sábado, 13 de octubre de 2018

Alberto Salcedo Ramos / Cultura popular, crónica colombiana y periodismo norteamericano




Alberto Salcedo Ramos, periodista colombiano, en el campus de la Universidad de Oklahoma.

Alberto Salcedo Ramos
BIOGRAFÍA
Cultura popular, crónica colombiana y periodismo norteamericano
Una conversación con Luvia Estrella Morales Rodríguez

Mayo 2018
Alberto Salcedo Ramos es inteligente, es observador y está anclado en la literatura como lo demuestra esta entrevista que tiene lugar en Kaufman Hall, edifico designado para la enseñanza de lenguas modernas, literatura y lingüística en la Universidad de Oklahoma. La conversación nace de manera espontánea durante los umbrales de la conferencia de Tierra Tinta en la cual Salcedo Ramos funge como keynote speaker.  Las preguntas se centran en el libro El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé (2005) que le valió al cronista el premio Le Prix du Livre du Réel(2017), en Francia, por Les Éditions MarchialyCabe mencionar que el libro en cuestión sirvió de inspiración y base para la producción de la serie televisada Kid Pambelé (2017) del Canal RCN Colombia. Durante la entrevista, el cronista manifiesta su agudo conocimiento de la cultura popular, cuenta sobre su metodología para escribir crónicas y da la oportunidad de conocerlo como literato. 
Luvia Estrella Morales Rodríguez: Cuéntame sobre el género del libro El oro y la oscuridad, ¿es una crónica con estructura de la novela o es simplemente una novela de no ficción?
Alberto Salcedo Ramos: Es un reportaje que tiene visos de perfil biográfico y estructura de novela. Cuenta la vida de un exboxeador adentrándose tanto en su alma como en su psiquis. Ese género del perfil biográfico permite explorar la condición humana y hacer que los lectores, al conocer en profundidad a una persona, con sus luces y sombras, terminen de alguna manera conociéndose más a sí mismos.
LEMR: ¿Qué debemos entender, tus lectores, si dices “crónica colombiana”?
ASR: Bueno, cuando yo escribo sobre una situación o sobre una persona de mi país, aspiro a que tenga universalidad. No quiero que a mi obra se le estampille ningún gentilicio. Escribir sobre un futbolista argentino no es hacer una crónica argentina, así como elaborar el perfil de un músico cubano no equivale a publicar una crónica cubana. Hemingway decía que contar bien la historia de un hombre equivale a contar la historia de todos los hombres. A eso aspiro, aunque algunas veces escriba sobre personas de mi país y en otras ocasiones sobre habitantes de otros lugares.   
LEMR: ¿Por qué aparece el tema del boxeo en tus crónicas repetidamente? ¿Tiene que ver con la reincidencia del tema entre los nuevos periodistas norteamericanos de la década de los sesenta? Yo estoy pensando en Gay Talese y Norman Mailer.
ASR: Conocí el boxeo antes de saber que existían Gay Talese y Norman Mailer. Crecí en un pueblo olvidado de la costa Caribe de Colombia donde el boxeo era una actividad que despertaba grandes pasiones. Cuando yo era niño vi los grandes combates de Muhammad Ali, Roberto Durán, Rubén Olivares y muchos otros boxeadores, de modo que me hice aficionado al boxeo antes de convertirme en lector. Primero estuvo el boxeo, y más tarde, mucho más tarde, llegaron esos escritores que mencionas. Para mí el boxeo, en principio, no era un asunto relacionado con la literatura, sino una afición primaria y salvaje. Simplemente me gustaba ver a dos tipos pegándose. Disfrutaba la acción, el drama, la lucha feroz de dos fuerzas antagónicas. John Schulian, un experto en boxeo, dice que los aficionados a este deporte somos una modalidad particular de voyeristas. Queremos ver otra forma de la desnudez humana, y eso se facilita en el ring porque allí el hombre se muestra tal como es. No hay afeites ni puestas en escena. El boxeador combate con el torso desnudo, a diferencia de los otros deportistas, que suelen llevar camisetas vistosas. Además, en los deportes de conjunto se puede repartir la derrota; en el boxeo el perdedor tiene que asumir solo su fracaso. Empecé hablando como el aficionado primario que fui al principio y terminé hablando como el autor que soy ahora. Ahí en ese arco cronológico está la síntesis de todo esto, ¿no? Al principio me interesó el boxeo porque excitaba al salvaje que llevo dentro de mí. Después, cuando me hice escritor, descubrí que el boxeo es también una magnífica materia prima para la literatura, porque permite mostrar la condición humana.
