Teresa soñando, 1938 Balthus Fotografía de Triunfo Arciniegas Nueva York, 2012 Entre 1936 y 1939, Thérèse Blanchard fue la musa de Balthus, que la pintó en una decena de cuadros |
Balthus
La pequeña vecina
del pintor de los gatos
Es Thérèse, de 11 años, la niña musa parisina de Balthus. Murió pronto, con sólo 25 años.
Esta semana el Metropolitan de Nueva York se negó al retirar el cuadro 'Teresa soñando' como le pedían 10.500 firmantes.
No es la primera vez que se pone en cuestión la obra del pintor por 'sexualizar' las posturas de las menores.
Eric González
París, 15 de diciembre de 2017
Thérèse Blanchard, hija de un camarero parisino, tenía 11 años en 1936. Balthasar Klossowski, más conocido como Balthus, tenía 28. Entre 1936 y 1939, Balthus pintó a Thérèse de forma casi obsesiva. A día de hoy, esos cuadros, sin desnudos ni obscenidades aparentes, escandalizan todavía. El Metropolitan de Nueva York acaba de rechazar una petición, respaldada por 10.500 firmas, para que Thérèse soñando, una de las pinturas de Thérèse, fuera retirada de sus salas. La impulsora de la petición, Mia Merrill, afirma que se trata de una imagen «abiertamente sexual» y pedófila. El Met ha anunciado que el cuadro seguirá expuesto para suscitar «un debate informado».
Balthus siempre fue acusado de producir pornografía infantil. Eso le asombraba y le divertía. Decía que esas niñas que posaban para él eran «ángeles» que mostraban «el inocente impudor propio de la infancia». El pintor afirmaba que había pintado una sola obra pornográfica, La lección de guitarra (1934), en la que la profesora de música tañe la vulva de una niña recostada en su regazo como una Piedad muy tensa, y que lo había hecho «para provocar». En alguna de sus raras entrevistas reconoció, sin embargo, el «elemento erótico» que contenían los retratos de Thérèse y sus otras modelos. El pintor murió en 2001. Al final de su vida, en la década de los 90, se obsesionó con una nueva modelo: Anna Wahli, la hija de su médico suizo. La pintó entre los 8 y los 15 años. Por entonces utilizaba una cámara Polaroid y retrató a Wahli desde todos los ángulos.
Cuando su viuda, la artista japonesa Setsuko Ideka (otra de sus modelos adolescentes antes de convertirse en su esposa), organizó en 2014 una exposición de las fotografías, flameó de nuevo la indignación pública. En Alemania no pudo ser exhibida: fue considerada una apología de la pedofilia. En la Galería Gagosian de París se mostraron únicamente 200 de las 2.000 fotos, y se vendieron todas, al precio de 15.000 euros la unidad.
¿Quién fue Balthasar Klossowski? Para Albert Camus y André Malraux fue uno de los principales pintores del siglo XX. Para Pablo Picasso y Joan Miró fue un genio y, además, un amigo. Ninguna de sus modelos, ni nadie, le acusó jamás de conducta impropia. Pero su obra y su hermetismo cuajaron en una formidable leyenda negra. Como ejemplo, el novelista Thomas Harris le utilizó como «primo francés» y referencia genealógica siniestra de su más célebre personaje, el asesino caníbal Hannibal Lecter.
Nació el 29 de febrero (una primera rareza) de 1908 en París, hijo de un profesor de arte de origen polaco y de una pintora de origen ruso, ambos nacidos en Prusia y emigrados a Francia. Algo especial debía de tener aquella familia, porque si Balthasar fue un pintor polémico, su hermano Pierre fue un hombre polifacético (filósofo, novelista, dibujante) que alcanzó fama por sus relatos sadoeróticos, sus ensayos en defensa de la obscenidad y sus estudios sobre el marqués de Sade: la película Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini, está basada en una de sus obras.
Quizá las claves de la vida de Balthus se escondan en 1919. Ese año ocurrieron dos cosas fundamentales para él. Sus padres se separaron y su madre, la pintora Baladine, se enamoró del poeta Rainer Maria Rilke, gloria de las letras alemanas. Para el pequeño Balthasar, de 11 años, aquello supuso una conmoción. La otra cosa fundamental fue que Balthasar perdió a su gato, Mitsou. Y dibujó con tinta negra 40 estampas sobre la búsqueda del animal, sobre su recuerdo, sobre la desolación de la ausencia. Esa serie de 40 dibujos se expone hoy en el Metropolitan neoyorquino y es un auténtico prodigio, una explosión gráfica que merece figurar entre las obras maestras del expresionismo.
Rilke hizo que la serie del gato se publicara en libro y aportó un prólogo. La crítica recibió el trabajo de Balthuz (entonces firmaba así) con entusiasmo. Ningún otro pintor del siglo XX, ni el propio Picasso, fue tan precoz. Recordemos que cuando su madre se enamora de Rilke, cuando pierde a su gato y cuando pinta la serie, Balthus tiene 11 años. La misma edad que Thérèse, la misma que las otras modelos infantiles.
