Guillermo Arriaga |
Guillermo Arriaga: “Hemos perdido en la literatura la capacidad de crear estructuras sofisticadas”
El escritor y cineasta mexicano da un salto en su compleja búsqueda narrativa en la novela ‘El salvaje’
El pasado propio no es una presa fácil de cazar.
Cerraba los ojos y ahí estaba. Abría los ojos y buscaba la manera de ser escrito. Los ojos azul aguamarina fijos en el teclado han tratado de capturar aquella vida escurridiza en una pieza de teatro en la adolescencia, un volumen de cuentos, tres novelas, cinco guiones de cortometrajes, cinco guiones de películas y un largometraje escrito y dirigido por él. Hubo aplausos. Hay aplausos. Pero nada. Hasta que 45 años después Guillermo Arriaga ha podido contar la historia que lo ha traído hasta aquí: El Salvaje (Alfaguara).
Por fin el cazador ha podido cazar el corazón de su pasado.
Lo ha hecho en una novela “basada en hechos reales que nunca existieron”. Ocurrieron cuando entre los años 60 y 70 el boom latinoamericano estaba en plena pirotecnia y él no sabía de eso y los Beatles endulzaban gritos enloquecidos en sus seguidores. Un niño empujado a la adolescencia descubría la dureza del mundo y los zarpazos de los múltiples sentimientos y sensaciones de la vida en la azotea de su casa de la colonia Unidad Modelo de Ciudad de México. No podía saber que cada uno de aquellos sucesos inolvidables eran eclipsados muy rápido por otros hasta formar un tropel de vivencias que no lo iban a dejar tranquilo hasta convertirse en El Salvaje.
Cinco años y medio dedicó Guillermo Arriaga (1958) a la escritura de esta novela de 694 páginas repartidas en 69 capítulos o pistas que lo llevaron hasta el nido donde se cuajó el creador y la persona que es. Una obra sobre la vida, a partir de la tragedia de la muerte; y bajo su sombra, la esperanza, la amistad, la naturaleza, los animales y el amor.
Todo a partir del adolescente Juan Guillermo Valdés a quien un día …pummm… y la vida se le vino abajo. Así, de golpe, sin avisar. Murieron sus seres amados uno tras otro. Se quedó solo, girando sobre el mismo punto sin dejar de mirar su pasado con la diana en su futuro, y en ese girar y observar avistó la venganza.
Guillermo Arriaga parece que no hubiera conocido felicidad creativa más satisfactoria que El Salvaje. Más suya. Ha armado y sublimado el puzzle de su vida en una estructura arriesgada que busca parecerse al mecanismo del cerebro y del pensamiento: toda la información está ahí y los hechos viven todos a la vez. En un solo tiempo, aunque ocurran en diferentes espacios.
El escritor mexicano, cuyo prestigio cinematográfico se debe en gran parte a la implicación que pide al espectador al crear estructuras narrativas no lineales, en las que suelta piezas que se encajan poco a poco, en El Salvaje, da un salto más allá. Se adentra en territorio asilvestrado, cauto, pero con pisada firme, para enfrentarse a los temas principales de sus anteriores libros y películas.
Alto, fornido, la cabeza rapada, la barba blanca al uno, los ojos resguardados en sus profundas cuencas, Guillermo Arriaga desanda su cacería autobiográfica un atardecer invernal en Madrid. Lo hace vestido de negro casual, junto a un gran ventanal de cortinas de terciopelo rojas. Sentado alrededor de una de las mesas del bar del hotel, el escritor se escurre un poco en la silla, cruza la pierna y con un suave acento mexicano empieza por viajar hasta los orígenes de las estructuras narrativas Arriaga. Marca de la casa.
“Yo he padecido, o mejor, gozado de déficit de atención. Eso me convirtió en una persona muy dispersa, incapaz de ir paso a paso a las cosas. Perdí el sentido de la lógica, lo que me permitió eso fue la intuición. Tengo la capacidad de unir cosas dispares porque así funciona mi cerebro. Pero también creo que la gente usa estructuras narrativas muy sofisticadas en la vida cotidiana; nunca van de manera lineal. Siempre escogen formas muy complicadas y complejas para contar una historia sencilla. Lo que pasa es que nosotros hemos perdido en la literaria la capacidad de crear esas estructuras sofisticadas”.
Resuelto el enigma. Aclarada esa insistencia por complejos mosaicos narrativos, el guionista de Amores perros, 21 gramos, Babel, Los tres entierros de Melquiades y Los búfalos de la noche describe su acercamiento a aquella novela que quería escribir desde los 13 o 14 años. Lanza su mirada cósmica sobre los hechos del joven protagonista que es el gemelo sobreviviente, porque su hermano murió en el vientre de su madre, que sin darse cuenta tienen una sombra real de su vida.
