lunes, 27 de diciembre de 2021

Katharina Volckmer / Divagaciones sobre el deseo

 

Gustave Doré, ‘Francesca y Paolo de Rimini en el Canto V del Infierno’, c. 1860

Divagaciones sobre el deseo

Entretien avec Katharina Volckmer

El alemán tiene palabras que carecen de equivalentes en otros idiomas como Zeitgeist o Lebensraum, pero no tiene una palabra para el placer. Existen Freude y Vergnügen, pero estas se limitan a la felicidad y a la diversión; también está Lust, que se puede traducir como lujuria, pero el disfrute de tipo sensorial sin ningún propósito no aparece en su diccionario. Para la joven escritora alemana Katharina Volckmer esto se debe a que los alemanes han sido criados con demasiado pan seco, lo que les impide humedecer “lo suficiente la garganta como para chupar a nadie con devoción”.

Esta queja por la frigidez alemana es la imagen con la que Volckmer abre su primera novela. En La cita, una joven treintañera alemana, cuyo nombre nunca se revela, visita al Dr. Seligman, un misterioso cirujano plástico con un consultorio en una zona lujosa de Londres, para realizarse un procedimiento que los lectores descubren hacia el final del libro. Mientras la joven está en la cama de exploración da inicio a su monólogo, en el que habla acerca del silencio que rodea al Holocausto en su natal Alemania, sus sueños en los que se transforma en Hitler, la desigualdad que se percibe en las grandes ciudades, lo ridículo de las convenciones sociales (como la de que las mujeres no pueden andar con el torso desnudo, pero los hombres sí), la identidad de género, los peligros de la soledad y los tabúes sexuales.

Con un tono hilarante la joven salta de tema en tema, aunque estos no parezcan tener nada en común. De inspiración rothiana (al igual que en El lamento de Portnoy, la narradora se confiesa con un detalle que a veces linda con lo pornográfico, solo que en vez de hacerlo con un psiquiatra recurre a otro especialista), a lo largo de su monólogo la joven revela algunos de los aspectos de su vida que la han llevado hasta el consultorio: fue despedida “injustamente” después de haber amenazado a un compañero de trabajo con engraparle la oreja a una mesa, su abuelo le heredó una cuantiosa suma de dinero que le permitió realizarse este tratamiento médico, está distanciada de su familia católica, principalmente de su madre, tuvo un amorío con un hombre casado y, quizá la declaración más valiosa de todas, no siente que su sexo corresponda con su identidad.

La confesión está construida a partir de dos hilos narrativos: la postura de los alemanes ante el Holocausto y su inconformidad con que siempre se le obligue a asumir el rol de mujer. Si bien estos dos temas parecen incompatibles, lo que los une es la búsqueda de la identidad de la joven en un sistema restrictivo y opresor, que no le permite ser quien realmente es.

El Dr. Seligman es judío y esto da pie a que la joven inicie una reflexión sobre cómo los alemanes que han nacido después de la Segunda Guerra Mundial viven con una culpa que no saben cómo manejar, de manera que los judíos se han convertido para ellos en “criaturas mágicas”, pero sin hacerlos partícipes de su historia. A pesar de los intentos por demostrar que la juventud alemana se ha desnazificado, como demuestran al cantar canciones en hebreo en el colegio y al construir memoriales en todas sus ciudades, no ha pasado por un duelo. Esta incapacidad de los alemanes para reconciliarse con su pasado, mientras viven en los restos de los lugares donde tantas personas murieron, molesta a la protagonista y eso la orilla a mudarse a Inglaterra.

No obstante, hay otro motivo que provoca su enfado incluso viviendo a mil kilómetros de Berlín. Nunca se ha sentido satisfecha con su cuerpo ni con el patriarcado: “me sigue disgustando todavía hoy que todo, incluso el tiempo, esté diseñado en torno al denominado cuerpo masculino, el cuerpo con polla, dejando a la mitad de la población en riesgo de morir a manos de objetos de uso cotidiano”. Más adelante, la protagonista confiesa su deseo por tener un falo, incluso reconoce con ingenuidad que durante su niñez pensó que podría adquirir uno en una juguetería. “Con el tiempo olvidé la idea, y no me rebelé cuando me enfundaron en vestidos y me obligaron a dejar crecer mi horrible pelo rizado, y solo una vez conseguí cortarme las pestañas. Nunca se me ocurrió que ese fuese el primer intento de expresar mis verdaderos sentimientos, que hubiese ahí algo más que una rareza infantil.” El cuerpo se convierte en un obstáculo para satisfacer sus deseos, de manera que decide visitar al Dr. Seligman para poner fin a su frustración.

Aunque la autora ha reconocido que sus dos principales fuentes de inspiración han sido Philip Roth y Thomas Bernhard, hay momentos de su monólogo que evocan al de Molly Bloom, la esposa del protagonista de Ulises, de James Joyce. Como Molly, la joven alemana no tiene reparo en usar un lenguaje obsceno porque desea explorar y explotar su placer terminando con toda la resistencia y las expectativas impuestas por los otros. Ambas buscan la manera de articular sus deseos. Molly termina repitiendo una y otra vez que , mientras que la narradora de Volckmer toma conciencia de que nunca se ha sentido identificada con el nombre por el que sus familiares y amigos se refieren a ella y que los términos “señorita” o “Frau” no describen a quien es en realidad. La narradora espera con ansias el día en que pueda presentarse al mundo con su nombre real y sus nuevos genitales.

La cita había causado revuelo antes de su publicación. Volckmer la escribió originalmente en inglés, lo cual le otorgó una distancia para criticar con humor a sus compatriotas y ver desde otra perspectiva su silencio. Pero su publicación se hizo antes en otras lenguas, como el español y el catalán, que en alemán. La razón, explicó Volckmer en una entrevista a The Guardian en septiembre del año pasado, era que ninguna editorial alemana quería ser vista como irrespetuosa al publicar un libro cuyo punto de partida es la excitación que Hitler despierta en la protagonista y la culpa que los alemanes sienten por la Segunda Guerra Mundial.



Aunque la portada de la edición en español pueda resultar engañosa, con un dildo grabado con esvásticas, al adentrarse en sus páginas los lectores descubren que La cita es más que una crítica a la Alemania de la posguerra, pues reflexiona sin frivolizar los hechos sobre cómo lidiar con los fantasmas del pasado y hacer las paces con ellos para vivir en libertad. Es una novela queer que no se presenta como tal, al contrario, se espera hasta las últimas páginas para la gran revelación. Mientras tanto, juega con los prejuicios de los lectores en torno a la sexualidad, la historia y la política para demostrar que la diferencia no debe ser motivo de persecución ni de vergüenza. 

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