viernes, 20 de diciembre de 2024

Annie Ernaux: «En la medida en que somos el sexo dominado, no veo cómo podríamos no ser feministas»

 


Ernaux vive en una casa de Cergy con paredes empapeladas con diseños de William Morris.

Ernaux vive en una casa de Cergy con paredes empapeladas con diseños de William Morris.AMBROISE TEZÉNAS


Annie Ernaux: «En la medida en que somos el sexo dominado, no veo cómo podríamos no ser feministas»

Es una de las grandes autoras francesas. Nos recibe en su casa para hablar de su aborto, de la relación con su madre y de cómo su activismo es su gran obra.


Silvia Ayuso

29 de febrero de 2020

Que Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) reciba en su casa, un personalísimo remanso de calma y libros en Cergy, a 40 kilómetros de París, no es extraño. Su obra, que la ha convertido en una referencia en feminismo y en conciencia de clase para varias generaciones, es una cuidada combinación de experiencias extremadamente personales –como el aborto al que se sometió en 1964, una década antes de que fuera legalizado en Francia y que relata en el recientemente reeditado en español El acontecimiento (Tusquets)– con una reflexión sobre la realidad social de cada momento. Todo en un estilo sobrio, casi desapegado, como si no fuera ella misma la protagonista, que hace su prosa inconfundible. Y siempre desde la mirada crítica de una mujer combativa que lo cuestiona todo, empezando por ella misma. «No me veo escribiendo algo puramente personal, íntimo, ya que somos lo que somos en el mundo, en un cierto mundo y en una determinada época. Hay un contexto histórico y un contexto social del mundo al que pertenecemos socialmente que es muy importante», afirma la autora. 

Esa curiosidad y combatividad no han desaparecido con el tiempo. Sigue escribiendo y luchando por lo que cree, publicando regularmente en la prensa tribunas sobre sus grandes pasiones, la política y el feminismo. Y recibiendo reconocimientos, como el Premio Formentor de las Letras, que se le concedió en 2019 en homenaje a toda su trayectoria. A punto de cumplir 80 años, ronda la edad en que falleció su madre, aquejada de Alzheimer a mediados de los ochenta, otra experiencia a la vez personal, pero también analizada desde una perspectiva social –«sentí la necesidad de explicar qué era esa enfermedad en una época en la que no se hablaba de ello», cuenta con el gesto aún triste décadas más tarde– en Una mujer, el libro que publicará en mayo en español la editorial Cabaret Voltaire.Una obra que le permitió reflexionar al mismo tiempo sobre la complicada relación con su madre, una mujer tan parecida y tan diferente a la vez a ella misma, que se tuvo que poner a trabajar cuando aún era casi una niña, pero que hizo todo lo posible para que su hija continuara sus estudios, lograra sus sueños y «medrara» socialmente.


Detalles del universo de Ernaux, que vive en una casa con jardín a 40 kilómetros de París.
Detalles del universo de Ernaux, que vive en una casa con jardín a 40 kilómetros de París.AMBROISE TEZÉNAS

Pese a su éxito social y profesional –el año pasado fue también finalista del Premio Booker–, Ernaux sigue profesando una fuerte conciencia de clase que hace que se sienta más cerca de «los invisibles», como llama a esas clases populares hoy personificadas en los chalecos amarillosque ha defendido vigorosamente en la prensa o en los trabajadores que protestan desde diciembre contra la reforma de las pensiones –«ahora estoy abiertamente con los huelguistas», proclama–, que con la «élite» que dice ver encarnada en el presidente Emmanuel Macron, al que acusa de haber «reactivado» la brecha social en Francia. «Sé lo que representa pertenecer a esa clase (popular), los límites que se ponen a la gente que no tiene los medios económicos ni culturales. Mi madre tenía la esperanza de que a mí me fuera mejor que a ella y así sucedió. Pero ahora esas esperanzas están mucho más limitadas», lamenta.

