Rafael Chirbes Sciammarella |
“¿Dónde coño está el bien, eso que uno ha buscado toda la vida?”
Los diarios de Chirbes viajan desde el sufrimiento del amante lacerado de las primeras páginas hasta la angustia del creador que se siente perdido y sin salida
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14 de octubre de 2021
“Dónde coño está el bien, eso que uno ha buscado toda la vida, y de lo que algunos cuerpos parecen enviar señales”. En 2004, el escritor Rafael Chirbes tiene 53 años y está muy lejos de aquella esperanzada creencia emersoniana de que la virtud iría penetrando, imparable, en el universo entero. Por el contrario, el autor de La buena letra se enfrenta a una sensación de fracaso sobre su vida —ni es la primera, ni será la última—, un fracaso que le parece disuelto en una larga pesadilla, al final de la cual no hay más que soledad, muchos malestares físicos y la conciencia de que su íntima carrera hacia el ideal, la búsqueda de aquellos “pálidos camaradas” que iban a llegar y a redimirle, definitivamente no han acudido a su llamada. Nadie va a socorrerle, está solo, y la virtud, en la Valencia del cambio de siglo, dista mucho de rodear al escritor, de modo que no le cabe más que dar la cara a la oscuridad y al desasosiego.
El escritor valenciano murió donde nació, en Tavernes de la Valldigna, una población costera al sur de Valencia, el 15 de agosto de 2015, de un cáncer de pulmón. Tenía 66 años, una edad prematura para morir, pero quién sabe cómo funcionan por dentro las edades. Dejó listos para su publicación dos valiosos textos: el crudo relato titulado Paris-Austerlitz (Anagrama, 2016), evocación de su relación con François, fallecido de sida en 1992, y sus diarios, preservados de la destrucción que, sin embargo, llevó a cabo con muchos de sus escritos, una vez tuvo conciencia de que le quedaban pocas semanas de vida. No puede decirse que, como lectores, fuéramos ajenos a la escritura diarística de Rafael Chirbes porque en vida había dado a conocer algunas entradas. El primero de sus anticipos se publicó en El Boomeran(g) en febrero de 2009 y a él seguirían algunos otros aquel mismo año. Como si Chirbes tanteara la recepción que podía tener la publicación completa de sus diarios, ofreciendo pequeñas muestras de los mismos y observando la reacción que causaban. Lo subraya Fernando Valls en el documentado prólogo (uno de ellos, el otro, de corte más impresionista, está escrito por Marta Sanz) a Diarios. A ratos perdidos 1 y 2. Los números tienen sentido porque al parecer son seis los conjuntos diarísticos que se conservan, cada uno de los cuales agrupa diversos cuadernos. Se publican ahora los dos primeros, escritos entre 1984 y 2005, aunque revisados por el autor posteriormente y así consta en algunas anotaciones, incluidas en cursiva.
Chirbes contra Chirbes (y contra todos)
Confieso que he quedado fascinada por el desgarro de su voz, por el profundísimo interior del que brota su escritura dirigida a nadie (al menos en un principio) y sin ninguna intención de competir con nadie ni con nada. Apenas hay referencias a otros diarios, con la excepción de los escritos por Carmen Martín Gaite y que él conoció en su versión original, dada su amistad con la novelista salmantina. Cuando se publican, los Cuadernos de todo (Debate, 2002) serán su referencia y el espejo que estimulará la viabilidad de los suyos. Unos y otros son característicos de esa sustancia coloidal que es todo diario, una mezcla no homogénea de elementos, donde los sólidos conviven con los líquidos, los muertos con los vivos, los engaños con las esperanzas, el paisaje con el vacío. Basta con que alguien se deje llevar por el propio ritmo de su espíritu y la vivencia del día.
Hasta donde se puede deducir de la información facilitada por el propio autor y por los prólogos (parcos en este sentido), Chirbes se refugió en sus cuadernos al menos desde su ruptura con Jesús Toledo, al que conoció en un bar de ambiente en 1983 y con quien viviría al límite de la destrucción por espacio de unos meses, tal vez un año. Después conocería a François, y su difícil y a veces sórdida relación ocupa el centro del primer diario casi por completo, escrito con una franqueza hasta ahora desconocida en el diarismo español, aunque no en su literatura.
Sin embargo, en el segundo de los libros, iniciado tres años más tarde (1995), Chirbes parece abrumado por un sentido del pudor que le lleva a cambiar de objetivo: el amor, el sexo, la degradación de las relaciones, temas tan presentes en el diario anterior, ceden el protagonismo a la reflexión literaria y política, aunque la gran línea de su vida es la desolación existencial que exuda toda su escritura y que probablemente arranca de la educación recibida en diferentes orfanatos, como hijo de ferroviario (la entrada del 24 de octubre de 2004, reconstruyendo brevemente lo que fue de sus compañeros de colegio, es excepcional). Sin embargo, podría resultar decepcionante, después de la intensidad del primer diario, la decidida inmersión en ideas y libros del segundo, pero no lo es en absoluto. Chirbes analiza a sus autores preferidos —Balzac, Dostoievski o Hermann Broch (cuya influencia puede apreciarse en la voz narrativa de Los viejos amigos)— y recurre frecuentemente a la anotación de citas de otros escritores, pero es que las citas que elige para preservar su lectura del olvido se diría que contienen las palabras que lo electrizan porque miran hacia donde él querría mirar. No sabría decir qué Chirbes prefiero, si el amante lacerado y absorto de las primeras páginas o el hombre que vive con la hondísima angustia del creador que se siente perdido y sin salida y entonces clava el cuchillo de su pluma hasta el fondo de sí mismo.
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