirve para arrojar luz sobre algunos asuntos que planean sobre la leyenda Callas, como el hecho de que su madre intentara prostituirla con soldados nazis durante la ocupación alemana de Grecia en la Segunda Guerra Mundial. “Callas siempre sostuvo que con ella no lo logró, pero parece claro que sí lo hizo con Jackie, la hermana de Maria. En los años cuarenta, cuando las tres estaban ya instaladas en Nueva York, ella necesita dinero para pagar las clases de canto de Maria y ofrece a la hija mayor, que ya tenía 19 años, para que haga favores sexuales al casero”.

La madre y la hermana de Maria Callas. FOTO: GETTY

Una de las revelaciones que más ha llamado la atención del libro es la idea de que Onassis en algunas ocasiones pudo drogarla para violarla, como se publicó hace unos días en The Guardian. Spence matiza que sus declaraciones están algo “sacadas de contexto” en ese artículo. “A Onassis le gustaba tomar medicación para colocarse y otras cosas. Eran parte de su estilo de vida. Tomaba Mandrax, un sedante hipnótico compuesto por metacualona [como los famosos quaaludes, la droga festiva de los años setenta] que relaja el sistema nervioso. Maria Callas se aficionó, las tomaba voluntariamente, pero está claro que él las usaba para hacer con ella cosas que ahora clasificaríamos como violación con droga. La terminología ha cambiado”.

Años más tarde, cuando se agravaron los síntomas de la enfermedad neuromuscular que la cantante padeció desde los años cincuenta, volvió al Mandrax, pero para entonces ya era ilegal en Francia, donde vivía, y dependía de que su hermana Jackie se lo enviase por correo desde Atenas. “Creo que a la hermana le gustaba verla así, necesitada. Incluso cuando estaba ya en el lecho de muerte, Jackie decía: “mira Maria, ella que siempre lo tuvo todo”. Tenía verdadero resquemor”. Esa fue solo una de las muchas traiciones que Callas sufrió en vida, junto a la de su madre, que en las cartas que aparecen en el libro no para de extorsionar a su hija, amenazándola con contar historias suyas a la prensa si no le da más dinero. “¿Sabes esos artistas de cine de origen humilde que se hacen ricos? en su primer mes, se gastan todo el dinero en comprar una casa a sus padres y mimarlos con lujos. ¿Qué tienes que decir de eso, Maria?”, le escribe.

A Callas también le fallaron su marido, —que nunca consintió que ella se quedase embarazada, su gran deseo, por no perder un año de contratos, y que más tarde malgastó todo lo que ella ganó—, y por supuesto, Onassis. En el libro, Spence traza una línea del tiempo bastante clara de cómo funcionó el triángulo Onassis-Kennedy-Callas. “Jackie y Onassis se veían desde mucho antes de casarse en 1968. Cinco meses después del asesinato de John Kennedy, en 1963, el griego ya le pagaba un apartamento a Jackie en Nueva York”, explica. El compromiso de boda entre el multimillonario y la Viuda de América sucedió apenas unos días después de que Callas y Onassis tuvieran una gran pelea en Londres. Él había estado jugando con ella y contando a la prensa francesa que se iba a casar con Callas. Tras la discusión, él se fue a Estados Unidos y escribió con sus abogados el alambicado contrato de boda que le uniría a Jackie y ella se refugió en París, donde se enteró del compromiso a través de un mayordomo de Onassis. “Al contrario que en otras rupturas que habían tenido, esa vez ella no se escondió. Se maquilló, se puso un abrigo de visón y se fue a un estreno de cine”, explica la biógrafa, quien asegura que se ha guardado algunos detalles relacionados con Onassis “que hubieran atraído demasiada atención de los tabloides”.

Maria Callas (1923 – 1977) con su marido Giovanni Battista Meneghini en Portofino en 1959. FOTO: GETTY

La relación que ella misma ha establecido con Callas tras dos años viviendo en sus cartas es de total intimidad. “Hay veces que leía y pensaba: Maria, pero ¡¿cómo haces esto?!. Me siento protectora con ella pero también tenía que ser objetiva e íntegra con ella y con todos los personajes. No es todo blanco o negro”. Su tono se vuelve más grave cuando describe la muerte de Callas. “Me da mucha rabia cuando se dice que murió porque tenía el corazón roto”. En 1977 una Callas muy frágil vivía en su apartamento de París, totalmente dependiente de su hermana y de su acompañante, Vasso Devetzi, que le administraban las drogas. “Ella había tenido tanto instinto de supervivencia. Pero en ese momento su vida estaba muy vacía. Sus amigos se estaban muriendo, ella solo intentaba llegar al final de cada día. No creo que quisiera morir, pero sí quería liberarse”.

EL PAÍS



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