YO NECESITO AMOR, DE KLAUS KINSKI
En noviembre de 1991, el actor Klaus Kinski fue encontrado sin vida en su casa de California, cuando, al parecer, llevaba muerto más de veinticuatro horas. Pocos creyeron que Kinski falleciera realmente «por causas naturales». En efecto, alguien que dice de sí mismo «soy como una bestia con uñas. Si no fuera actor, me habría convertido en asesino o mártir» no puede morir como todo el mundo. Estas memorias nos aclaran la razón profunda, casi intolerable, de su extraño comportamiento.
Hacía ya mucho tiempo que teníamos noticia de estas memorias suyas cuando finalmente, en la primavera de 1991, pudimos leerlas.
De no ser por la descarnada sinceridad que rezuma todo el libro, el lector podría pensar a priori —tal es el infierno que describe Kinski como propio de su vida— que hay en él simple provocación y escándalo. Pero nadie que lea esta confesión estremecedora, nada halagadora para el autor, puede ser llevado a engaño. Hoy, ya fallecido él a los 65 años, se convierte, además, en un valioso documento autobiográfico.
“Se busca a Jesucristo. Profesor, obrero. Domicilio, desconocido. No profesa ninguna religión. No milita en ningún partido. No se le ve en reuniones públicas. El prófugo está acusado de robo, corrupción de menores, blasfemia, profanación de iglesias, insultos a la autoridad, desprecio a las leyes, compadreo con putas y criminales…”
Kinski, que comenzó actuando monólogos-recitales “poéticos” a finales de los 50s, inicia su pequeño-gran codex confesional, con este párrafo clave de su mega performance-happening-mesiánico que invadió los escenarios europeos a finales de los 60s. En éstos, berreaba con desparpajo “únicamente” armado con su voz (y su actitud)… frente a una muchedumbre que respondía sus provocaciones con algo más que solo confrontaciones cortopunzantes. Con lujo de detalle esto está retratado en el documental Jesus Christus Erlöser (2008) dirigido por Peter Geyer, el albacea de Klaus Kinski: “100 minutos de histrionismo, oratoria y violencia verbal en una época en que las estrellas tenían cojones y escaso miedo al ridículo”.
Luego de una acumulación de escandalosas presentaciones, comienza otra de sus tantas tormentosas experiencias, esta vez con un tal Herzog. Kinski sale del spaghetti western y vira hacia algo más en su tono: Aguirre, der Zorn Gottes (otro iracundo) y con ello un nuevo y más lucrativo giro y periplo anti-actoral:
“Herzog, el productor de la película, también ha escrito el guión y quiere dirigirla. Lo primero que hago es preguntarle cuánto dinero tiene”. (…) (Herzog) tiene una manera de hablar plúmbea, más perezosa que un sapo, minuciosa, quisquillosa, fragmentaria; de su boca brotan cascotes de palabras, que intenta retener al máximo, como si le pagaran intereses por ellas. Pasa una eternidad hasta que por fin se saca del cerebro uno de sus mocos mentales resecos”. (…) No entiendo nada de lo que está hablando, excepto que está enamorando de sí mismo sin motivo aparente y está fascinado por su propia osadía, que no es más que la ignorancia de un diletante”. (….) Y afirma, con el mismo descaro y ramplonería (por decir así, relamiéndose los labios, como si se tratara de un bocado delicioso), que todos los que participaran en el proyecto están dispuestos a aceptar con alegría las inimaginables fatigas y privaciones que les esperan, con tal de seguirle los pasos a él, a Herzog”.
“Pasolini, que me ha mandando el guión de Pocilga, su ultima película, se presenta en la Appia con una horda de chicos jóvenes, y quiere hablar conmigo. (…) Desde luego, el argumento es un poco excesivo. El personaje principal, que debería interpretar yo, es un tipo que, impulsado por el hambre, ataca a un guerrero bien formado y lo devora. Esa historia después de todas las paridas que he tenido que rodar hasta ahora, parece soportable. Pero el sueldo no. El productor Doria es de los mejores de Italia, pero si yo cobrara en todas mis películas el salario de hambre que él me ofrece, para sobrevivir tendría que acabar comiéndome a Doria o quizás incluso a Pasolini”.
A lo largo de sus memorias Kinski se sitúa en muchísimos terrenos y no tiene sentido intentar llegar a una convicción sobre su atormentada y/o histriónica psiquis. Lo único ligeramente claro es que Kinski legítimamente y a sus anchas fanfarronea al tiempo que derrocha, estalla y prueba a las personas mientras no suelta el acelerador. La misericordia no era lo suyo. Siempre actuaba y a la vez detestaba su propio rol. Ninguneaba a sus colaboradores, se sensibilizaba con los animales pero trataba con infinita desconfianza y desprecio poético a toda la alimañezca y tacaña humanidad desde Fellini a Loach, de Cavani a Visconti.
“Lo que enseñan en esas escuelas de actores es una retahíla de escalofriantes estupideces. Al parecer las peores son las llamadas actor’s studios, de Estados Unidos. Allí aprenden a ser naturales, es decir, se repatingan, se hurgan la nariz y se rascan los huevos. A esa imbecilidad la llaman method acting. ¿Cómo se puede “enseñar” a alguien a ser actor? ¿Cómo se puede enseñar a alguien cómo y qué debe sentir y cómo debe expresarlo? ¿Cómo puede alguien enseñarme a mí la manera de reír y llorar? ¿La manera de alegrarme y estar triste? ¿Lo que son el dolor, la desesperación y la felicidad? ¿Lo que son la pobreza y el hambre? ¿Lo que son el odio y el amor? ¿Lo que son el anhelo y la satisfacción? No, no quiero perder el tiempo con esos cretinos engreídos”.
Círculo de Lectores, 1998.
Traducción de Joan Parra Contreras.
446 PÁGINAS.
LIBRERÍA EL EXTRANJEROTraducción de Joan Parra Contreras.
446 PÁGINAS.
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