“A mis ochenta y un años, me siento atenta, vital, yo diría que espléndida… cuando escribo”. Esto declara Toni Morrison, premio Nobel de Literatura en 1993, en la contraportada de Volver y lo recojo porque tiene todo que ver con la escritura del libro mismo. Sí, porque cuando un escritor de raza alcanza esa edad en la que uno está ya más allá de la vanidad del reconocimiento, suele acceder a esa forma de gracia que llamamos claridad y que es, paradójicamente, la cualidad más oscura de todas; quizá la más admirable y, con seguridad, la más difícil.
Pero Morrison, que es una escritora tan lírica como implacable frente a la realidad del mundo del negro norteamericano y, especialmente, del mundo femenino, en sus últimas novelas ha abandonado la escritura realista tradicional (La canción de Salomón, por ejemplo) para, sin perder pie en ella, trabajar más cerca de un cierto experimentalismo selectivo producto de la busca de esa claridad antes mencionada. Volver es un ejemplo perfecto: la escritura es más delgada y precisa que nunca, pero la estructura es más compleja. El resultado es un libro exento de todo adorno, con una prosa concisa, de imágenes y expresiones sustanciales y contundentes en el relato general y sobriamente lírico en la voz de su protagonista.
Integra sueños y visiones en la dura realidad circundante de manera convincente y emocionante.
Estamos en los años cincuenta en Estados Unidos. Frank Money es un joven veterano de la guerra que se alistó, con sus dos amigos íntimos, para escapar los tres del asfixiante poblacho en el que vivía. Hace un año ha regresado a su país con la carga de los dos amigos muertos en combate y sin atreverse a volver al pueblo al sentirse culpable de ser el único que ha sobrevivido. El personaje está admirablemente modelado en su dificultad: un hombre elemental inmerso en un sentimiento complejo que no es capaz de asimilar. Pero recibe una carta en la que le avisan de que su hermana, el ser a quien siempre ha protegido y el único que ha dado sentido a su existencia, se encuentra en serias dificultades, abandonada por un bellaco que se casó con ella mientras él estaba en la guerra. La novela cuenta el camino de Frank hacia el rescate de su hermana, que es el camino hacia la recuperación del único afecto parecido a un hogar que ha sentido nunca, pero que es también el camino hacia sí mismo, hacia la recuperación de sí mismo en el mundo hostil que lo ha abocado a la soledad, a la inseguridad, a la bebida y a una suerte de alienación de sí mismo capaz de desembocar tanto en la cólera desatada como en el instinto de supervivencia.
La extraordinaria construcción de la atormentada mente de Frank Money es un auténtico tour de force. Integra sueños y visiones en la dura realidad circundante de manera convincente y emocionante. Él se constituye en la línea de flotación de toda la novela y los diversos personajes que afluyen a ella lo hacen como las olas que baten el casco de una embarcación. Siente que no pudo salvar a Mike y Stuff, sus dos amigos del pueblo: “Basta ya de personas que no salvaba”, dice, “a mi hermana no, ni hablar”. Y es entonces, al ir en su busca, cuando comprende, instintivamente, que “(ella) era la primera persona que había tomado bajo su responsabilidad. Muy dentro de ella vivía la secreta imagen de sí mismo: un yo fuerte y bueno ligado a aquellos caballos y al entierro de un desconocido” (se refiere a las dos escenas que inician su infancia y el libro).
Sí, la oscura claridad es la gracia que ilumina este precioso relato.
Volver. Toni Morrison. Traducción de Amado Diéguez. Lumen. Barcelona, 2012. 160 páginas. 17,90 euros.
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