viernes, 13 de julio de 2018

Fútbol / Siempre nos quedará Modric





Modric, en el partido contra Rusia.
Modric, en el partido contra Rusia.  AP

Siempre nos quedará Modric

Caídos Messi y Cristiano, y con Neymar por los suelos, no hay jugador de más altura en el Mundial que el croata


Oscar Sanz
9 de julio de 2018

Está el fútbol de enhorabuena. Eso dirán (diremos) algunos, hartos del eterno duelo deportivo, mediático, popular y cansino, sobre todo cansino, entre Messi y Cristiano. El Mundial ha puesto fin a un tiempo que parecía eterno en el que uno y otro, el otro y el uno, han acaparado todos los focos, todos los elogios, todas las críticas incluso, como si no hubiera más fútbol a un metro de las narices de ambos. Pero lo había y lo hay. Y en Rusia se ha demostrado. Se podrá pensar que no hay futbolista con la calidad de Messi en el planeta fútbol. Bien pensado está. Como se podrá pensar que nadie posee el gen competitivo y la capacidad goleadora de Cristiano. Estupendo pensamiento. Pero a partir de ya habrá que echar un ojo alrededor de ambos, más cerca que lejos, y certificar no ya que todo toca a su fin, que también, sino que hay gente que merece sentarse en el trono del fútbol mundial aunque sea un ratito, aunque sea de medio lado. Gente que es capaz de liderar a una selección sin demasiadas ínfulas, de clase media, de las que se espera valentía y dignidad. ¿Se les ocurre alguien?
Comenzó Cristiano el Mundial en modo atronador. Tres goles marcó a España, uno de penalti, otro por la gracia de De Gea y un tercero merced a un excelente lanzamiento de falta. Y amplió su racha ante Marruecos, en un partido en el que la selección africana sacó los colores a Portugal. Y ya. Hasta ahí el papel del todavía (al menos a la hora en la que se pergeñan estas líneas) jugador del Real Madrid. Podrá decirse que el 7 de todos los sietes andaba ofuscado por su deseo de irse del Madrid y, más ofuscado aún, porque el club blanco le haya abierto la puerta de salida amén de envolverle en un papel de regalo llamado 100 millones.

En octavos cayó Cristiano, la misma ronda en la que dijo adiós la Argentina de Messi. Tampoco el jugador del Barça tuvo la mejor de sus actuaciones, mal acompañado como estuvo y peor dirigido por Sampaoli, ese técnico que parecía llamado a entrar en el selecto club de los inventores del fútbol. Dejó Messi, como no podía ser menos, un gol de bandera, el que logró ante Nigeria, que no sirvió más que para alargar la agonía de una agónica Argentina. Pocas noticias más se tuvieron de un Messi que acabó despellejado por los medios de comunicación de su país, expertos como son en el despellejamiento de Messi.

Apagados los dos faros que han guiado el fútbol mundial en la última década, a razón de cinco Balones de Oro por faro, quedaba la esperanza de que el llamado a ser su heredero demostrara que estaba dispuesto a calarse la corona que aquellos habían dejado olvidada en el cajón de los fracasos. Para entender el torneo de Neymar nada mejor que acercarnos al Sir Walter Pub, afamado tugurio ubicado en la zona norte de Río de Janeiro. No se le ocurrió otra cosa al regente del citado local que, durante el partido que enfrentaba a Brasil con Serbia, invitar a una ronda de chupitos a todos los presentes por cada caída al suelo de Neymar. Este opinante desconoce si el amigo Walter agotó las existencias, pero no cuesta imaginar que las cogorzas que se produjeron allí fueron de época. Y es que Neymar ha vivido un Mundial a ras de suelo, que fue este su elemento natural algunas veces por las duras entradas de los rivales y otras por su incorregible apego al derrumbe.
Y si los reyes ya no están y el príncipe heredero tampoco, no queda otra que buscar en la plebe a quienes de verdad están dando lustre al Mundial. Y echando un vistazo a los semifinalistas, quien esto escribe se queda con el fútbol de ataque, directo y apasionante de Bélgica, esa selección que dirigen Hazard y De Bruyne y no pierde un segundo en un toque de más, con el juego y la madurez de Griezmann y, por encima de todo y de todos, con el número 10 de Croacia, sí, ese que están ustedes imaginando, y al que más pronto que tarde, con o sin Balón de Oro, el mundo del fútbol acabará reconociendo como lo que es: el mejor centrocampista del planeta. Modric, se llama.

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