Yolanda Castaño, Jaume Pérez Muntaner y Andolin Eguzkitza, en Morella (Castellón), en 1999. MARTÍ DOMENECH |
Tirar de las lenguas
La diversidad lingüística es un regalo, pero da la impresión de que no sabemos qué hacer con él
26 de septiembre de 2018
El Instituto Cervantes de Bruselas celebra hoy el día europeo de las lenguas con un recital de Bernardo Atxaga, Manuel Rivas, Yolanda Castaño, Joan Margarit, Estel Solé, Eloy Sánchez Rosillo y Elena Medel, es decir, poetas en vasco, gallego, catalán y castellano. Lo normal. O casi. Kirmen Uribe suele contar que la suya es la primera generación que eligió el euskera como lengua literaria sin que esa elección tuviera matices políticos. Los que como Uribe hicieron el bachillerato en los años ochenta recordarán que su manual de Literatura se cerraba con un capítulo dedicado a Gabriel Aresti, Salvador Espriu y Celso Emilio Ferreiro. Casi nunca se llegaba a ese capítulo, que, titulado ‘Otras literaturas hispánicas’, se completaba con una lista de autores latinoamericanos.
En el fondo, la relación que mantienen los lectores españoles en castellano con las literaturas del resto de España se parece bastante a la que mantienen con la argentina o la mexicana: es una hazaña que un nombre nuevo salga de su propio circuito, sobre todo, y paradójicamente, si es novelista. Cuando Kirmen Uribe ganó el premio nacional por la novela Bilbao-New York-Bilbao ya era conocido como poeta. Coloquios como los de Verines, la Fundación Alberti o el Mapa Poético de Córdoba sumaron a la conversación multilingüe a autores como la propia Yolanda Castaño, Olga Novo, Sebastià Alzamora, Miren Agur Meabe o Harkaitz Cano.
En 1984 se falló el primer Premio Nacional de las Letras Españolas, destinado a celebrar la pluralidad de este país de todos los demonios. Lo ganó J. V. Foix. Desde entonces, lo han obtenido otros siete escritores en catalán y ninguno en euskera o en gallego. El castellano es mayoría. Lo mismo que ahora escandaliza que en 34 años solo lo hayan obtenido cinco mujeres, un día escandalizará tal desfase lingüístico, tan solo comparable al que hace que el premio Cervantes se otorgue bienalmente por sistema a un escritor del mismo país: España.
La diversidad —cuando no es el disfraz de la desigualdad— es más fácil de defender en la teoría que en la práctica. Entre lenguas distintas y dentro de cada una de ellas. Cualquiera que consulte la lista de libros más vendidos en catalán se encontrará con El cel no és per a tothom (Anagrama). Su autora es la enigmática Marta Rojals (no deja que le hagan fotos, no concede entrevistas presenciales). En un pasaje de su primera novela —Primavera, estiu, etcètera (La Magrana)—, la protagonista se queja del menosprecio que sufre su catalán de las tierras del Ebro entre los catalanoparlantes de la capital. La respuesta de su interlocutor es rotunda: “Barcelona és un monstre devorador de patrimonis lingüístics”. El centralismo tiene muchos centros.
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