martes, 10 de julio de 2018

Christos Tsiolkas / La bofetada


CHRISTOS TSIOLKAS

LA BOFETADA

Lorena Alvarez González

26 de febrero de 2016


Dicen que el simple aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo. Un gesto, un segundo, un acto irreflexivo. Ya está, el cambio ya se ha operado, hay un antes y un después de ese no siempre inofensivo aleteo, como el efecto que causa una piedra arrojada a un estanque al perturbar la aparente tranquilidad de las aguas de la superficie. No nos engañemos, el cambio es mucho más profundo, no es solo superficial. Es más, cuanto más hacia adentro trascurre la trayectoria de la piedra más se perturba la parte visible del agua. Pero aunque no siempre nos demos cuenta, el peligro de tsunami siempre estuvo ahí, esperando en lo más profundo a que se abran las compuertas. El aleteo es tan solo el detonante, la piedra la que inicia la onda expansiva.
"Vio el brazo de su primo levantado, lo vio cortar el aire y luego vio la palma abierta descender y golpear al niño. La bofetada pareció resonar. Resquebrajó el crepúsculo. El niño levantó la vista hacia el hombre, conmocionado. Hubo un largo silencio. Era como si no pudiera comprender lo que acababa de ocurrir, la coincidencia entre la acción del hombre y el dolor que estaba empezando a sentir. El silencio se rompió, la cara del niño se contrajo y aquella vez no hubo lloriqueos: cuando empezaron a caer las lágrimas, cayeron en silencio."
Portada de La bofetada
La bofetada de la cita anterior es el aleteo de la mariposa que causará un antes y un después, es la piedra arrojada al estanque que perturbará la aparentemente tranquila convivencia de los allí presentes, la que hará que el efecto de la palma de la mano del hombre sobre la pequeña mejilla del niño alcance cual onda expansiva a todos los testigos de esa reveladora acción. Un pequeña fiesta, una reunión de familiares y amigos, un niño malcriado cuyo comportamiento saca de quicio al resto de niños y a varios de los adultos, un hombre que pierde los nervios y el autocontrol ante un niño que no es su hijo. Los padres del niño consideran el comportamiento del hombre inaceptable y quieren dar parte a la policía. El resto de invitados se sentirá inevitablemente posicionado a uno u otro lado pero en ese primer momento optarán por guardar silencio. La fiesta ha terminado.

Esta es la premisa de la que parte esta novela. A partir de ahí, veremos como este hecho que podría haber acabado en una triste y reprochable anécdota, afecta a este grupo de personas y a las relaciones que mantienen entre sí. Christos Tsiolkas divide su libro en ocho largos capítulos cada uno de ellos dedicado a un personaje diferente. Así, no solo conoceremos su opinión acerca de la bofetada, sino que iremos descubriendo lo que guardan, lo que esconden. Las aguas removidas bajo la superficie son profundas, algunas incluso oscuras. El mundo y la sociedad en la que se mueven son complejos, sujetos a leyes no escritas. Nosotros, lectores, tampoco podremos evitar posicionarnos a uno u otro lado de la brecha insalvable que ha abierto la bofetada, y a lo largo de la lectura del libro tal vez no cambiemos de opinión pero sí que se irá difuminando nuestra beligerancia, retiraremos apoyos y virará nuestra visión de los principales implicados.
"No es vergonzoso sentir las cosas con intensidad. No tienes que avergonzarte de que te indigne tanto lo que pueden hacer los adultos. Es una de las mejores cosas que tiene ser joven. Solo llega a ser un problema si dejas que la indignación se convierta en superioridad moral."
Lo que me llamó la atención de este libro es el tema de la educación de los niños: las consecuencias de una exagerada permisividad, el saber poner límites... Aunque no tengo hijos es algo que me preocupa y que siempre me ha interesado. Los niños y los jóvenes son el reflejo de la sociedad que los educa, ellos son nuestro futuro, ellos determinarán hacia donde se dirige nuestro mundo, y aunque en última instancia cada uno es responsable de sus propios actos, no puedo evitar pensar que las generaciones precedentes tenemos cierta responsabilidad sobre las generaciones futuras y su comportamiento. Lo que más me sorprendió sin embargo a medida que avanzaba en la lectura es que el libro no se quedaba solo ahí. El mundo en el que se mueven los personajes es complejo, tal y como he comentado en un párrafo anterior, no se puede entender a las personas individualmente sin tener en cuenta el complicado entarimado de relaciones que sostienen, sus vivencias, sus necesidades y carencias. Hay que saber de dónde vienen y a donde van, suponiendo que ellos mismos lo sepan.