LEMR: ¿Hay escritores norteamericanos que han influido estilísticamente o temáticamente en ti?
ASR: En América Latina abundan los autores ampulosos. Yo siempre me sentiré más cercano a los narradores que evaden el artificio o que, por lo menos, se esfuerzan para que no se les note. En todo caso, me reconozco como tributario de la cultura barroca a la cual pertenezco. Esa cultura también ha tenido maravillosos autores, como García Márquez y Cabrera Infante.
Me gusta mucho la forma de narrar de los grandes escritores de Estados Unidos. Hace poco estaba releyendo viejas crónicas de Mark Twain, y me asombró sentirlas tan cercanas a pesar de que fueron escritas hace más de un siglo. El cronista que escribió esos textos tiene una mirada tan aguda como original, y un lenguaje que se mantiene vivo porque está despojado de la grandilocuencia de aquella época. Lo mismo me sucede cuando leo a Hemingway y a Salinger, y a los grandes de la no ficción, como Talese y Joan Didion.
LEMR: En Antología de crónica latinoamericana actual (2012), editada por Darío Jaramillo Agudelo, y Mejor que ficción. Crónicas ejemplares (2012), editada por Jorge Carrión, aparece una exigua referencia al nuevo periodismo norteamericano, respecto al tema, ¿podrías ahondar sobre una influencia proveniente de los periodistas norteamericanos en los cronistas latinoamericanos?
ASR: En América Latina siempre hubo grandes narradores de no ficción. Yo digo que eso tiene que ver, en parte, con nuestra realidad tan vertiginosa y con la naturaleza de nosotros. Tenemos una tendencia a dejar un testimonio inmediato sobre los hechos que nos causan impacto, para bien o para mal. El periodismo nuestro casi siempre respondió a eso. Algunos académicos nos han contado cómo en América Latina comenzó a hacerse este tipo de periodismo narrativo mucho antes que en Estados Unidos. En el siglo XIX ya José Martí decía que contar historias a través de los periódicos servía para “democratizar la inteligencia”. Su argumento era que los diarios, por ser masivos, permitían llegarle a un público más amplio, y eso podría aprovecharse para producir un tipo de relato atractivo que generara mayor interés. Tú puedes encontrar grandes piezas literarias en el periodismo latinoamericano de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El poeta César Vallejo, por ejemplo, escribió en 1927 una crónica memorable sobre el entierro de la bailarina Isadora Duncan. Vallejo usa el funeral como pretexto para trazar un fresco de la época y elaborar un retrato perspicaz de la gran bailarina. Te puedo citar otros casos. El mexicano Manuel Gutiérrez Nájera publicó en 1880 las memorias de un vago, es decir, ya por entonces mostraba una apertura hacia ciertos temas populares de la cotidianidad que interesaban poco o nada a los doctos que dirigían la prensa. Ese sería más tarde un rasgo fundamental del periodismo narrativo.
Ahora bien, en el periodismo estadounidense ha habido, a mi juicio, exponentes más vigorosos porque allí se ha combinado mejor el periodismo con la literatura. A los dos latinoamericanos que te mencioné, Vallejo y Gutiérrez Nájera, les iba mucho mejor con la pluma que con el trabajo periodístico. En la escuela estadounidense se entendió muchísimo antes la necesidad de que en estas piezas la base periodística fuera sólida. Que hubiera una investigación completa, oportuna y veraz, y no sólo un texto bellamente escrito. Por eso he amado a los exponentes del periodismo narrativo de Estados Unidos, desde John Hersey hasta David Remnick, pasando por Jon Lee Anderson y Gay Talese, Joseph Michell y George Plimpton, Truman Capote y Jimmy Breslin. Gracias a ellos aprendí que uno cuenta historias para comprender el mundo que lo rodea, para explicarse ciertos fenómenos sociales que no podría entender a través del periodismo convencional, el de los meros datos.
LEMR: En el Oro y la oscuridad  hay referencias al estilo de vida de los afrocolombianos, ¿en qué medida ese estilo de vida puede ser entendido en otros países?
ASR: Cuando cuento historias me ocupo de ciertos conflictos de los seres humanos. Es cierto que esos conflictos están determinados, en parte, por el espacio geográfico al que uno pertenece, pero también lo es que hay problemas esenciales comunes a todos los hombres: el desamor, las enfermedades, las guerras, la muerte. Tolstoi decía: “pinta bien tu aldea y serás universal”. Eso es lo que yo procuro hacer. Sea cual sea el tema, e independientemente del lugar al que pertenezcan las personas sobre las que escribo, aspiro a esa universalidad.
LEMR: ¿Por qué Pambelé es una figura importante para Colombia? ¿Qué enseña?
ASR: Pambelé es un ser humano que fue devorado por el personaje que le tocó representar durante el momento de la fama. Esa es una historia frecuente en el mundo del deporte. Les ha sucedido a boxeadores, a futbolistas, a beisbolistas. En los coliseos asistimos jornada tras jornada a una representación del mito de Ícaro. Allí vemos cómo ciertos seres ascienden de repente y cómo se desploman después, cuando las alas se les derriten al entrar en contacto con el sol. Cuando escribo sobre esos seres no estoy tan pendiente de sus resultados deportivos como de sus personalidades. El escritor Albert Camus decía que las cosas más importantes que aprendió sobre los seres humanos las aprendió viendo lo que sucedía en las canchas de fútbol. En el deporte los seres humanos suelen actuar en caliente, bajo presión, y eso hace que se muestren tal como son.  
LEMR: En todos tus libros apareces como personaje, ¿cuál es el objetivo de que aparezca tu voz, de que aparezcas tú?
ASR: Más que aparecer como personaje, uso en algunas crónicas ciertas escenas en las que acompaño a los protagonistas. Uno debe incluirse sólo cuando es inevitable. Por ejemplo, cuando a uno le suceden ciertas vivencias que son intransferibles y que ayudan a mostrar mejor la realidad. Si cuento un accidente de tránsito al cual sobreviví, lógicamente tengo que aparecer en la historia. Si mi personaje es un tipo que suele ser violento y me golpea, me incluyo en el relato, porque de ese modo lo muestro mejor a él. La frase más útil que conozco sobre este tema la dijo Martín Caparrós: no es lo mismo escribir en primera persona que escribir sobre la primera persona. En el primer caso, simplemente adoptas un punto de vista narrativo, mientras que en el segundo hablas de ti mismo. Lo peor que puede haber es un cronista que se incluye en la escena sin necesidad, sólo por narcisismo. Cuando Truman Capote se incluye en el relato que escribió sobre Marilyn Monroe, la muestra mejor a ella aunque parezca que está hablando de él.
LEMR: ¿La literatura testimonial es menos, igual o más valiosa que la literatura que transfigura la realidad? 
ASR: Esa es muy buena pregunta. Raymond Carver decía que un escritor grande es aquel que tiene una forma especial de contemplar las cosas, y además sabe darle a sus contemplaciones una expresión artística. Eso se puede hacer a través de la ficción y a través de la no ficción. Si escribes un cuento como “La breve vida feliz de Francis Macomber”, produces literatura de alta calidad, y si escribes un relato testimonial como “Hiroshima”, también. La calidad literaria no es un patrimonio exclusivo de los escritores de ficción.
LEMR: ¿Cómo te sientes? ¿Cómo te catalogas? ¿Eres un escritor pesado o no tanto?
ASR: Yo aspiraría a ser un autor que acompañe al lector, una especie de rapsoda que cuenta historias en los caminos o al pie de las fogatas. A mí siempre me ha interesado cultivar un estilo que se sienta cercano, un estilo que borre un poco la figura del escritor profesional, la figura del escritor que quiere mostrar sus recursos literarios, que quiere que se le vea como alguien que tiene pericia. Vargas Llosa dice que toda literatura es artificio, pero que hay que esforzarse para que no se note. Yo no quiero que mi estilo sea una piedra con la que el lector se tropieza, sino un hilo invisible. Me gusta más la idea de seducir que la de convencer. 
LEMR: ¿Hay cronistas o escritores colombianos contemporáneos tuyos que se han enfocado en temas similares a los que tú desarrollas?
