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Neil Young: "La tecnología ha amordazado al arte"
El músico y la actriz Daryl Hannah hablan con EL MUNDO de su proyecto cinematográfico 'Paradox', dirigido por ella y protagonizado por él, que supone un paso más en su activismo ecologista: contra Donald Trump, contra los transgénicos y contra los algoritmos que dominan nuestra vida. En lugar de eso, defienden algo tan simple como una semilla
Darío Prieto
30 de marzo de 2018
Aristóteles ya vio la semilla como una promesa, la representación de la potencia, de aquello que puede llegar a ser. «Las semillas tienen un gran poder simbólico. Representan un montón de cosas en nuestra civilización:una metáfora de la importancia de mantener la calidad de la vida, del sentido originario de la creación en un momento en que la calidad de lo que nos rodea cae en picado». Neil Young(Toronto, 1945)es un hombre de la tierra. En minúsculas. Porque, a pesar de ser una estrella universal y de haber revolucionado la música con su distorsión del folclore de Norteamérica, no deja de ser un tipo de campo. De ahí que sus canciones hablen de agricultura, de animales y de individuos apenas tocados por la mano urbanizadora de la civilización.
Su activismo ecologista y en contra de la agricultura destructiva quedó patente en su disco The Monsanto years, una diatriba contra el gigante de la agroquímica y la biotecnología como principal responsable de la proliferación de cultivos transgénicos. En esa lucha se ha encontrado con Daryl Hannah (Chicago, 1960), actriz de películas como Blade Runner, 1,2,3... Splash y Kill Bill. Después de participar en numerosas manifestaciones en favor de los nativos americanos o los pequeños agricultores, la pareja decidió crear un proyecto que abordase desde el arte estas preocupaciones. Así surgió Paradox, la película que ahora estrena la plataforma de streaming Netflix y en la que Hannah ejerce de directora y Young de músico/ protagonista.
«No es la típica película narrativa, ni tampoco un western al uso», explica Hannah. «Es como un sueño, una fantasía de 11 personajes atrapados en una especie de purgatorio, un bucle temporal, del cual sólo se liberan cuando sale la luna».
El filme ha sido realizado sin apenas presupuesto, con los músicos de la actual banda de Young como actores y abundancia de planos de los paisajes naturales de Estados Unidos que Hannah ve como «otro personaje más». Si el dinero no importa, el argumento tampoco. «Es un poco cinema verité, sin una historia plana o lineal. Cuando no pides permiso ni dinero para hacer algo, tienes más libertad, te permites más licencias creativas y puedes caer en la abstracción con mayor facilidad. Y ser más honesta», explica la directora. Así, entre hogueras nocturnas y tipis indios, Young aparece de vez en cuando y toca canciones, grabadas en la primera toma. Todo, para mantener la atmósfera agreste.
No se trata de la primera experiencia cinematográfica de Young. Aparte de musicar obras de otros, como Dead Man (Jim Jarmusch, 1995), o de protagonizar documentales, como los de Jonathan Demme, el canadiense también ha realizado sus propias películas (con el sobrenombre de Bernard Shakey), como Greendale. «Sé de dónde viene Daryl, porque venimos del mismo sitio, y respeto profundamente su profesionalidad y su artesanía a la hora de rodar. Por eso fue tan fácil trabajar con ella».
También aplaude la capacidad de Hannah para transmitir, en medio de la ensoñación, mensajes que hacen referencia a problemas reales. Es el caso de las leyes que prohibían a los agricultores de California compartir sus semillas, una práctica en contra de la estrategia de control de cultivos de Monsanto y otras empresas, comoSyngenta. «Lo único que pretendo es mostrar el sentido común», explica Hannah. «Debemos proteger las cosas que vale la pena proteger, aquellas que nos hacen estar aquí», proclama. «En nuestras sociedades urbanas, la gente ha perdido rápidamente el contacto con lo que realmente nos mantiene vivos, con el suelo del que surge la vida. Es muy fácil olvidar la naturaleza y lo conectados que estamos con ella».
Young va más allá con esta reflexión y establece un diagnóstico del mundo actual, de la política y de la cultura, a partir de la pequeñez de una semilla. «Yo escribo sobre lo que me preocupa», sentencia el autor de Harvest. «Y, en el caso de Paradox, se produce esta confluencia con el tema de las semillas. Daryl lo presenta de una forma muy hermosa en la película, como símbolo de la vida y de muchas más cosas».
Y lo que suena durante el metraje son, en efecto, semillas de canciones. «A veces mi aproximación a la música es muy sencilla y otras me gusta ver cómo suena en diferentes instrumentos y desintegrarla. En este caso, es música espontánea, grabada en la primera toma. Nada está terminado y todo está sin pulir, en su forma cruda, original, fresca. Pura música», explica Young. Música que, además, «no ha sido alterada ni se le ha bajado el nivel con formatos ridículos, como sucede hoy en la radio y en internet».