A los 14 años, Balthus escribió en una carta: «Sería feliz si pudiera seguir siendo siempre un niño».
Varios críticos han señalado que lo más fascinante de las pinturas de Balthus con modelos infantiles es la mezcla de erotismo y empatía: el pintor, que dirige las poses, tiene una mirada evidentemente sexual y busca gestos sugerentes, pero a la vez capta la sexualidad primeriza e inocente de las niñas, como si se identificara con ellas. Algunos creen que, en realidad, se pinta a sí mismo.
Durante la Primera Guerra Mundial, la familia Klossowski, de origen prusiano y por tanto enemiga en Francia, se había refugiado en Suiza. Balthus conoció a una niña de buena familia, Antoinette de Batteville, y se prendó de ella. La cortejó durante años. Hasta que Antoinette le anunció que iba a casarse con un diplomático y le pidió que no le escribiera nunca más.
Balthus intentó suicidarse con una ingestión de láudano, y sólo se salvó porque su amigo Antonin Artaud (nada menos: la lista de las amistades de Balthus es como un Gotha de intelectuales y artistas) le encontró a tiempo. Después del intento de suicidio, pintó La lección de guitarra para su primera gran exposición parisina, en 1934. Y comenzó el escándalo. Balthus tenía 28 años.
Dos años después conoció a la pequeña Thérèse y se dedicó a pintarla, una vez, y otra, y otra. Mientras Balthus pintaba a la niña, Antoinette de Batteville renunció a su diplomático y aceptó el matrimonio. Más adelante, Balthus pintó también a Antoinette, pero no como lo que era, una mujer de 32 años con dos hijos, sino como lo que él prefería ver: una adolescente grácil y sinuosa, la chica de la que se había enamorado en Suiza años atrás.
Balthus no estudió en ninguna academia, ni tuvo maestros, ni se inscribió en ninguna corriente artística. Aunque en su precoz serie sobre el gato perdido se percibe la influencia del expresionismo alemán, su obra adulta permanece alejada del cubismo y de cualquier tentación abstracta (pese a su amistad con Pablo Picasso y Joan Miró) y solamente adopta algunos rasgos del surrealismo, sin someterse ni al dogmatismo de André Breton, patriarca de la doctrina, ni al surrealismo escolástico de René Magritte o Marc Chagall, ni al surrealismo onírico de Salvador Dalí. El surrealismo de Balthus está en la atmósfera, en el aire extrañamente intemporal de sus composiciones.
Ya célebre, el pintor jugó a ser grandioso y misterioso a la vez. Se inventó un pasado aristocrático y añadió a su apellido, Klossowski, un De Rola que evocaba a la nobleza polaca. Más adelante se nombró conde de Rola y se inventó también un remoto parentesco con Lord Byron. Compró un hermoso castillo en la campiña francesa y varias mansiones en Suiza, donde se recluía para pintar. Su trabajo era tremendamente minucioso: dedicaba hasta 10 años a una tela, y aun así afirmaba que ninguna de sus obras estaba terminada. «Todos mis cuadros son un rotundo fracaso», afirmó en una entrevista al New York Times. Cuando la Tate Gallery organizó una muestra sobre su obra y le pidió que enviara una breve reseña biográfica, lo que Balthus envió fue lo siguiente: «Balthus es un pintor acerca del cual no se sabe nada».
Evitaba los fotógrafos y las entrevistas. Sólo en los últimos años de su vida aceptó hablar de sí mismo con algún crítico de prestigio.
En 1961, su amigo André Malraux, entonces ministro de Cultura de Francia, le pidió que aceptara la dirección de la Academia francesa en Roma, situada en la hermosísima Villa Medicis. Balthus aceptó.
Al año siguiente, en Japón, conoció a una joven estudiante de arte, Setsuko Ideta, e hizo de ella su nueva modelo adolescente. Seis años más tarde, en 1967, se casaron. «Balthus estaba fascinado por la inocencia de los niños y por su gestualidad, que le parecía maravillosa», dijo Setsuko Ideta hace dos años, cuando se desató el enésimo escándalo por la exposición de las fotos de la pequeña Anna Wahli.
El propio Balthus había dicho, antes de su muerte, algo parecido: «Veo a las adolescentes como un símbolo. Jamás podría pintar a una mujer. La belleza de la adolescencia es más interesante. La adolescencia encarna el porvenir, antes de convertirse en belleza perfecta. Una mujer ha encontrado ya su lugar en el mundo; una adolescente, no. El cuerpo de una mujer ya está completo. El misterio ha desaparecido».
Thérèse Blanchard, la niña de los cuadros más famosos de Balthus, murió en 1950, con 25 años. Apenas llegó a ser una mujer adulta.
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