En el fondo está ese sentimiento de no pertenecer ni a uno ni a otro mundo del todo. «Siempre he sido una intrusa en el mundo dominante», reconoce tanto con orgullo como con una cierta resignación.«Y mi madre pertenece al mundo que abandoné (…), era el último vínculo con ese mundo que fue el mío, el mundo popular que había dejado», explica la autora que en tantas obras ha analizado esa sensación de «tránsfuga» entre clases sociales que probablemente nunca digerirá por completo. «Sigo estando entre dos mundos. Porque conozco los códigos del ‘dominante’, pero durante 20 años solo conocí el otro, el de mis padres, un mundo muy pobre». Ese lugar con el que nunca ha logrado o querido romper del todo lo encarnaba, para la Ernaux niña, el café que regentaban sus padres en la pequeña localidad normanda de Yvetot, donde pasó su infancia y adolescencia, hasta que se marchó, para no volver jamás, cuando se fue a estudiar a la universidad de Rouen y luego a la de Burdeos. No obstante, el café ha sido un elemento constante en su obra –«se ha convertido en un lugar literario mítico, no exactamente como el Combray de Proust, pero tampoco muy lejos», decía el año pasado Emmanuel Carrère, uno de los abiertos admiradores del particular estilo de Ernaux, a El País– y fue también la semilla de ese feminismo del que ha hecho gala toda su vida.

Revistas literarias y obras de autores como Marguerite Duras, Jean-Paul Sartre, Agustina Izquierdo, Marguerite Yourcenar o Éric Reinhardt llenan sus estanterías.
Revistas literarias y obras de autores como Marguerite Duras, Jean-Paul Sartre, Agustina Izquierdo, Marguerite Yourcenar o Éric Reinhardt llenan sus estanterías.AMBROISE TEZÉNAS

«Ver cómo se comportaban los hombres en el café… no era una bella imagen de lo masculino. En mi juventud había un machismo fabuloso», se ríe Ernaux décadas más tarde. A partir de ahí, nunca ha dejado de desarrollar –y explicar– su conciencia feminista, apuntalada con su traumática experiencia del aborto cuando era estudiante o incluso una vez casada, cuando no podía dejar de preguntarse «por qué soy yo la que tiene que cocinar o la que lleva a los niños al pediatra, porque mi marido jamás los llevó, jamás». Y es que si algo tiene claro Annie Ernaux es que «no se puede dejar de ser feminista». Sostiene que no hay duda. «Siempre me ha sorprendido que me pregunten si soy feminista. Yo respondo que no entiendo que se sea mujer y no ser feminista. En la medida en que somos el sexo dominado, no veo cómo podríamos no ser feministas».



La sala del piano y la chimenea de la casa de la escritora.
La sala del piano y la chimenea de la casa de la escritora.AMBROISE TEZÉNAS

Por ello, Ernaux ha sentido una emoción especial con el surgimiento del movimiento #MeToo y las multitudinarias protestas de los últimos años a favor del aborto o en contra de la violencia machista en todo el mundo, aunque subraya que no le sorprende, porque la actual es una generación de chicas jóvenes que, cuenta, empezó a notar ya en los principios de la década del 2000, «no dejaban que les pisaran y cuestionaban comportamientos» machistas, hasta gestos simples como que se esperara que la cuenta del restaurante la pague el hombre. «Me pareció prometedor y voilà, luego llegó el #MeToo, esa generación que explotó frente a ese poder hegemónico que se encuentra en todas partes. No hay más que ver el caso Matzneff», dice en referencia al escándalo de pederastia que ha sacudido este invierno el mundo literario e intelectual francés por el libro de la escritora Vanessa Springora El consentimiento, en el que relata su relación en París a mediados de los ochenta, cuando tenía 14 años, con el escritor Gabriel Matzneff, de 50, sin que nadie del círculo intelectual ni familiar –ni las instituciones– lo impidiera.

«Vivo el #MeToo con gusto, me dije: ‘Vaya, están pasando cosas cuando creía que ya no iban a pasar’, sobre todo tras los años ochenta y noventa, cuando hubo un reflujo del feminismo increíble», celebra.Recién cumplidos los 45 años de la entrada en vigor de la Ley Veil, que legalizó el aborto en Francia, Ernaux considera que hay avances que, pese al aumento en algunos países del discurso ultraconservador, no darán marcha atrás de forma generalizada. Lo que no quita, advierte, que no haya que bajar jamás la guardia. «Siempre hay que prestar mucha atención a todo lo relacionado con los derechos de la mujer. Ojalá me equivocara, pero tengo esa sensación de que están siempre bajo vigilancia de la sociedad y siempre se puede limitar nuestra libertad, sobre todo en lo que concierne a la reproducción, porque es un poder inmenso de las mujeres el poder tener hijos. Y ese derecho que tenemos de negarnos a tenerlos a algunos les resulta insoportable».




‘Una mujer’, el libro sobre su madre que Cabaret Voltaire editará el próximo mes de mayo.



EL PAÍS 




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