sábado, 18 de abril de 2020

Rubem Fonseca / Sangre, heces y saliva






Rubem Fonseca Sangre, heces y saliva


“En el octavo piso. La muerte se consumó en una descarga de gozo y alivio, expeliendo residuos excrementicios y glandulares —esperma, saliva, orina, heces—. Asqueado se apartó del cuerpo sin vida sobre la cama, al sentir su propio cuerpo contaminado por las inmundicias expulsadas de la carne agónica del otro”.
17 de agosto de 2010
Bruno / Balbuceos

 Así comienza el segundo apartado de la parte I de la novela que, algunos críticos, consideran una de las mejores novelas históricas contemporáneas de Brasil. Escrita en clave de Novela Negra, narra las investigaciones del detective Mattos para descubrir al asesino de un empresario vinculado a negocios ilícitos con altos mandos del gobierno de Getúlio Vargas. Un Brasil convulsionado por la violencia, la agitación social y el clima incierto que precedió al suicidio del presidente en ejercicio Getúlio Vargas, son el telón de fondo para una historia donde se entrelazan historias de amor, ambición, traición; huelgas, policías corruptos, prostitución y corrupción estatal. Su autor, Rubem Fonseca, escritor brasilero, ha escrito también varias novelas y cuentos donde la violencia y la degradación social bullen bajo la superficie de historias directas, hechas con un prosa simple muy cercana a los grandes narradores de lo que se llamó el Realismo Sucio gringo. 
No voy a dar una biografía porque para eso está wikipedia. La novela es Agosto, hace parte de una colección llamada La otra orilla, publicada en Grupo Editorial Norma, colección en donde también se han publicado otros títulos del mismo autor. (Actualización: A Abril de 2015, los libros de norma son difíciles de conseguir. La editorial cerró su línea dedicada a publicar literatura.) 
Destacan entre sus obras la novela El Gran Arte, protagonizada por su personaje insignia: Mandrake, un abogado cínico, erudito y sibarita, encargado de resolver el caso de la pérdida de un video que ha tenido como consecuencia el asesinato de varias mujeres que aparecen con una P marcada a cuchillo en sus mejillas. En ella aparecen personajes como Zakkai, un enano, jefe de un banda criminal, que habla citando a filósofos y escritores de modo arbitrario, adjudicándoles frases que seguramente no dijeron. Hermes, un experto en cuchillos y en el arte de guerra conocido como Pecor (perforar y cortar). Así como Camilo, un boliviano grande y fuerte, matón al servicio de las mafias, quien termina encontrando su redención en una prostituta retirada.
El gran arte es, según la crítica, su obra maestra. Una adjudicación difícil junto a novelas como El caso Morel, su primera novela, la cual fue censurada en Brasil y retirada de las librerías por el senado y el clero por inmoral en los años 70. Censura que le costó a Fonseca una disputa legal hasta lograr liberarla. Publicada en español por Bruguera en 1978 es, a la fecha, prácticamente imposible de conseguir. (Si alguien la tiene, me avisa.)
Aunque Fonseca escriba casi todos sus textos bajo la marca del género negro o thriller, aunados generalmente al Pulp Fiction y catalogados como mero entretenimiento, todas sus historias sufren una perversión estética que las aleja de la simpleza del Pulp (que tan bien escribía Chandler) y las transforma en vehículos para descender a los abismos del envilecimiento humano, la moral pacata y el vacío de angustia existencial provocado por vivir en una sociedad como la nuestra.
Cuando se vive en latinoamerica toda la realidad social parece ir de la mano de la violencia. Violencia en todas las esferas: lo político, la corrupción, los asesinatos, la pobreza, la segregación, la intolerancia, el desplazamiento. Toda institución ha olvidado su fin y se sitúa en el lado oscuro, donde prima el egoísmo y el medio inicuo para la consecución de fines muchas veces disfrazados de altruistas.
Los que han tenido la oportunidad de hojear cualquier historia del brasilero, saben que desde las primeras frases se entrevé la miseria de lo social. Miseria, no entendida desde la carencia de ser pobre y ambular con los bolsillos vacíos, sino desde la desgracia, el infortunio, la avaricia y la mezquindad, todos ellos germen de la Violencia con mayúscula.
En la literatura de Fonseca la realidad se compone de lo mismo. Los crímenes, la crueldades e ironías vistas desde lo cotidiano, son parte indispensable de sus historias. Así, la corrupción, la arbitrariedad, el asesinato sin motivo, se hacen formas subjetivas de lidiar con la otra violencia, la del abandono social y humano, como forma de aligerar cargas bajo una forma de catarsis íntima.
Doble tapa. Los personajes cínicos, trapecistas de la ley, políticos corruptos, narcotraficantes, asesinos a sueldo o intermediarios del poder, son en apariencia seres sanos, cotidianos, de los que nos cruzaríamos en cualquier andén, lo que genera en el lector una simpatía hacia ellos. El mundo de las decisiones importantes, colinda con el de las prostitutas y delincuentes ocasionales. La doble forma que adquieren las sociedades modernas: la de la violencia y la indiferencia moral. La materia de la que está hecha nuestra negación.