Fotografía de Adina Voicu
La trama de esta novela trascurre en Melbourne. Una gran ciudad, cosmopolita, multiculturalmultirracial, en la que conviven también múltiples credos y religiones. Demasiados 'multis'. No debería ser tan difícil la convivencia cuando esta se ha mantenido a lo largo de los años. Lo es. No deberían existir prejuicios ante lo que aunque diferente ya nos es conocido. Los hay. Y luego está también el conflicto generacional, y las lealtades innatas y las adquiridas. La defensa de la familia por encima de todo, pero... ¿y la otra familia, la elegida, la que nos regala la vida, los amigos? ¿Y la familia política? ¿Ha de ser la lealtad hacia nuestras parejas extensible a sus familias? ¿Y la lealtad hacia nosotros mismos, a nuestras convicciones? Demasiados conflictos. Y no nos olvidemos, claro está, de cómo afronta cada uno su maternidad o su  paternidad. Y fijaos en que he separado ambas con una 'o' en lugar de unirlas con una 'y'. Madres, padres, cada uno asume su rol y pareciera que sus papeles les supusiera diferente implicación. Diferente, ni mejor ni peor. En este libro no hay soluciones ni recetas mágicas, en la vida real tampoco.
"No por primera vez suspiraba por dentro ante el conservadurismo innato de las mujeres. Era como si ser madre, el sufrimiento del parto, las enraizase eternamente con el mundo, las hiciera cómplices de las flaquezas, errores y estupideces de los hombres. Las mujeres eran incapaces de camaradería, sus propios hijos siempre pasaban por delante. No es que para él sus hijos no fuesen lo primero, no es que él no se hubiese sacrificado por ellos. Él se quedó allí, en aquella casa, con aquella mujer en aquella vida en particular se sacrificó por ellos. Pero no estaba ciego a lo que eran y quiénes eran sus hijos. Por supuesto, había hombres que pensaban como las mujeres, hombres cuyos hijos les hacían insensibles al valor de los demás. Pero eran hombres débiles, no pertenecían al mundo. Y desde luego, claro, también había mujeres fuertes, mujeres de fuego y espíritu, mujeres que dirigían revoluciones, mujeres que elegían el martirio. Pero eran raras. Las mujeres eran madres, y como madres, eran egoístas, impasibles, indiferentes ante el mundo."
Real, verídica, convincente, así es la novela de Christos Tsiolkas. Ambiciosa también, quiere abarcar mucho y consigue llegar a todo, sin aparente esfuerzo además, hace parecer fácil lo difícil. Escarba bajo la capa visible, la imagen que queremos ofrecer a los que nos observan y bajo ella crea túneles que sostienen una trama viva por impredecible. No deja flecos sueltos, todo lo que cuenta lo cuenta por algo, y el momento elegido para hacérnoslo saber no está dejado a la improvisación. La bofetada de su novela es un ágil e inesperado tortazo que sonroja y deja boquiabierta a nuestra sociedad. Su historia trascurre en nuestras antípodas geográficamente hablando, pero puede extrapolarse perfectamente a cualquier gran urbe de cualquier país occidental. Uno alberga ganas a veces de abofetear no solo a niños sino a adultos, por ese poder paralizante inherente al bofetón, ese efecto mariposa que lo para todo momentáneamente para que tomemos conciencia e iniciemos un cambio, y lo haría de buena gana si no fuese un comportamiento poco adulto. ¿A dónde vamos con nuestra hipocresía, nuestra intolerancia, nuestra violencia soterrada, nuestro comportamiento egoísta e infantil? ¿Qué ejemplo le estamos dando a nuestros hijos, qué mundo les estamos construyendo, cómo les estamos enseñando a manejarse en él? Y todavía hay personajes en esta novela que cuestionan el papel del estado diciéndonos lo que podemos y no podemos hacer, como si por nosotros solos fuésemos capaces de asumir la responsabilidad de nuestros actos. Y todavía tenemos la desfachatez de llamarnos a nosotros mismos ebrios de orgullo sociedades avanzadas. ¿Avanzadas...? ¿Hacia dónde?
"Hablaba de la responsabilidad y el amor que implicaba ser padre, pero odiaba el temor que sentía por sus hijos, detestaba la noción de estatus que se había convertido en parte de su mundo social, de sus amigos, su familia, en lo tocante a la educación de los hijos. Quiero que mis hijos vayan andando al colegio, quiero que jueguen en las calles, no quiero que estén tan protegidos que acaben teniendo miedo del mundo. "El mundo ha cambiado -afirmó ella-, es peligroso". "No -contestó él-, el mundo no ha cambiado... Somos nosotros los que hemos cambiado"."






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