Héctor Abad |
Los vainazos
de Héctor Abad Faciolince a William Ospina
“Si alguien pertenece a un comité de aplausos es WO, que no se cansa de (…) recibir vergonzosos premios simbólicos y pecuniarios” le dice el escritor antioqueño a su colega tolimense
Enero 07, 2014
En un artículo bilioso, mal intencionado y sin asomo alguno de humor (los profetas bíblicos de la desgracia, al anunciar el Apocalipsis, no pueden permitirse jamás una sonrisa), William Ospina me acusa de aplaudir como un histérico “lo bueno y lo malo, lo útil y lo atroz, lo benéfico y lo dañino, porque no utilizan criterios sino emociones, y quieren adular su propia satisfacción.” Y agrega: “Cada quien es dueño de decidir si quiere ser protagonista de cambios históricos o apenas miembro del comité de aplausos de los poderes de este mundo.” Lo curioso es que estas afirmaciones ofensivas y sin reflexión son la respuesta a un artículo en el que yo admitía que este mundo es espantoso (y lo atroz no se aplaude), con la única salvedad de que es menos espantoso que el mundo de ayer invocado por sus críticos (el de los buenos salvajes que viven en perfecta armonía entre ellos, con la naturaleza y con el mundo).
Si alguien pertenece a un comité de aplausos es WO, que no se cansa de aplaudir al régimen chavista y de defender al castrista, y de recibir vergonzosos premios simbólicos y pecuniarios por hacerlo, como si ese tipo de regímenes -por el solo hecho de declararse revolucionarios- no fueran representantes del poder, y de poderes militares altamente represivos y alérgicos a las libertades más elementales, como son las de movimiento, pensamiento y expresión. Como estos son los “cambios históricos” que WO aplaude y propicia, es decir saltos hacia atrás, al terror de los regímenes totalitarios de la vieja Unión Soviética de la cual Cuba es uno de los últimos bastiones y vestigios, prefiero el papel de no aplaudir revueltas perniciosas como la que va hundiendo a Venezuela en el atraso, la escasez y la pauperización. Por supuesto que yo no quisiera ser protagonista de estos cambios dañinos, que arrojan por la ventana, como suele decirse, al agua sucia junto con el niño.
Nunca he predicado el conformismo ni bendecido el gran negocio, como me acusa WO. Lo mío no era una invitación al conformismo sino un alegato contra el desánimo; si uno no reconoce que la humanidad puede progresar, tampoco se anima a actuar, porque si no hay posibilidad de progreso entonces lo más indicado sería la ataraxia inactiva. Si uno señala que la violencia ha bajado sustancialmente en el mundo en los últimos 50 años, no significa que uno celebre la violencia que existe. Tampoco he afirmado yo en ningún lado que la historia sea “un ineluctable avance hacia mejor” o “un relato de mejoramiento y progreso”. Al contrario, muchas veces la historia es solo un camino hacia la destrucción y el atraso, como demuestran casos tan emblemáticos como los de Atenas, Roma y Constantinopla. La misma Europa de la primera mitad del siglo XX, despedazada entre fanáticos fascistas y fanáticos comunistas (Mussolini, Franco y Hitler como una reacción nefasta al terror de la URSS), sufrió durante décadas un retroceso del que solo vino a reponerse treinta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, afortunadamente ganada también por las potencias liberales de occidente y no únicamente por el criminal Joseph Stalin.
Me he ocupado con paciencia y cuidado de la obra literaria de WO. Él mismo me invitó hace pocos años a que presentara en Bogotá su Antología Poética, en un momento en que quizá no me consideraba un publicista del capital y de la industria, o a lo mejor creía que mis palabras podían hacerle publicidad a sus libros. Lo presenté con admiración y cariño (puede leerse aquí). Con la misma admiración con que he citado sus poemas para defender algunas tesis, y con el mismo respeto intelectual con que he criticado posturas suyas que me parecen francamente oscurantistas y contrarias al espíritu de la Ilustración (leer aquí). Por eso es más curioso aún que WO aduzca a Voltaire, el gran filósofo de las luces, para defender sus tesis. El Cándido comienza desmintiendo a aquellos que, como WO, piensan que la naturaleza es una especie de perfecta creación divina, y para demostrarlo relata lo ocurrido en el terremoto de Lisboa, una desgracia que no se puede atribuir a los terribles gobernantes de la tierra y sí más bien -si lo hubiera- al creador del orbe. Voltaire, al demostrarle al teólogo Leibniz que este no es el mejor de los mundos posibles, también nos dice que todos tenemos el deber de tratar de mejorarlo, y no con discursos grandilocuentes infestados de adjetivos, ni con advertencias apocalípticas de profeta bíblico o chamán amazónico, ni con peroratas retóricas repletas de indignación moral, sino cultivando con sencillez nuestro jardín.
Protegiendo los logros de la humanidad sin ponerlos en riesgo por la promesa de un dudoso paraíso futuro, anunciado por quienes -esos sí- creen que la historia está dominada, no por las personas, sino por unas leyes ineluctables que conducen a la dictadura de las clases trabajadoras, que tarde o temprano llegarán para arrasar con la asquerosa sociedad burguesa.
Quisiera terminar con la anécdota que contó un amigo al leer mi columna y la respuesta de WO: “Pienso que la columna de HAF no va dirigida contra los intelectuales críticos sino contra los criticones, abundantes en nuestro país. Lo cual me recuerda una anécdota. Un grupo de turistas precedido por la infaltable guía recorría la bellísima ciudad de Florencia. Uno de aquellos, en forma reiterada, censuraba el estado de calles y aceras, tal vez basuras o falta de mantenimiento. En un momento dado, la guía no aguantó más al constante quejoso y entonces le dijo: ‘¡Oiga, señor, usted por qué no levanta la vista de vez en cuando!’.”
Tomado de http://www.hectorabad.com/respuesta-a-william-ospina/
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