Venezuela se encamina hacia un nuevo choque institucional con profundas consecuencias en el tablero global. La toma de posesión del próximo presidente, prevista para el 10 de enero, ha intensificado el pulso entre el chavismo y la oposición, una carrera de fondo que lleva años marcando la actualidad regional, en un escenario plagado de incógnitas. El presidente Nicolás Maduro está decidido a inaugurar un nuevo mandato tras haberse declarado ganador de las elecciones del pasado 28 de julio sin presentar pruebas del resultado y sin reconocimiento internacional. Su principal rival en las urnas, Edmundo González Urrutia, mostró en cambio las copias de las actas que demuestran su triunfo y ha prometido volver de Madrid, donde se encuentra asilado, para asumir el cargo.
La investidura, rodeada de fundadas sospechas de fraude del actual presidente, amenaza con profundizar el conflicto político en el país sudamericano y dividir una vez más a la comunidad internacional. Las principales instancias mundiales, de EE UU a la Unión Europea, no reconocen una victoria de Maduro y han asegurado todo el apoyo al veterano diplomático impulsado por la líder opositora María Corina Machado. Sin embargo, a la espera de que Donald Trump se instale en la Casa Blanca el 20 de enero, Bruselas evitará de momento un reconocimiento formal de González Urrutia como presidente electo. El antecedente de Juan Guaidó, reconocido como “presidente interino” en 2019, derivó en un rotundo fiasco y los países miembros han optado por la prudencia para evitar repetir errores.
Es una evidencia que, a pesar de las enormes presiones internas e internacionales, un éxodo masivo y una gravísima crisis económica, el chavismo sigue manteniendo el control absoluto del aparato estatal, el poder judicial y del estamento militar. Esos son los resortes con los que Maduro se aseguró la proclamación tras las elecciones y con los que endureció la represión de sus adversarios. Tanto Europa como otros Gobiernos tienen ya lista una nueva batería de sanciones. En cualquier caso, el sucesor de Hugo Chávez y su cúpula ya han demostrado en el pasado su capacidad de resistencia incluso en los momentos de mayor aislamiento.
El comportamiento de América Latina, hogar de la inmensa mayoría de los más de ocho millones de venezolanos que huyeron en busca de oportunidades, será también decisivo con vistas a los próximos meses. Para empezar, al margen de los Gobiernos autoritarios como los de Cuba y Nicaragua que sí han mostrado su respaldo incondicional a Maduro, la izquierda democrática de la región afronta el dilema sobre cómo actuar ante la investidura. Tanto la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, como su homólogo colombiano, Gustavo Petro, han anunciado que enviarán representaciones de bajo nivel a la toma de posesión del líder bolivariano, lo que representa un giro respecto a su posición inicial de neutralidad o incluso de facilitadores de una negociación. El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva aún no se ha pronunciado y es improbable que el chileno Gabriel Boric decida mandar a alguien.
En Venezuela se respira, mientras tanto, una tensa calma que anticipa un recrudecimiento de la disputa política. Es capital que en la desigual batalla entre el chavismo y la oposición el Gobierno desista de perseguir a sus rivales, libere a los presos políticos, haga algún gesto de distensión y, por encima de todo, no recurra a la violencia para reprimir las protestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario