martes, 23 de octubre de 2018

Igmar Bergman / El hombre huraño, el genio inabarcable

Ingmar Bergman


Ingmar Bergman, el hombre huraño, el genio inabarcable


Dos documentales, uno de ellos dirigido por Margarethe Von Trotta, analizan la vida y la obra del cineasta en el centenario de su nacimiento


Gregorio Belinchón
Valladolid, 21 de octubre de 2018

Cualquier excusa es buena para hablar de Ingmar Bergman (Upsala, 1918 — Faro, 2007). Pero este año se cumple el centenario de su nacimiento y los festivales se llenan de documentales sobre la obra inigualable y la compleja vida personal del cineasta y dramaturgo sueco, un creador inabarcable, un hombre casi insufrible. Así ha ocurrido en la Seminci, donde pueden verse Searching for Ingmar Bergman, de la veterana cineasta alemana Margarethe Von Trotta, amiga del sueco cuando Bergman se autoexilió en Alemania, y Bergman, su gran año, documental realizado por Jane Magnusson, que lleva casi una década centrada en su compatriota: le ha dedicado un corto de ficción, una serie de televisión y dos documentales. Ambos se estrenarán comercialmente en España.
Ingmar Bergman

Las dos iban a charlar para EL PAÍS sobre su objeto de estudio, pero un fuerte resfriado ha impedido el viaje de la directora, una de cuyas películas, Las hermanas alemanas (1981), León de Oro en Venecia, fue elegida por Bergman entre sus once favoritas de todos los tiempos. Von Trotta ha dirigido un documental bellísimo, que no esconde la peor cara de Bergman, y que arranca una confesión de su autora, quien descubrió su cine durante su juventud en París: “Vi El séptimo sello en una reposición y decidí en ese momento ser directora”. Por eso viaja a la playa —la zona cero del mito Bergman— donde se filmó la famosa partida de ajedrez de ese drama, habla con cineastas y con expertos en su obra, recorre su paisaje vital en Estocolmo y Faro, e interroga a amigos y familiares. Así aparece Daniel Bergman, uno de sus nueve hijos, que incide en el pasotismo de su padre con sus vástagos, lo que les provocó un enorme dolor. Por no hablar de su relación con las mujeres, a las que, según Daniel, “embarazaba y abandonaba, como si las marcara o les dejara un regalo”.
Ingmar Bergman, con su hijo Daniel y su esposa, la pianista Käbi Laretei, hacia 1966, en una imagen de 'Searching for Bergman'. 

Von Trotta descubre que a Bergman le gustaban los culebrones estadounidenses, como Dallas o Dinastía, algo que también subraya Magnusson. Cuando falleció Bergman, un magnate noruego compró su casa y catálogo todos sus objetos, excepto su videoteca, que despreció. Magnusson se ofreció a hacer esa labor, y encontró que al genio le interesaba todo tipo de cine, desde Pearl Harbor a Granujas a todo ritmo, además de los clásicos obvios: Buñuel, Tarkovski... “Liv Ullman cuenta que, efectivamente, le gustaba ver soap operas en televisión. Por cierto, en su colección solo había un documental, que estaba centrado... en él mismo”.


Magnusson incide más en el lado oscuro de Bergman, su faceta de gruñón, su comportamiento como rey del teatro y del cine sueco. “Obviamente, se lo permitieron tanto sus coetáneos como sus colaboradores. Incluso sus esposas. Poca gente habla mal de él y prefieren en recordarle como su gran amigo”, ríe la cineasta sueca. “Estaba obsesionado con su trabajo, y puede que si hubiera sido un buen padre, no habría hecho tantas obras maestras”. Su filme usa como motor el año 1957, cuando Bergman, con 38 años, estrena El séptimo sello, rueda Fresas salvajes y otras dos películas más, dirige cuatro obras de teatro, tiene ya seis hijos de tres matrimonios, sufre úlceras estomacales, graba su primer telefilme, y mantiene a la vez cuatro relaciones sentimentales. “Es el inicio de su gran carrera, cuando descubre en su interior el director que querrá ser”.


LA PASIÓN POR REESCRIBIR SU BIOGRAFÍA


¿Toda la carrera de Ingmar Bergman, sus 55 años, hablaba en realidad de él? “Desde luego, sí a partir de 1957, con Fresas salvajes, que protagoniza su maestro, el pionero del cine sueco Victor Sjöström”, asegura Jane Magnusson. Pero el mismo Bergman, que escribió y documentó su vida con minuciosidad, no es una fuente fiable de información. Reescribió a su antojo cualquier acontecimiento, y vetó, por ejemplo, una entrevista en televisión en los años ochenta a su hermano mayor, Dag. “Dag abre una brecha cuando asegura que en realidad Ingmar era el favorito de su padre, un estricto pastor luterano. Pensando en Fanny y Alexander [1982], resulta que Ingmar no era Alexander, objeto de castigos y golpes por parte de su progenitor, sino Fanny, la testigo silenciosa. Aunque tampoco Dag es de fiar”, advierte Magnusson, que ha usado la entrevista en su filme.
EL PAÍS


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