miércoles, 11 de julio de 2018

Johannes Vermeer / La joven de la perla

Jonannes Vermeer
La joven de la perla (entre 1660 y 1665)
Óleo sobre lienzo, 44.5 x 39 cms
Museo Mauritshuis, La Haya, Holanda

Johannes Vermeer

La joven de la perla

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Esta preciosidad, a la que últimamente los más cursis llaman ‘La Mona Lisa del Norte’, ‘La Gioconda holandesa’ y otras estupideces sin sentido, fue adquirida por Des Tombes (un gran coleccionista y benefactor de ‘La Casa de Mauricio’ -Mauritshuis- en la que se expone) en una subasta en La Haya por ¡¡¡dos florines y treinta centavos!!!, lo que ya entonces, 1882, era un importe insignificante. Hoy, sin embargo, su precio sería enorme si estuviera a la venta, (que no es el caso), porque…
 
Este cuadro se aparta bastante de la norma general de Vermeer de pintar a una mujer sola sorprendida en sus quehaceres leyendo una carta, vertiendo la leche, o mirándose a un espejo, siempre modeladas en tres cuartos o cuerpo entero en el interior de viviendas muy bien amuebladas y pintadas con suma precisión. Pero aquí no, sin ser el único cuadro que cumple otras normas, La Joven de la Perla es un busto colocado contra un fondo oscuro. La mirada de la chica por encima del hombro en el preciso momento en el que el espectador la mira a ella es el motivo principal de este cuadro sencillo, tan sencillo que se ha evitado cualquier detalle trivial y su sencillez lo hace abrumadoramente bello destacando la belleza simple de la modelo, de sus ojos, de sus labios y de la perla.
El pintor ha intentado representar la realidad fielmente de manera precisa, pero sin hacer un retrato concreto, porque esta chica no es nadie conocido, sino una idealización. Un ejercicio de pintura que en aquella época era conocido entre los pintores con el nombre de ‘tronie’. No es de extrañar que sea considerado una idealización. Por favor, fíjate bien en el brillo de los labios, en los ojos cristalinos, y en la manera de resolver el brillo fulgurante de la perla, que es el punto más nítido de la imagen. Fíjate en la sobriedad de sus ropajes tan lisos que apenas nos fijamos en los fruncidos de su espalda, saborea la luz dentro de la sombra en su mejilla, los pliegues de su pañuelo amarillo, la tranquilidad que se desprende de toda la composición.
¿Ves?, pintar cosas complejas, barrocas, sobrecargadas de artificios, es al final más sencillo que pintar cosas simples y perfectamente bellas. Para la la adaptación cinematográfica del best seller de Tracy Chevalier, del mismo nombre que el cuadro, el director Peter Webber y su equipo habían realizado una compleja selección de actrices que duró casi trece meses y de la que al fin resultó elegida Scarlett Johansson. Solo la belleza de la actriz hace que el resultado pueda equipararse, simplemente porque no hay mucho más donde agarrarse, si exceptuamos esa luz tremenda y viva de Delft (el pueblo del pintor).
Todo es simple, genuino, bello y directo en esta imagen. La maestría del autor hace que la luz destaque en un fondo sin luz, que la modelo exponga su belleza personal sobre una apariencia de mujer sencilla y que cualquier detalle sea tan destacable que, a pesar de su reducido tamaño, estemos mucho tiempo sin poder apartar la mirada de la de ella.
Vermeer tuvo que haber gozado de cierta fama en su tiempo, formó parte del consejo directivo del Gremio de Pintores y sus obras se debían cotizar caras. Cuando en 1663 fue visitado por el noble francés Balthasar de Monconys, que iba con intención de comprarle algo, luego escribió en su diario: “No tenía ninguna obra en su casa, pero vimos una en la casa de un panadero que había pagado 600 libras por ella, aunque no estaba compuesta más que por una figura”.Sin embargo la crisis financiera producida por la guerra con Inglaterra y Francia en 1672 perjudicó mucho a los artistas y tras su muerte en 1675 se vio que Vermeer había dejado a su mujer (¡y a sus diez hijos!) cargados de deudas hasta el pescuezo.
Como consecuencia del reducido tamaño de sus pocas pero preciosas obras, su nombre fue paulatinamente olvidado hasta el siglo XVIII. Sus cuadros exportados al extranjero eran atribuidos a otros maestros holandeses, solo algunos expertos sabían realmente quién era. Hasta que en 1886, el crítico francés Theophile Thoré, bajo el seudónimo de William  Bürger, publicó una serie de artículos excelentes sobre la obra de este gran maestro que a partir de entonces ganó fama mundial y el valor de sus cuadros se multiplicó por diez en tan solo cinco años. Hoy su valor de entonces se ha multiplicado por mil quinientos.
Pero a pesar de todo, quiero destacar que no solo es la maestría del pintor la que ha hecho de La Joven de la Perla un cuadro extremadamente bello, sino la propia belleza de la modelo, si es que la hubo, porque cuando Vermeer acomete el retrato de otra joven de similares características su resultado es… digamos… bueno, pon tu el adjetivo:




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