Para el rockero, «el reto para los músicos de hoy es escribir una canción que sea capaz de responder a la situación del mundo». Pero estos músicos tienen «una gran dificultad» en su camino. «Cuando escribí Ohio [sobre la matanza de estudiantes que protestaban contra la Guerra de Vietnam en Ohio en 1970] o Rockin' in the free world[una crítica de la administración de George Bush padre que terminó convertida en himno de la caída del comunismo], los músicos teníamos muchos obstáculos que superar y muchos muros que saltar. Era parte del camino de la música. Pero ahora, el primero de todos estos problemas es el sonido de la música, el audio», denuncia. «Que reconozcas algo no quiere decir que lo sientas. Y el streaming ha reducido la música que se percibe a menos de 5 % de lo que era cuando escribí Ohio y Rockin' in the free world. Si pierdes el 95%de la magia y el sentimiento de la música, significa que la tecnología se está volviendo un obstáculo», explica. «Las discográficas y las compañías tecnológicas están llegando a acuerdos que reducen tanto la calidad de la música que ésta está siendo castrada. No hay manera de que pueda salir adelante y muere en el camino».
Mientras que la música analógica «es un perfecto reflejo del sonido original, tal y como pasaba en los 60 y los 70», lo digital plantea «un sonido reconstruido, que no es tan bueno». Pero ése no es el drama. «Es que está reconstruido de una manera que lo degrada. Las necesidades de almacenamiento de memoria durante el siglo XX hicieron que se redujese el tamaño de los archivos musicales, para que se pudiesen añadir más archivos por dispositivo. Pero el resultado de eso es que suena horrible. Y que la música ya no tiene valor suficiente como para ser escuchada».
Young sabe de lo que habla. Él mismo puso en marcha un proyecto, Pono, para luchar contra el iPod con un reproductor portátil y un servicio de música digital de altísima calidad. Aquel plan fracasó (igual que su diseño de un vehículo híbrido de electricidad más biocombustible) y Young se muestra lógicamente cabreado con el desarrollo actual de las cosas.
«Si sólo hay un 5% de música, no la escuchas, no la sientes, no te llega. Y si no te llega, ¿cómo vas a escribir algo que importe? Es el final del camino para el músico y para el propio medio». suspira. «Una vez que me di cuenta de eso, traté de cambiar las cosas. Y todavía sigo intentándolo: tengo el mejor servicio de streaming del mundo, NeilYoungArchives.com, con casi toda mi discografía en una calidad casi perfecta.Le aseguro que no hay nada igual en todo el planeta».
«La revolución tecnológica es una farsa», proclama Young. «Los gigantes tecnológicos no hacen nada bueno por el arte. Los algoritmos nos están quitando toda la magia de la vida. Toman todas las decisiones por nosotros, nos hacen repetir patrones del pasado, nos quitan las alternativas para tomar decisiones nuevas y, en definitiva, reducen la calidad de nuestra vida hasta hacer de ella una sombra de lo que fue».
«El arte sufre», sigue Young, más airado que triste. «El arte está idiotizado, mientras el dinero sigue fluyendo en estas empresas. Es la razón por la que no puedes sentir la música como nueva. No hay nada ahí fuera. Es decir, la música está bien, pero el audio es tan malo que no lo puedes sentir, te tienes que ir al directo para ello».
Lo cual, según él, conecta con el actual contexto político y social de Estados Unidos bajo Trump. «Políticamente es una broma. Completamente. Un perdedor maneja el país y lo lleva a la ruina, como si fuese una empresa. En una situación así, pensarías que los artistas estarían levantados contra ello. Pero no es así, porque tienen mordazas en sus bocas. No pueden hablar ni comunicar. La tecnología ha amordazado al arte», se enciende.
Así que el panorama es «malas políticas más malos políticos, más gente estúpida y malvada destruyendo el medio ambiente en nombre del dinero más artistas opuestos a todo ello que están haciendo obras que no pueden ser vistas o escuchadas, porque no las pueden comunicar».
Hannah se manifiesta en términos parecidos. «Es todo una locura, literalmente», se queja la actriz/cineasta. «Nunca había visto algo así. Se supone que los políticos trabajan para nosotros y que se preocupan de nuestro bienestar, no que sus prioridades son las grandes corporaciones y el mundo del dinero. Mi única esperanza es que las cosas tienen que ponerse muy feas antes de que empiecen a recuperarse», apunta. «Son tiempos extraños y tenemos que encontrar el equilibrio de nuevo, recordar que todos somos humanos y que estamos aquí».
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