jueves, 4 de noviembre de 2004

Benjamín Prado / Adoptados


Salinger

Niños adoptados

BENJAMÍN PRADO
4 DE NOVIEMBRE DE 2004

La maldad no se ve; a menudo está tan enterrada en el fondo de las personas que ni siquiera puede imaginarse. Y, a veces, cuando se descubre es tan sorprendente que resulta increíble, quizá porque lo que nos enseña es que muchas personas son justo lo contrario de lo que parecen o, incluso, de lo que representan. Leyendo la autobiografía de Margaret A. Salinger, El guardian de los sueños, uno se pone de color limón viendo qué tipo de canalla es su padre, el enigmático y maravilloso J. D. Salinger, ese hombre al que ha hecho célebre su aversión a la fama y que escribió uno de los libros más sensibles y más comprensivos que se han hecho jamás sobre la adolescencia, El guardián entre el centeno. En el libro de su hija, Salinger es un ser egoísta, intransigente, misógino y racista: "Un año saqué sobresaliente en español -escribe Margaret- y me dijo: 'Genial, ¡ahora estudias el idioma de los ignorantes!". Sólo pagó los estudios de la niña cuando su madre amenazó con contárselo a la prensa si no lo hacía y, años más tarde, cuando se celebró el banquete de bodas de la muchacha, del que también se hizo cargo a regañadientes, se pasó la mañana contando a los invitados y gritando: "¡He pagado por 80 personas! ¿Dónde demonios están?".
Salinger nunca dejó que su hija fuera atendida por médicos tradicionales, puesto que siempre le impuso sus propias creencias, que iban de la cienciología a la medicina homeopática, y llegó a ocuparse personalmente del asunto, practicándole acupuntura con astillas, quizá para purificarla a través del dolor como purificaba a su esposa a través de la incomodidad, cuando hacían algún viaje: él iba en preferente y ella en tercera, para que aprendiese las virtudes de la humildad.
El autor de Levantad, carpinteros, la viga del tejado, metió a Margaret en un internado durísimo, el colegio de Cross Mountain, donde la muchacha sufrió tantas vejaciones que acabó en la consulta de un psiquiatra. Al salir, trabajó de camarera, vivió en pésimas condiciones y con escasa ayuda de su acaudalado padre, cuya opinión, según le dijo, es que "todas las mujeres son unos parásitos"; poco después, intentó suicidarse y, durante una larga temporada, quedó prácticamente inválida. Más adelante, al quedar embarazada, fue a ver a su padre para darle la noticia. "Me atacó con la brutalidad impersonal de un terremoto", cuenta Margaret, "me preguntó si me había parado a pensar cómo mantendría a mi hijo. Pensé que era su forma de ofrecerme ayuda, así que le dije que pensaba en ello todos los días. Me dijo que no tenía derecho a traer un niño a 'este mundo asqueroso' y remató la faena añadiendo que esperaba que abortase. Nada de lo que había hecho en el pasado me había preparado para oír algo tan atroz. Le dije que era algo terrible sugerirme que matase a mi bebé y me contestó: 'Matar, matar... No seas tan melodramática". Tras oír eso, Margaret le hizo frente, por primera vez en su vida, acusándole de haber abandonado a sus hijos y ponerlos siempre por detrás de su trabajo. Éste es el diálogo que transcribe Margaret Salinger:
-¿Y qué pasa -me dijo- con la vez que os llevé a Inglaterra? Eso no me obligó a hacerlo nadie.
-¿El viaje a Inglaterra? Pero si en realidad fuimos para que pudieras encontrarte con una adolescente con quien te carteabas.
-Por Dios, ahora estás hablando igual que todas las otras mujeres que han pasado por mi vida: ex mujeres, hermanas, todas me acusan de haberlas desatendido.
-Por algo será -le dije.
-Entiendo que me acuses de ser algo distante, pero eso es todo. Jamás he desatendido a nadie. Siemplemente necesitas odiar a alguien. Siempre ha sido así. Primero odiaste a tu hermano, luego a tu madre y ahora a mí. Todavía vas al psiquiatra, ¿no?
-¿Y eso que importa?
-Pero vas, ¿no? Nunca has encontrado nada que te hiciera feliz, simplemente eres una neurótica insatisfecha.
En Madrid hay muchas personas que solicitan la adopción de niños. Ahora mismo, hay 600 familias esperando. La mayor parte se queja de que los trámites son demasiado largos. Pero, ¿qué esperan? ¿No es lógico que se tomen todas las precauciones? Hay que tener cuidado de a quién se le entrega un niño, ¿no creen? Y a veces, no estaría mal quitárselos a algunos que los tienen y no los quieren.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de noviembre de 2004


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