Philip Roth |
El cuento de los escritores egoístas
Philip Roth, John Updike y Norman Mailer fueron señalados como los grandes autores narcisistas. Hoy triunfa el delirio de autorreferencia y manda la autoficción
Andrea Aguilar
4 de febrero de 2017
Extrema sensibilidad y considerable fragilidad, cierto vampirismo, algo de vanidad —peor o mejor disimulada—, el convencimiento de que lo que uno siente o percibe es único, y un considerable egoísmo son rasgos habituales en el temperamento creativo. Los grandes artistas —divos y divas, maestros— no son necesariamente buenas personas, pero ¿son inevitablemente narcisistas? La crítica Gayatri Spivak apunta: “La posibilidad del éxito artístico es particularmente seductora para el narcisista por la construcción social del genio. La idea de genio captura la quintaesencia del narcisismo; alguien que ha sido tocado por los dioses y que sin esfuerzo puede lograr grandes cosas”.
Acotemos el debate y centremos la cuestión en el plano literario. No faltan las voces que encuentran en la autoficción un claro reflejo de la plaga actual del yo. Las seis novelas de la serie Mi lucha, en las que el escritor noruego Karl Ove Knausgård asume el papel protagonista y expone su vida con intenso detalle, son citadas como un ejemplo paradigmático. Ironías de los boom literarios, en su catártico solipsismo el escandinavo no está solo. Según un estudio citado por Kristin Dombek en su ensayo The Selfishness of Others (el egoísmo de los otros) los escritores estadounidense usan “yo” un 42% más que en 1960. Y sin embargo este aparente delirio de autorreferencia, que aqueja a las sociedades occidentales, y el hábil uso que algunos escritores hacen de ello, para entrar en sintonía con el zeitgeist y construir sus ficciones, no aclara mucho sobre la relación última entre narcisismo y literatura.
finales de los noventa, en las páginas de The Observer David Foster Wallace tuvo el hallazgo de juntar patología y novela en el acrónimo inglés GMN (Great Male Narcissists) para referirse a los tres popes de la ficción realista estadounidense de posguerra: Norman Mailer, John Updike y Philip Roth. El término 'Grandes Varones Narcisistas' nació en la demoledora crítica de la novela Hacia el final del tiempo de Updike, autor, que según Foster Wallace, era definido por algunos lectores como “simplemente un diccionario Thesaurus con pene”. Sexismo aparte, la crítica entraba de lleno en la animadversión que los tres novelistas generaban entre los lectores más jóvenes: “Tiene que ver con su ensimismamiento radical, y con su celebración acrítica de este ensimismamiento tanto en sí mismos, como en sus personajes”. Las novelas de Updike, apuntaba Foster Wallace, estaban habitadas básicamente por el mismo tipo de hombres, un alter ego del autor: “Son siempre tan incorregiblemente narcisistas, donjuanes, autodespectivos, autocompasivos”.
Tres de los cuatro protagonistas de esta historia han muerto, y el cuarto, Philip Roth, anunció que dejaba la escritura hace ya seis años, pero la etiqueta GMN no ha perdido fuerza. Valga como ejemplo la crítica de Elaine Blair que celebraba en The New York Review of Books al francés Michel Houellebecq, y lamentaba que toda una generación de escritores estadounidenses actuales (Gary Shteyngart, Sam Lipsyte y Richard Price) hayan acabado por parodiar a los hombres narcisistas protagonistas de sus novelas. Blair propone una teoría: esos personajes egoístas y egocéntricos, condenados al fracaso amoroso por su incapacidad para empatizar y amar (losers románticos), aunque siguen estando ahí, acaban quedando en ridículo o se autoparodian para no irritar a las lectoras.
Narciso era un hombre y Ovidio también, pero sería un error reducir el narcisismo al ámbito de la literatura masculina. La confianza en uno mismo y el ensimismamiento de un novelista no es cuestión de género. “Algunos de nosotros necesitamos un egotismo sin límites para encontrar la fuerza para escribir una sola línea, no digamos un libro (¡Otro libro Joyce!, murumura el abismo. ¿Y este también va a cambiar el mundo?). Pero el artista debe actuar a partir de la frágil convicción de que lo es todo, o no podrá probar nada. Y como nos advirtió Lear : ‘nada sale de la nada”, escribe en un ensayo la prolífica autora estadounidense Joyce Carol Oates.
¿Cómo controlar ese impulso egocéntrico? El británico Orwell recomendaba aplicar disciplina al temperamento y “evitar quedarse atascado en una etapa inmadura”. No es tarea fácil. Lo explica la atinada y brillante Lydia Davis en su cuento Propósito de año nuevo: “Al fin, en la mitad de tu vida, eres suficientemente listo para ver que todo suma nada, incluso el éxito no significa nada. Pero ¿cómo aprende una persona a verse como nada cuando ha tenido tantos problemas para verse como algo en primer lugar? Es confuso”. Escribir puede que ayude.
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