Elena Ferrante
CRÓNICAS DEL DESAMOR
Ajuste de cuentas
José María Guelbenzu
26 DE FEBRERO DE 2011
'Crónicas del desamor' reúne la trilogía de la enigmática Elena Ferrante: tres grandes obras de la representación de una vida interior sobre las dudas del hombre moderno.
Elena Ferrante es un misterio. Ni siquiera se sabe si tras ese nombre se oculta un hombre o una mujer. Publicó su primera novela, El amor molesto, en 1992; a esta siguió Los días del abandono (2002); ambas se publicaron en España sin obtener demasiado eco. En 2006 apareció La hija oscura. Las tres novelas, reunidas en un solo volumen, las publica ahora Lumen, bajo el título Crónicas del desamor. Son tres obras excepcionales de una escritora excepcional que pertenece a la tribu de los Salinger o los Pynchon, autores alejados del mundanal ruido a causa de un rechazo absoluto a la notoriedad y a la vida pública.
Las Crónicas... son tres historias de tres mujeres. En la primera, Delia, de 42 años, se enfrenta a la muerte de su madre de 62, que aparece ahogada y vestida tan sólo con un costoso sujetador. A partir de ese momento (es impresionante comprobar cómo fija ya en el primer capítulo el tono de rencor y autoindagación de la hija) asistiremos a un descenso interior desde la soledad y el desamparo, llevada con extrema dureza, ante un fondo de dolor y abandono. Delia, en su desdicha personal, reprocha a su madre; no es que no la quiera, es que su imagen le molesta porque ella no ha conseguido llegar a ser mejor y eso la obsesiona. A la dureza de la situación se une la sordidez en los detalles, recordados morbosa y morosamente en lo que es un ejercicio de reconocimiento de la propia identidad lleno de descripciones muy físicas, casi táctiles.
Las Crónicas... son tres historias de tres mujeres. En la primera, Delia, de 42 años, se enfrenta a la muerte de su madre de 62, que aparece ahogada y vestida tan sólo con un costoso sujetador. A partir de ese momento (es impresionante comprobar cómo fija ya en el primer capítulo el tono de rencor y autoindagación de la hija) asistiremos a un descenso interior desde la soledad y el desamparo, llevada con extrema dureza, ante un fondo de dolor y abandono. Delia, en su desdicha personal, reprocha a su madre; no es que no la quiera, es que su imagen le molesta porque ella no ha conseguido llegar a ser mejor y eso la obsesiona. A la dureza de la situación se une la sordidez en los detalles, recordados morbosa y morosamente en lo que es un ejercicio de reconocimiento de la propia identidad lleno de descripciones muy físicas, casi táctiles.
Crónicas del desamor
Elena Ferrante
Traducción de J. Bignozzi,
N. López Burell y E. Dobry
Lumen. Barcelona, 2011
534 páginas. 25,90 euros
Los días del abandono cuenta la historia de Olga, a la que su marido acaba de dejar, sin más explicaciones, con sus dos hijos. Toda la obsesión es el empecinamiento en saber por qué la ha dejado, lo cual es la forma de no aceptar un hecho que hunde su autoestima. Al contrario de la novela anterior, que es dura y aristada desde el inicio, aquí se narra con una cierta serenidad de estilo y de expresión, más suave, como en sordina. Si en la anterior la pregunta era: ¿por qué estoy sola? En esta es: ¿por qué me ha abandonado? Todo ello dentro de lo cotidiano, no hay nada extraordinario, sólo pequeños sucesos. La caída paulatina de Olga en el desorden culmina en una larga secuencia en que queda encerrada en su casa con los niños, una secuencia prodigiosa que actúa como catarsis y se erige en cima del relato; el resto es el antes y el después. También aquí hay un autoanálisis obsesivo, un sufrimiento penitencial y un camino hacia un reconocimiento. Ambas mujeres, Delia y Olga, desplazan su problema hacia la madre o el marido hasta que se ven obligadas a enfrentarse a sí mismas.
En la tercera novela, La hija oscura, inédita en España, Leda, también en la cuarentena, sola, separada del marido, sin hijas (que han quedado a cargo de él en otro país), estrena vida, sensaciones, cuerpo ("Nadie dependía ya de mi cuidado y yo misma había dejado por fin de ser una carga para mí misma"). Se retira de vacaciones a un lugar playero y allí se fija en una familia napolitana y especialmente en una muchacha joven y su hija pequeña. La autora lleva a cabo una compleja descripción de Leda a través de su mirada a esa familia y de cómo vienen los recuerdos a propósito de lo que ve. Porque Leda tiene pendiente un ajuste de cuentas con su vida anterior, como hija, como madre y como esposa, y poco a poco se va desvelando a sí misma, esta vez por una lenta catarsis a la que no puede sustraerse, llena de justificaciones y reproches.
Las tres novelas son tres obras maestras de la representación de una vida interior. La calidad de matices, la sugerencia y sutileza impecables, la formidable calidad de la descripción y la valentía expresiva de la autora se vuelcan en sendos actos de lucidez indeseada encarnada en tres personajes inolvidables. Pocas veces he leído una indagación de semejante altura en el mundo de los sentimientos. Siendo historias de un empuje trágico se mantienen en el terreno de lo dramático, con una cercanía tan intensa como cotidiana y por eso mismo se alzan como símbolos de nuestro tiempo.
En realidad este libro trata de la vida como es. Lo que ocurre es que lo trata con tal rigor y exigencia que nos devuelve a la verdad de las cosas y de la existencia con una limpidez asentada en el suelo que pisa el ser humano moderno: la inseguridad. Esa inseguridad que obliga al individuo a hallarse y dirigirse a sí mismo en medio de la zozobra a la que lo someten las corrientes salvajes e indomables de las relaciones afectivas y su propia incertidumbre.
En la tercera novela, La hija oscura, inédita en España, Leda, también en la cuarentena, sola, separada del marido, sin hijas (que han quedado a cargo de él en otro país), estrena vida, sensaciones, cuerpo ("Nadie dependía ya de mi cuidado y yo misma había dejado por fin de ser una carga para mí misma"). Se retira de vacaciones a un lugar playero y allí se fija en una familia napolitana y especialmente en una muchacha joven y su hija pequeña. La autora lleva a cabo una compleja descripción de Leda a través de su mirada a esa familia y de cómo vienen los recuerdos a propósito de lo que ve. Porque Leda tiene pendiente un ajuste de cuentas con su vida anterior, como hija, como madre y como esposa, y poco a poco se va desvelando a sí misma, esta vez por una lenta catarsis a la que no puede sustraerse, llena de justificaciones y reproches.
Las tres novelas son tres obras maestras de la representación de una vida interior. La calidad de matices, la sugerencia y sutileza impecables, la formidable calidad de la descripción y la valentía expresiva de la autora se vuelcan en sendos actos de lucidez indeseada encarnada en tres personajes inolvidables. Pocas veces he leído una indagación de semejante altura en el mundo de los sentimientos. Siendo historias de un empuje trágico se mantienen en el terreno de lo dramático, con una cercanía tan intensa como cotidiana y por eso mismo se alzan como símbolos de nuestro tiempo.
En realidad este libro trata de la vida como es. Lo que ocurre es que lo trata con tal rigor y exigencia que nos devuelve a la verdad de las cosas y de la existencia con una limpidez asentada en el suelo que pisa el ser humano moderno: la inseguridad. Esa inseguridad que obliga al individuo a hallarse y dirigirse a sí mismo en medio de la zozobra a la que lo someten las corrientes salvajes e indomables de las relaciones afectivas y su propia incertidumbre.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de febrero de 2011
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