12 ENE 2016 - 17:48 COT
¿Por qué naufraga la última novela de Martin Amis, La Zona de Interés, traducida por Jesús Zulaika para Anagrama? Por lo mismo que naufraga casi toda ficción novelesca sobre el Holocausto: los testimonios de los que lo vivieron tienen tanto voltaje literario que poco le queda que añadir a la imaginación destilada en palabras. Godard llegó a decir que el cine no cumplió con su deber al no filmar los campos de concentración, pero puede que ese incumplimiento haya sido su salvación.
La escasez de imágenes fílmicas de uno de los acontecimientos más inhumanos de la historia de la Humanidad se ha convertido en el principal motor de una cinematografía sobre el tema que no para de crecer. Por contra, la abundancia de textos sobre el mismo asunto se ha convertido en el gran problema de la literatura realista. El cine sigue haciendo el trabajo que no hizo en su momento; en el terreno de las letras ese mismo trabajo lleva décadas hecho. Por testigos y por historiadores. Cuando la literatura de ficción llegó a Auschwitz, la de no ficción ya había estado allí.
El viernes se estrena en España El hijo de Saúl, la película de László Nemes protagonizada por un sonderkommando, uno de los presos obligados por los nazis a colaborar en el exterminio de sus semejantes. Otro de esos presos —el ficticio Szmul— es uno de los tres narradores de la novela de Amis, que ha reconocido la dificultad de inventarles una voz a las víctimas. Los verdugos son mucho más fáciles. El novelista británico cierra La Zona de Interés con un epílogo sobre su lectura de los clásicos de la materia y, en efecto, no hay nada sustancial en su relato que no estuviera ya, a veces literalmente, en los testimonios desonderkommandos como Philip Müller y Shlomo Venezia o en las reflexiones de Primo Levi.
Aunque es incapaz de escribir mal, Martin Amis no consigue esta vez estar a la altura de sí mismo ni de aquella lección sobre el Gulag que fue su Koba el Temible. Entonces, eso sí, no cayó en la tentación de perpetrar una novela. A esa novela y a la mayoría de las escritas sobre la shoah a partir de documentación de segunda mano les queda, sin embargo, una vía para trascender la literatura de género: no ser leídas como ficciones realistas sobre el pasado sino como distopías sobre la actualidad.
Es lo que plantea, por ejemplo, La cuestión humana (Losada), de François Emmanuel, situada en una multinacional petroquímica y llevada al cine por Nicolas Klotz. Es también lo que repitió hasta su suicidio el propio Levi —si pasó una vez puede volver a pasar— y lo que sostiene Günther Anders en Nosotros, los hijos de Eichmann (Paidós): además de un acto (atroz), la llamada solución final fue un método (exitoso) basado en anular la conciencia, algo que no lo alejaría de las modernas relaciones laborales. Imre Kertész, que no pierde ocasión de subrayar que Auschwitz no fue solo algo entre judíos y alemanes, es todavía más drástico. En Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura (Herder) califica de kitsch “cualquier descripción incapaz de comprender que existe una relación orgánica entre nuestra forma de vida y la posibilidad del Holocausto”. Habrá pues que buscarse el entretenimiento por otro lado.
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