sábado, 8 de septiembre de 2001

Venecia dedica la mayor retrospectiva a Balthus y su pintura del silencio



Henri Cartier-Bresson contempla Passage du Commerce-Saint-André, de Balthus,
en el Palazzo Grassi de Venecia

Venecia dedica la mayor retrospectiva a Balthus y su pintura del silencio

El Palazzo Grassi reúne 250 obras del artista a los seis meses de su muerte

LOLA GALÁN
Venecia 8 SEP 2001


La primera obra que se conserva del pintor Stanislas Klossowski, Balthus, el libro Mitsou, publicado en 1921 e ilustrado con 40 dibujos, tiene un prefacio escrito por Rainer Maria Rilke. El poeta alemán era uno de los muchos artistas e intelectuales amigos de la familia Klossowski, y en ese ambiente estimulante del París de los años veinte y treinta creció Balthus, un pintor polémico, perfeccionista e inclasificable. Seis meses después de su muerte, ocurrida en Suiza a los 92 años de edad, la Fundación Palazzo Grassi, de Venecia, le dedica una gran exposición retrospectiva que se inaugura mañana en Venecia. Está integrada por 250 obras prestadas por 90 instituciones y museos de 10 países, entre ellos España.
La de Balthus, un artista admirado por las élites y poco conocido del gran público, es, en palabras de Jean Clair, comisario de la exposición, 'la pintura del silencio, como la de Rilke es la poesía del silencio'. Una pintura que convocó ayer en el Palazzo Grassi a no pocos famosos ligados a la vida de Balthus. Empezando por su segunda esposa, Setsuko Ideta, que acudió a Venecia acompañada por los dos hijos que tuvo con el artista (se casaron en Japón en 1968) y por el fotógrafo Henri Cartier-Bresson, amigo personal y a su modo biógrafo de Balthus, al que tomó decenas de fotografías, algunas de las cuales forman parte de la exposición en la sala dedicada a los documentos sobre la vida del artista. La muestra, la más completa de cuantas se organizaron en vida del artista, estará abierta hasta el 6 de enero próximo y reúne 250 obras, entre ellas un centenar de pinturas.
Passage du Commerce-Saint-André
Balthus

A simple vista, Stanislas Klossowski, hijo de aristócratas polacos, crecido en el exilio dorado, entre París y Berlín, rodeado de belleza y talento desde que abrió por primera vez los ojos al mundo en París, el 29 de febrero de 1909, fue un tipo afortunado. Pintor e historiador el padre, pintora la madre, Balthus tuvo contacto desde muy joven con la cultura y el arte.
Los muchos admiradores de la obra de Balthus se encontrarán en los salones de Palazzo Grassi (la exposición ha sido organizada por la Fundación cultural del mismo nombre del Grupo Fiat) con la agradable sorpresa de poder ver muchos de sus cuadros con luz natural. Algo que siempre deseó el artista y que no fue posible lograr en ninguna de las grandes retrospectivas sobre su obra organizadas en los años ochenta (en Nueva York y París). Al mismo tiempo, la exposición veneciana supera ampliamente por número de obras a muestras relevantes como la presentada por el museo Reina Sofía de Madrid en 1996. La relativa escasez de exposiciones hace que la obra de Balthus sea todavía territorio ignorado para el gran público, que a menudo sólo conoce del pintor algunos de sus cuadros de niñas y muchachas semidesnudas, escenas cargadas de ese erotismo de voyeur un tanto morboso, que escandalizó a la crítica y al público en la primera gran exposición del artista en la galería Pierre de París, en 1934.
Pero Balthus, que se inició en la pintura realizando minuciosas copias de los pintores renacentistas italianos, es también el autor de delicados paisajes de influencia oriental, realizados a principios de los años setenta cuando el artista polaco, nombrado por André Malraux director de la Academia de Francia en Roma, en 1962, tuvo la oportunidad de comprarse el castillo medieval de Monte Calvello, cerca de la Ciudad Eterna. Balthus, perseguidor de la belleza por encima de todas las cosas, consideraba que el verdadero arte 'debe ser expresión de una búsqueda de universalidad y no una mera manifestación individual'. Por ello despreciaba el excesivo personalismo de los pintores de su época, ansiosos de encontrar su propio camino o de comunicar algo de sí mismo a través de su obra.
A lo largo de la exposición, organizada linealmente en nueve salas, acondicionadas por la arquitecta Gae Aulenti, el visitante recorre todo el proceso ascendente del artista, desde la infancia expresiva a la madurez pictórica. La impresión inicial está dominada por la visión, nada más pisar el vestíbulo de Palazzo Grassi, de su obra Passage du Commerce-Saint-André, un lienzo gigantesco de casi diez metros cuadrados pintado por Balthus en los años de máximo esplendor, entre 1952 y 1954, y una de las obras de referencia del artista. Pero están también los retratos a la acuarela de Balthus niño, hechos por su madre, una pintora de talento, y los primeros dibujos del pintor, apuntes e ilustraciones en tinta china como las realizadas para Cumbres borrascosas, una novela que, según el propio Balthus, resumía bien su propia juventud, fogosa, apasionada y tempestuosa.
Durante los 16 años que residió en Villa Medicis, el pintor tuvo oportunidad de conocer a fondo el arte italiano, pero también de hacer un viaje trascendental. El que le llevó a Japón en 1967, donde conoció a Setsuko Ideta, la mujer con la que pasaría el resto de su vida. La impronta de la cultura y la estética japonesas se deja ver también en la serie de apuntes y lienzos, como La habitación turca, realizados en esos años. La personalidad del artista está, sobre todo, más que en la técnica o el estilo, en una temática que le lleva a dibujar y pintar, una y otra vez, los cuerpos en flor de jovencitas más o menos anónimas. Desnudos plenamente sexuales y sensuales que denotan una pasión casi obsesiva por una idea de pureza inaccesible. Balthus era consciente de ser el pintor de un mundo que desaparecía ante sus ojos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de septiembre de 2001




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