Cada pueblo, sin importar el país, sabe que los engranajes han venido mezclándose hasta hacer de la maquinaría que mueve a la sociedad algo defectuoso y polarizado. Lo político con lo militar y con lo religioso. Los capos y la droga; los paras y los ministros; los guerrilleros y su falsa idea de igualdad, todos comiendo de la misma poteca mientras al otro lado de la cerca y del barro, se muere de hambre o desesperanza.
Y si los engranajes están minados, roídos, no hay víctima ni verdugo.
La narración Fonsequiana, como ya se mencionó, va en forma de novela negra o thriller, tan de moda en estos tiempos, no sólo en literatura sino también en televisión. Un asesinato (caos) es investigado por un policía detective (ley) quien buscar restablecer la norma (orden). Hasta aquí, cualquier parecido con Holmes no es coincidencia. Sin embargo, si la cosa se limitara a un esquema simple, acabado desde mediados del siglo pasado, Fonseca quizá pasaría desapercibido. El giro, el golpe al mentón, como lo llamaba Cortázar, está en la imposibilidad del restablecimiento. Por más que el asesino aparezca, nada retorna al lugar de lo ideal, porque el orden está igual o más corrompido que el agente del caos inicial. El culpable, solo es una diminuta pieza que conforma la maquinaria inmensa de Lo Violento, imposible de destruir.
Sí, ya sé, tampoco es algo novedoso ni sin precedentes en la literatura, pero ¿quién está hablando de novedad? Hegel decía que la novedad, el arte, solo aparece en la reiteración de lo viejo, ejercicio por la cual es posible alcanzar la universalidad. Los detractores de Fonseca podrían asegurar que esa imposibilidad del restablecimiento del orden existe desde, sin ir muy lejos, la literatura de posguerra. Ya en los griegos, con la tragedia, se planteaba al dios como el gran negador o el gran dador: un algo más grande que el sí mismo que dictaba el actuar humano. Aunque mutado o trastocado, la presencia de un héroe es indiscutible en la mayor parte de autores de esos tiempos hasta hoy. La presencia de dos fuerzas que entran en pugna: la del héroe y el antagonista, constituían el relato de la historia. Solo por la presencia de esa pugna, donde los roles estaban definidos en total oposición, nacía la tragedia. Sin embargo en Fonseca, el villano o el antagonista cambia la máscara con el héroe. Las figuras se entremezclan de tal modo que al final la sensación resultante es la evidente imposibilidad de la dialéctica héroe-antagonista, lo único que queda es una angustiosa ambigüedad y una discapacidad moral generalizada.Caricatura
Todos los personajes en Fonseca ingresan a la historia conformes con que la muerte violenta es parte indiscutible del fin de sus vidas, violentas en sí mismas también. La presencia reiterada, en no solo sus novelas, sino también en sus geniales cuentos, del sexo y la violencia sin razón, así como de los fluidos que se relacionan con ellas: la sangre, el semen, la saliva, las heces, parecen cumplir una función en cuanto dotan de valor a eso otro, eso que no ha tenido lugar en la literatura de lo ontológicamente “bello”, que esconde lo hediondo en historias donde nadie caga, escupe o eyacula sobre nadie. Y cuando lo hacen, como en el caso de Welsh o de Sade, se tornan para el irlandés tan simple como irrelevante y para Sade tan poético como ridículo; pero en Fonseca no son parte del decorado de la historia, no son elementos que se pongan para dotar la historia de un aire de podredumbre bukowskiana, sino que en algunos relatos son piezas claves para entender el juego del destino y cómo participan de él los personajes.
“¿Por qué Dios, el creador de todo lo que existe en el Universo, al dar existencia al ser humano, al sacarlo de la Nada, lo destinó a defecar? ¿Habría revelado Dios, al atribuirnos esa irrevocable función de transformar en heces todo lo que comemos, su incapacidad para crear un ser perfecto? ¿O sería esa su voluntad, hacernos así toscos? ¿Ergo, la mierda?”
Fonseca es bello por los golpes al mentón y las escenas descarnadas. Su prosa es limpia, sin periplos poéticos o descripciones exhaustivas e innecesarias, de ahí que le relacionen con Carver, a veces de forma gratuita. Todo lo oculto y lo prohibido, los fluidos y los actos considerados sucios o condenables moralmente, sus personajes construidos sobre la crueldad y la poca empatía: un niño asesinado por los caprichos de mujer que extraña a su amante (Ciudad de dios. cuento de Historias de Amor), la superficialidad de una adolescente que pide a su novio, asesino a sueldo, que mate a su papá para quedarse con su herencia y que ofrece como pago la virgnidad de su culo (Beliña, cuento de Ella y otras mujeres), un hombre que descubre una nueva forma de adivinación del futuro en el análisis de sus heces (Copromancia, cuento de Secreciones, excreciones y otros desatinos), son los elementos que más se recuerdan de las historias de Fonseca.
Entre líneas, en el medio de la sangre y la suciedad, se levanta un territorio de huecos, pozos, puntos y líneas que configuran un “lugar” social de violencia, que avala el concepto moderno del ciudadano (con todos sus derechos y deberes) al punto de empujar fuera “el compromiso social”. Hay vértigo en Fonseca, porque lo universal de la literatura, adquiere en él matices de silla rota, coxis fracturado, sangre y mierda.

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