“Sabía algunas cosas que quería contar. Pero la mayor parte la fui descubriendo, y una de esas partes fue una historia de gemelos que yo no contemplaba. El orden en que escribí la novela es como está presentada. Yo no tengo idea, idea de nada, excepto algunas cositas. No sabía de Chelo que luego se crece… De la historia del cazador Amaruc, sabía menos… fue surgiendo sola y lo situé a 6.000 kilómetros de donde está Juan Guillermo, sin aparente conexión, aunque poco a poco sus vidas paralelas se van acercando”.
Su protagonista es la suma de personas como él y su padre, con esa cuestión autodidacta de “leer incansablemente” que Arriaga vio en su casa. Las voces alrededor de El Salvaje van y vienen definiéndola como una novela sobre la muerte, pero es más sobre la vida y sobre el amor, sobre las carencias frente a vida y amor.
“Coincido contigo… No es una novela sobre la muerte. Es una novela sobre la esperanza, donde la solidaridad, la complicidad y la generosidad entre seres humanos y seres humanos y animales, permite crear un ámbito de esperanza, aun en la más crítica de las situaciones que es quedar completamente solo. Este muchacho no queda abandonado a pesar de estas pérdidas brutales que tiene. No queda abandonado. Siempre hay parte del tejido social que se expresa a través del amor y la amistad y la solidaridad que le va a permitir seguir adelante y dentro del cual los animales son muy importantes”.
La novela tiene capítulos que son autónomos, independientes, que vistos de manera aislada no parecen encajar pero puestos donde están encajan a la perfección. En algunos de ellos aparecen nombres propios y homenajes a Shakespeare, a Juan Rulfo, a William Faulkner, cuyas presencias se sienten en toda la obra sin que fuera premeditado por temas como la muerte, la venganza..
“Siempre he tenido la inspiración de esos tres autores: Han sido claves en mi trabajo los tres. Agreguemos a Hemingway, a Baroja, a García Márquez, a Hernando Téllez, a Borges. Pero lo que más influyó en esta novela fueron mis vivencias en realidad. Incluso un autor que no he mencionado cuya influencia es clara: Milan Kundera. No lo he mencionado, y es injusto. Pero lo definitivo fueron mis vivencias”.
Empezó a experimentarlas a los 8 años cuando sus padres compraron su primera casa en Unidad Modelo. A los 13 años ya sentía la necesidad de contar todo aquello en cuentos, y a los 14 había escrito una obra de teatro, a los 20 escribió un libro y a partir de ahí otros y guiones en los que ha merodeado por aquellos años. Y han salido esas obras originales y reconocidas. Lo intentó con sus novelas Escuadrón guillotina, Un dulce olor a muerte y El búfalo de la noche.
“Desde los 14 años quise escribir. Toda mi obra converge hacia esto. Creo que todos los vasos comunicantes a lo largo de mi obra, que empezó con Retorno 201, se sintetizan en El Salvaje. Sí creo que es mi obra más arriesgada, la obra donde puse todo lo que creo que debe de tener estilística y temáticamente un libro, y sí creo que toda esa experiencia me ayudó a tener esta obra. No es una obra sencilla, es una obra que me llevó cinco años y medio de escritura… Fue un proceso de aventarme sin saber nada”.
En realidad sus cacerías creativas empiezan sin ningún plan. Sabe dónde empieza, pero no tiene ni idea a dónde lo va a llevar. Se mete sin mapa, sin brújula, solo instinto.
“Soy como los que se aventaron a conocer a Estados Unidos y cruzaron sin saber a dónde iban. Allá por Montana, a ver qué sale y a ver quién me ataca y a ver de qué vivo y a ver cuánto río de aventuras. No sabía lo que venía. Hay escritores que son muy puntillosos y saben exactamente qué va a pasar y cómo va a acabar… No es mi caso. Nunca lo ha sido”.
Arriaga actúa en el campo literario como lo hace en su gran pasión que es la caza. Pero la caza de animales que luego se come, no caza por cazar. Puede estar horas, días detrás de algo. Sabe que empieza, y dónde empieza… pero no tiene ni idea del resto de la aventura.
“Lo que quise hacer fue reaccionar como reaccionamos en los procesos narrativos; que nunca son organizados, siempre son improvisados. Yo lo que quiero es que a pesar de todos esos saltos de tiempo y cruces de historias el lector nunca se pierda, que siempre sepa en dónde está caminando y en qué tiempo está caminando. También quise hacer una novela de sensualidad. Quise que esta novela se huela, se sienta, se saboree, se vea, a pesar de que perdí el olfato muy joven, de niño de hecho, creo que esta novela pega muy fuerte”.
