De izquierda a derecha, los escritores Álvaro Enrigue, Valeria Luiselli y Tryno Maldonado. /DANIEL MORDZINSKI |
Los escritores difíciles
Cuatro generaciones de autores latinoamericanos arrojan luz sobre la nueva escena literaria que se aleja cada vez más de España, en el marco del Hay Festival
ANA MARCOS Cartagena de Indias 27 ENE 2013 - 18:53 CE
Cuando aún retumbaban las palabras de Mario Vargas Llosa en las calles de Cartagena, aterrizaba una camada de cuatro generaciones posteriores de escritores al autor peruano. Frente a unas cervezas y unos cuantos cigarrillos, Valeria Luiselli, Carolina Sanín, Álvaro Enrigue y Tryno Maldonado intentan diferenciar sus palabras escritas del eco del Nobel de Literatura, con el que comparten cartel en el Hay Festival, el encuentro cultural que cerró hoy su octava edición en esta ciudad del Caribe colombiano.
“Los escritores del boom abrimos una puerta a la literatura latinoamericana hace 50 años que no se ha vuelto a cerrar”, afirmaba Vargas Llosa durante la charla que compartió el viernes con el ensayista colombiano Carlos Granés. “Ahora hay una dispersión de voces y temas estilísticamente muy disímiles, más sana e interesante”, toma la palabra Maldonado (Zacatecas, México, 1977), autor de la Temporada de caza para el león negro, finalista del premio Herralde. Sanín (1973, Bogotá) coincide y se aventura a describir la situación opuesta a la que narra Vargas Llosa. La escritora de la compilación de relatos Ponqué y otros cuentos (2010) cree que “el supuesto puente que era España ha dejado de cumplir esa función y son ahora las editoriales pequeñas las que conectan a los escritores latinoamericanos y sus lectores”. El advenimiento y consolidación de una miríada de sellos independientes a lo largo de América Latina genera un nuevo espacio de intercambio que deslocaliza los tradicionales centros de poder editorial –“situados en España, en concreto en Barcelona”, apostilla Luiselli-, en beneficio de la periferia.
Los escritores del 'boom' abrimos una puerta a la literatura latinoamericana hace 50 años que no se ha vuelto a cerrarMario Vargas Llosa
Los ejemplos de Sexto Piso y Almadía en México, Eterna Cadencia en Argentina y Estruendo Mudo en Perú configuran una cartografía editorial sustentada en la comunidad, aunque con ciertos dejes del modelo tradicional que adelantó el sello Joaquín Mortiz en España. “Su papel es romper el star system”, asegura Valeria Sanelli (Ciudad de México, 1983), residente en Nueva York con su marido Álvaro Enrigue (Guadalajara, México, 1969) y su hija, donde ambos son profesores y escritores a tiempo completo. “Apelan a un lector distinto”, apostilla Maldonado. Enrigue, seleccionado por la New York Public Library como escritor residente en 2011 y 2012 tras la publicación de Decencia, desconfía de las afirmaciones que dividen la literatura en dicotomías. “El nuevo sistema de mediaciones y la crisis económica han dinamitado lo que quedaba, aunque sigue habiendo autores que quieren ser de Alfaguara o Anagrama”, asegura Enrigue. “Antes, de hecho, el escritor tenía que cumplir las funciones de un prócer, mi generación ya no tiene esa forma de relacionarse, no se busca esa cercanía con el poder”, afirma Maldonado. “La idea del patriarca literario está obsoleta”.
La bibliografía de estos cuatro autores está plagada de géneros e historias que complican arar surcos de tendencias. Luiselli, autora de la novela Los ingrávidos (2011) también huye de las clasificaciones, “poco fructíferas”: “En México, ha habido un boom de la novela del narco y los libros históricos, pero esto te obliga a polarizar sin aportar nada a una determinada circunstancia creativa o editorial”. El caso colombiano, en palabras de Sanín, se estanca en la preeminencia de la escritura que trata la identidad en un afán “épico y convencional” por escribir la gran novela nacional. “Podemos decir enfáticamente que las novelas latinoamericanas se han vuelto más cortas”, plantea Enrigue. “Pero yo no sé si el número de páginas es el tipo de criterio crítico que debemos adoptar para juzgar la producción de una generación, una región o una especie”.
La preocupación por los argumentos, las historias, que los escritores observan en parte de la literatura que se realiza en América Latina responde a la manera en la que se representan estos pueblos, siempre orientados hacia la gesta. “Esto genera una falta de preocupación por el estilo o el deseo de investigar el lenguaje, las formas y los géneros”, asegura Sanín, que ejerce como profesora de literatura del Siglo de Oro y medieval en la universidad de los Andes en Bogotá. “La generación McCondo escribía para el exterior, enseñaban una Latinoamérica con aptitudes neoliberales, todos éramos más guapos y vivíamos en barrios de moda, libros listos para ser traducidos”, explica Maldonado. “Me da miedo generalizar, pero la literatura de mi generación es más intimista y experimental en la fragmentación de la novela, corre riesgos”, ejemplifica. O lo que terminan por denominar: escritura difícil. “La que no vende”, bromea Luiselli. “Bueno, le decimos difícil para no quedar mal”, responde Enrigue.
Pese al nuevo sistema de mediaciones y la crisis económica, sigue habiendo autores que quieren ser de Alfaguara o AnagramaÁlvaro Enrigue
El Hay Festival se convierte en ejemplo de ese laboratorio en el que se pueda dar “la conversación con los difuntos” –los clásicos a los que recurren estos escritores-, y las mesas con los nóbeles, sin demeritar al hervidero de escritores que como Luigi Amara consiguieron agotar en dos meses la edición de su libro La escuela del aburrimiento, tras su paso por la edición mexicana de Xalapa en octubre. “Emiliano Monge, Julián Herbert, Alejandro Zambra,… ponen en jaque las tradiciones y discuten el lugar del escritor y la posición social de la escritura”, opina Enrigue. “Tengo la sensación de que mi generación ya no tiene como referente a Carlos Fuentes”, plantea Maldonado, en referencia a una antología sobre sus coetáneos que publicó en México y donde se encontró con que los autores más mentados eran Bolaño, Piglia, Rodrigo Rey Rosa, “marginados por el canon latinoamericano”.
La cuarta pata para sostener la literatura latinoamericana que encuentra el quórum entre los autores es la Academia. Sea por deformación profesional o por la libertad lectora que encuentran al preparar sus clases, coinciden en que en “la república de las letras en español se produce una paradoja bastante seductora cuando se tiende a despreciar públicamente a la academia”, dice Enrigue, ejerciendo casi de portavoz.
Sanín, Luiselli, Enrigue y Maldonado están convencidos de que “lo que importa es la conversación con el lector. Todo lo demás –tendencias, referentes, maneras de contar la historia, el léxico- es sucedáneo”.
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