lunes, 25 de enero de 2021

Luis Miguel / Cuando no calienta el sol

 

Luis Miguel y Desireé Ortiz


Luis Miguel: cuando no calienta el sol

La popular serie de Netflix retrata de forma acrítica lo peor de México: el clasismo y el privilegio de los 'mirreyes'


Rulo David
México, 15 de julio de 2018


Eso de que todo mundo tenga la mirada puesta al mismo tiempo en el mismo programa de televisión es muy del siglo pasado. Ahora solo ocurre en casos excepcionales, un poco cuando aparecen episodios nuevos de Game Of Thrones y durante algunos eventos deportivos. Y entonces surge Luis Miguel, la serie, y de inmediato nos devuelve a esa era. Es un auténtico fenómeno que no solo atrapó a los entusiastas del cantante (que son millones), sino prácticamente a todo mundo, incluyendo a los jóvenes millennials que no conocieron a El Sol en plenitud de poderes.

El impacto de la serie se siente por todas partes. Para empezar en los medios, que con fervor le dedican abundante y, a veces, absurdo espacio a todo lo que tiene que ver con ella. Si, por ejemplo, un artista olvidado como Laureano Brizuela se encuentra con un reportero y le comenta que le gustaría producir un disco de Luis Miguel, así, de la nada, el diario decide que es nota de ocho columnas, aunque nunca vaya a pasar. También abundan encabezados del tipo: Los mejores memes que nos dejó el capítulo 7 de la serie de Luis Miguel. Los chats, las redes sociales y las reuniones también están invadidas por este producto de Netflix. Una amiga me contaba que aunque no soporta al cantante, no se la pierde, pero solo para entender los chistes que le llegan de todas partes los lunes por la mañana.

En una charla casual pregunté a Beto Hinojosa, director de la serie, a que cree que se debe este éxito sin precedentes en la era del streaming. A grandes rasgos, menciona algunas razones. La primera es que significó una ráfaga de aire fresco en medio del hartazgo generalizado ante la conversación electoral. La serie nos dio otra cosa, menos controversial, de qué hablar durante esas semanas de polarización. También me habló de cómo aprovechó un hueco que existe gracias a la escasez de entretenimiento de buena factura generado en esta latitud. Y menciona la nostalgia. Estoy de acuerdo: me hace pensar en lo mal y de lo poco que se revisa nuestro pasado inmediato en la cultura pop mexicana. Además, obviamente, habría que agregar la gigantesca popularidad de Luis Mi y la opacidad en torno a su vida privada.

Yo, sin embargo, soy un franco detractor de la serie de Luis Miguel. Cuando lo manifiesto en público, mucha gente me ve como un bicho raro. Piensan que me quiero hacer el interesante. Que es una postura para pasar por “intelectual”. No faltan las acusaciones de pretencioso, de no tener sentido del humor, de no poder disfrutar de los más simples placeres, de aguafiestas. De querer colocarme deliberadamente lo mas lejos posible de la corriente principal. De presumir una supuesta superioridad moral. Me ven como si hubiera dicho que no me gusta el helado o los Beatles o las vacaciones. Ni siquiera, y lo he intentado, la puedo ver como placer culpable o como fuente de humor involuntario. Amigos míos se han enojado. Se lo toman personal y la defienden apasionadamente. Incluso se ha cuestionado mi mexicanidad a gritos. Sí, así de ridículo.

¿Por qué no soy un entusiasta más? Porque me cuesta trabajo lidiar con su mirada acrítica (y con frecuencia glamorosa) del peor México. El México clasista, del privilegio, de los mirreyes, donde los hijos de los presidentes tienen licencia para actuar como nuestros amos durante seis años. El México del criminal Arturo El Negro Durazo omnipotente, del absoluto PRI, de la represiva hegemonía cultural de Televisa, de los Palazuelos, de los Andrés García, de los Salinas.

Sé que no se puede esperar que una serie de entretenimiento sea un espacio de denuncia, pero esta en particular me parece que contribuye a la normalización de estos personajes y de estas conductas. Además, todo es contado con un lenguaje que no se aleja mucho del que presentan las telenovelas más anacrónicas.

Otra cosa que lamento es que la narrativa esté comprometida. La serie ha sido diseñada como una eficaz (y cínica) herramienta de propaganda cuya principal finalidad es rehabilitar la trayectoria de Luis Miguel. Recordemos que antes del estreno, el cantante se encontraba en el punto más bajo de su carrera. Aparecía en los medios cuando se reportaban demandas multimillonarias en su contra tras compromisos sin cumplir, conciertos inexplicablemente cancelados, cuentas sin pagar y el embargo de su lujoso Rolls Royce tras una orden judicial. Era común reírse de su aspecto, de su falta de voz y de la poca condición física que exhibía. Gracias a la serie, Luis Miguel como chiste ha quedado atrás. Su imagen ha sido rescatada. En buena medida gracias a que su padre, Luis Rey, quien es retratado como una villano de caricatura sacado de una pesadilla de Walt Disney. Todos los defectos de Luis Miguel son consecuencia de la maldad paterna, nos dice la serie.

Mucho más interesante habría sido que recobrara lo perdido intentando hacer un buen disco, mostrando un poco de ambición artística. Su extraordinaria voz y su carisma son materia prima idónea para salir de cualquier crisis. Pero eso hubiera representado correr riesgos. Y si de algo adolece la serie y la carrera de este cantante durante los últimos lustros es justamente de eso, lo cual es una verdadera pena.

EL PAÍS

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