En medio de aquella venganza emponzoñada que hay en El Salvaje, de la dureza de los delincuentes del barrio, de los orígenes de las bandas de narcotráfico y trapicheo en los años sesenta Arriaga muestra seres humanos con todas sus contradicciones y fragilidades. En sus obras hay soledad, desamparo.
“…Más que soledad es ausencia. Son personajes sometidos a ausencias. Y en El Salvaje Juan Guillermo vive muchas ausencias que rápidamente son conjuradas por el amor y la amistad. Su venganza no es instintiva. Aunque creo que uno de los instintos primarios es la respuesta inmediata o sea lo animal: tú me tocas, yo te mato. Eso sí es muy claro… Quien rebasa esto la va a pagar. Los elefantes recuerdan perfectamente quién les hizo daño, los tigres siberianos; yo trato de cazar un tigre siberiano, lo hiero, ese tigre me va a buscar toda la vida hasta matarme, ¡toda la vida! No perdonan, no hay perdón. Y se supone que la civilización ha construido barreras entre los instintos primigenios y los del ser humano, pero a veces esas instituciones, esas barreras no funcionan, y ¿qué le queda al individuo? La venganza o el perdón. Yo soy ateo, no tengo ninguna formación de tipo católico”.
En esa carrera por tierras emocionales y literarias desconocidas, Arriaga aborda también la corrupción policial y la corrupción en diferentes ámbitos. Aquí se asoma a los orígenes de las bandas de narcotraficantes de las barriadas.
“Pero no hago investigación. Soy muy vago para eso. Obviamente hice, procuré, algunas lecturas, pero no como investigación, si no que a veces agarraba, como no sabía a donde iba la novela, agarraba algún libro donde recordaba haber leído algo y lo sacaba y reflexionaba sobre eso. Lo que trato es hacer la novela lo más vivencial posible, porque un escritor que hace investigación camina muy frágilmente entre la verosimilitud, y lo verosímil y lo inverosímil. Quise crear un universo verosímil. Quiero que la gente diga: ‘Este tipo estuvo ahí, sabe de qué está hablando. Y yo viví todo lo que cuento. Por eso mis mayores influencias son mis vivencias”.
Con algunos de sus amigos de entonces aún tiene contacto. Dos de ellos se hicieron jugadores de futbol muy famosos. Su calle dio, incluso, a una actriz famosa, Edith González, que era muy pequeña cuando Arriaga vivió todo esto que cuenta ahora. Esos primeros vientos problemáticos ahora son remolinos en México.
“Lo que me preocupa más que el narcotráfico es la corrupción, la impunidad. Esos si me parecen dos efectos más graves. Como sea, si hay voluntad política se legalizan las drogas y el narcotráfico deja de ser un problema de seguridad y de destrucción. Se convierte en un problema de salud, y que debe ser abordado como un problema de salud y un problema de la sanidad de los tejidos sociales. Pero la corrupción y la impunidad es donde se requiere cirugía mayor. Soy absolutamente partidario de la legalización de la droga. Tu país (se refiere a Colombia) y mi país (México) han sufrido mucho como para justificar la guerra contra las drogas”.
Y además de todo eso, México se ve acosado por Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Ha amenazado, entre otras cosas, continuar el muro de la frontera, una de las cosas que prometió a quienes lo llevaron a la Casa Blanca.
“Claro. Es chistoso como Marx previó las contradicciones inherentes del capitalismo. Es curioso que la primera clase obrera que se está arrepintiendo del capitalismo sea Estados Unidos. Porque son Estados Unidos e Inglaterra, Reagan y Thatcher, quienes empujaron para potenciarlo, y todo para esto para que ahora sean ellos los primeros que les da miedo y se arrepienten. Es el proletariado confundido y atemorizado. Cuando alguien está atemorizado y confundido ¿qué haces? Pues te agarras de lo que tienes más cerca, raza, clase, religión”.
Todo lo que Guillermo Arriaga conoció desde los 8 años cuando sus padres se fueron a vivir a Unidad Modelo. Una realidad urbana muy rica que lo ha acompañado siempre y solo ahora se ha manifestado como debe ser. Ahora que tiene 59 años recién cumplidos el pasado 13 de marzo, lo ha podido contar como quería. Heridas de toda clase, alegrías de toda estirpe, recuentos de tristezas, felicidades y agradecimientos eternos de una persona que tiene déficit de concentración y encontró en su mirada cósmica la solución para cazar las historias porque “la vida es esa línea de luz suspendida entre la nada y la nada”.
- El Salvaje. Guillermo Arriaga. Alfaguara. 694 páginas.
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