ASR: Hay temas recurrentes en los autores colombianos, como el conflicto armado. Ciertos problemas urbanos relacionados con violencia también son comunes. En todo caso, los intereses temáticos están determinados en gran parte por la región a la que pertenecemos. Yo, que nací en la costa Caribe, siempre me he sentido más cerca de Eros que de Tánatos. Desde el principio tuve predilección por los temas de la cultura popular, pues crecí en un lugar donde se oían los tambores y los relatos orales. En aquel tiempo la gente se moría de muerte natural. La primera vez que vi un muerto pregunté qué había pasado, y alguien me explicó que se acababa de morir un fulano llamado Hugo y yo no entendí de qué se trataba aquello. Entonces mi madre me explicó que morirse es como dormir y no despertarse. Durante la infancia yo pensaba que todos los seres humanos morían de viejos en una cama. Después descubrí que había otras formas de morir que eran violentas. Vi muertos a bala, muertos despedazados con bombas, y ese tema terminó metiéndose también en mi escritura. Quizá, aunque seamos tan parranderos, el tema más frecuentado por los escritores en Colombia sea la muerte.
LEMR: ¿Alguna vez has sentido miedo de escribir sobre temas peligrosos como los movimientos armados o sobre el narcotráfico?
ASR: No, no. He podido contar las historias que he querido.
LEMR: El libro el Oro y la oscuridad fue recientemente galardonado en Francia con el premio Le Prix du Livre du Réel 2017 y ahora se está transmitiendo en Colombia una serie televisiva basada en el mismo, ¿cómo sirve éste libro de guía a otros cronistas o a esas personas que están pensando en escribir crónica?
ASR: Nunca me he propuesto eso, lo digo de corazón. Nunca escribo poniendo sobre mis hombros la presión de que mis escritos puedan ser útiles para personas que quieran aprender. Solamente aspiro a que me lean. Siempre tengo a la vista una frase sabia de Aidan Chambers: “escribimos para leernos”. Soy el primer lector de lo que escribo y quizá podría ser el único lector que tenga, de modo que necesito ser sincero conmigo mismo antes de pensar en cómo seré leído por los demás. Quienes se preocupan demasiado por el público piensan más como políticos que como escritores.
LEMR: De tus libros, ¿cuál te ha dado mayor satisfacción? ¿Por qué?
ASR: Hasta ahora mi libro más conocido es La eterna parranda, es un libro que se ha vendido mucho. Esa parte comercial ha sido afortunada. Es un libro que cuenta historias variadas sobre la Colombia de los últimos veinte años. Esas historias han tenido bastante circulación en el mundo de la no ficción, han sido conocidas, se puede decir. Yo le tengo mucho cariño a El oro y la oscuridad, el libro en el que cuento la vida del boxeador Kid Pambelé. Ese libro fue desde el principio una apuesta más exigente. Me tocaba contar en profundidad la historia de un ser humano que en principio no le interesaba a nadie más que a mí, porque si tú me dices que vas a contar la vida de Michael Jackson, un divo de la música contemporánea, va a haber mucha gente interesada, pero un boxeador que había sido noticia cuarenta años atrás implicaba para mí caminar sobre la cuerda floja.
LEMR: ¿Qué representan los premios que has ganado?
ASR: Uno no es más porque haya ganado premios, ni es menos porque no se los haya ganado. El principal premio a los cincuenta y cuatro años que yo tengo, ¿sabes cuál es? Cuando me toca viajar a una selva o a una montaña para hacer un reportaje, pienso que soy un afortunado porque me dedico a algo que soñé cuando era niño. Mi principal premio es sentir hoy la misma excitación de cuando tenía veinte años e iba a realizar mi primer trabajo.
LEMR: Por último, dime, ¿crees que en el futuro vas a escribir utilizando otro género?
ASR: ¡Quién sabe! Quisiera intentarlo pero no sé si tenga talento para eso. Siempre digo que me hubiese gustado ser un gran cocinero, pero no lo soy porque no tengo talento, y además me gusta demasiado la buena comida. El yo que cocina jamás podría satisfacer el paladar del yo que come. Quizá me suceda lo mismo con la literatura de ficción. Más vale reportero digno que novelista mediocre.
LEMR: Alberto, te agradezco que hayas venido a la Universidad de Oklahoma, nos has engalanado con tu presencia. Muchísimas gracias.
ASR: Gracias a ustedes.
(Entrevista realizada el 18 de octubre de 2017 y revisada el 27 de febrero de 2018).

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