"¿Cómo es posible que un chico del Bronx se convirtiese en Don DeLillo?"
El gran autor norteamericano anuncia en Barcelona que a sus cercanos 80 años no tiene intención de retirarse
Elena Hevia
Barcelona, 10 de junio de 2016
Aunque sus novelas están alimentadas subterráneamente por todo tipo de teorías y construcciones filosóficas no hay un escritor menos dispuesto a interpretar su propia obra que Don DeLillo. Las conjeturas de la conspiración, las brillantes ideas que sostienen el arte más conceptual, y una cierta ciencia ficción que se diría cercana a Ballard, esa que dice que el futuro ya está aquí; no quiere hablar de nada de eso. De creer a uno de los más grandes y respetados autores norteamericanos, su escritura surgiría de una especie de trance en el que las palabras y sus poderosos e inquietantes imágenes (se diría que surgidas de realidades alternativas) aparecen como por encanto. “No lo sé bien” es una de las muletillas que se repiten en la conversación mantenida con el escritor con un pequeño grupo de periodistas en ocasión de su visita a Kosmopolis.
No hay mejor festival para recibir a un autor que llamó a una de sus novelas 'Cosmópolis', quizá la mejor lectura para enterarnos de por qué estamos como estamos en este caótico siglo XXI. En su reciente novela, 'Cero K' (Seix Barral), el escritor vuelve a dar vueltas al tema de la muerte, un estribillo habitual en sus obras, en una historia sobre cómo la criogénesis (la congelación de los cadáveres) ofrecerá a la humanidad una nueva oportunidad de burlar la mortalidad, aunque muy probablemente eso que muchos llaman alma se quede en el camino. La amabilidad de DeLillo contrasta con esa legendaria urticaria que, dicen, le producen las entrevistas. De ahí que corra el rumor de que en sus tarjetas de visita rece: “No quiero hablar de eso”. ¿Mito o realidad? Lo segundo. Tiene esa tarjeta y se la regala con guasa subterránea a los periodistas. "En realidad data de los años 70 y era una estrategia para quitarme de encima a los agentes inmobiliarios que me incitaban a comprar".
Usted ha diseccionado en gran parte de sus novelas los miedos colectivos de la sociedad norteamericana. ¿Qué está diciendo esta nueva novela sobre ellos?
Mi idea en esta novela era más bien global. Quería hablar de la extensión de la vida. Tuve la idea de la Convergencia, un lugar concebido como una instalación subterránea situada en un lugar muy remoto, el Uzbekistán, donde las leyes no se aplican. El corazón de la novela explica la historia del padre del protagonista que de forma voluntaria decide acompañar a su esposa, enferma terminal, en el proceso de criogenización, aunque él no esté enfermo ni sea demasiado mayor.
¿Quiere decir esto que estamos abocados a una deshumanización? Sus personajes parecen muertos en vida.
La ciencia y la tecnología siempre han buscado algo que hasta el momento no había pasado nunca en la historia de la humanidad. La idea de que la ciencia puede alargar la vida. Tanto los científicos como los filósofos se han preguntado siempre por qué morimos. ¿Hemos de hacerlo porque así ha sido desde el principio de la humanidad? Parece que los científicos no aceptan eso. Si la tecnología hiciera posible que viviéramos más, no apuntaríamos de buena gana a esa posibilidad.
Se podría decir que 'Ruido de fondo' presenta la muerte como una presencia, que 'Submundo' lo hace como una amenaza y que aquí aparece como una parodia. ¿Acepta la idea?
El lector es muy libre de pensar eso. Pero no es mi forma de trabajar. Lo que hago es seguir a los personajes, imaginarlos en tres dimensiones y seguirlos a través del lenguaje. Y eso es lo más placentero, trabajar con el lenguaje, que es como si una fuerza se me impusiera. En el fondo, el secreto de la escritura es sencillamente el lenguaje.
Una vez dijo que escribir es una forma concentrada del pensamiento.
La relación entre los pensamientos y el lenguaje es muy estrecha y, en cierta manera, misteriosa. Todavía utilizó una máquina de escribir manual y solo escribo media página en cada folio, eso me permite visualizar mejor lo que he escrito. Empecé a hacerlo en los años 80 y sigo así.
Hace ya bastantes novelas, probablemente las que ha escrito en el siglo XXI, que el sentido del humor brilla por su ausencia. ¿A qué obedece esto, tiene que ver con un sensación íntima, con un reflejo social o es más bien una imposición creativa?
No hay nada en mi vida que explique eso. De hecho, cuando hay humor en mis novelas es porque el personaje que la puebla quiere que sea así. Yo no fuerzo nada. Los personajes van evolucionando y tomando forma y también adquieren un tono. No me considero un escritor cómico, pero a veces mis personajes sí lo son.
La novela también se interroga sobre qué papel tendría la religión en una sociedad en la que no existiera la muerte.
Eso es muy complejo y muy profundo. Es probable que desapareciera la noción de vida espiritual si viviéramos 300 años, quizá se desarrollaría algún tipo de emoción global que no sabemos bien, bien que sería. Hay científicos que han estudiado ese tema pero yo no quería hacer demasiadas investigaciones, a propósito. Sabemos que existen ese tipo de instalaciones de criogenesia y que los científicos desarrollan sus estudios con situaciones que se parecen a lo que relato.
¿No se sintió tentado a visitar algún lugar de este tipo? Creo que en Texas existe uno, de características muy parecidas.
Convergencia pertenece a la imaginación. Yo lo visualicé como si fuera una película de Antonioni. Quise mostrarlo como una paradoja.
Una paradoja que tiene también un carácter artístico, un tema que está detrás de sus últimos textos.
Sí, el lugar es como una obra de arte gigantesca y subterránea. Hacia el final de la novela, el narrador se encuentra en una habitación con espejos en las paredes y en esos muros hay también cuadros con la imagen de la habitación. Es una paradoja visual que no sé interpretar pero que expresa bien una instalación como Convergencia.
¿Cree que DeLillo se ha convertido en una piedra de toque para valorar a los nuevos escritores?
Yo no sé cómo me veo a mí mismo. De hecho, me sorprende lo que ha pasado con mi vida. Hace unos meses estaba en París hablando de mi obra, hoy estoy en Barcelona y me sigo preguntando por qué he llegado hasta aquí. ¿Cómo es posible que un niño italoamericano del Bronx se convirtiese en Don DeLillo? Suelo volver de vez en cuando con los viejos amigos de mi barrio, nos reunimos y cenamos. Y yo soy igual que ellos. Igual que el mecánico, el electricista o el lampista. Pero cómo he llegado hasta aquí es un misterio.
DE OTROS MUNDOS
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