David Levine
"Trabajo con ruinas, con los restos de un desastre"
El escritor irlandés, Premio Principe de Asturias de las Letras 2014, publica La guitarra azul, un libro en el que encontramos todos los elementos que han hecho reconocible su prosa (belleza, melodía y ritmo) al servicio de la historia de Oliver Orme, un pintor adúltero y ladrón que ya no puede pintar.
JAVIER YUSTE
John Banville (Wexford, Irlanda; 1945) nos atiende en la sede de la editorial que publica sus novelas en España, en una fría y blanca habitación en la que el escritor sin embargo se muestra cercano y solícito, detrás de una copa de vino blanco que degusta con mesura. Son casi las dos de la tarde y parece buena idea rendir tributo a Baco antes de disfrutar de los placeres gastronómicos de la capital, como seguramente hará el escritor irlandés. El último obstáculo para ello son las preguntas de El Cultural, último medio en entrevistar al autor de El maresta fría y luminosa mañana de invierno. Banville sin embargo no muestra síntomas de cansancio. Al contrario. Elige con cuidado las palabras, no se precipita.
Con su alter-ego, el escritor de novela negra Benjamin Black (creador del forense Quirke y responsable de la vuelta del detective Marlowe) disfrutando de un merecido descanso, Banville aprovecha para presentar en España su última novela, La guitarra azul (Alfaguara) en la que encontramos todos los elementos que le han hecho merecedor de reconocimientos como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014, el Franz Kafka en 2011 o el Premio Booker en 2005: un meticuloso uso del lenguaje, una certera elección de las palabras y un sentido del ritmo propio de un director de orquesta. La historia del libro gira en torno a la decadencia personal de Oliver Orme, un pintor maduro que ya no puede pintar pero que si mantiene su otra afición, el robo. Aunque es un ladrón peculiar, de los que pecan por el placer erótico que proporciona el acto. Quizá por eso seduce a Polly, la mujer de su amigo Marcus. Cuando esta relación sale a la luz Oliver se refugia en su hogar de infancia para ajustar cuentas consigo mismo.
P.- En el libro se introducen de manera orgánica versos de Emily Brontë, Keats, Lord Byron, Rilke... ¿De qué manera llegaron esos versos al texto?
R.- Espero no sonar demasiado pretencioso con la respuesta que voy a dar pero siento que estoy trabajando en los estertores de una civilización que tenía sus orígenes en los antiguos griegos y que comenzó a destruirse en el siglo XIX. Me da la sensación de que trabajo con ruinas, con los restos de un desastre. Voy andando por un campo de batalla y los pequeños restos que quedan del destrozo general, pequeñas maravillas, las rescato como puedo. ¿Ha visto la película Wall-E de Pixar?
P.- ¿La del robot que recoge chatarra en un planeta Tierra no apto ya para la vida?
R.- Exacto. Para mí es una obra maestra y cuando trabajo me siento como Wall-E recogiendo tesoros en una tierra marchita. Creo que Pixar ha hecho fantásticas películas en los últimos 15 años.
P.- ¿Escribe poesía?
R.- Un amigo mío diferenciaba entre verso, prosa y poesía. Yo intento destilar la poesía que podemos encontrar en la prosa. Si pudiésemos concentrar muchísimo la mesa de un escritor, el lenguaje que utiliza, su método de trabajo… creo que obtendríamos una minúscula gotita de poesía. En eso paso todos mis días, en intentar conseguir esa gotita de poesía.
Pregunta.- Oliver Orme, el pintor protagonista de La guitarra azul, ya no puede pintar. ¿Teme que le suceda algo parecido algún día con la escritura?
Respuesta.- No, no creo que a mí me pase salvo que los dioses de arriba me quieran hacer una trastada para que me quede en blanco. Escribir es la manera que tengo de estar en este mundo y si dejase de escribir sería porque estoy muerto.
P.- ¿Qué hay de John Banville en Oliver Orme?
R.- Todo y nada. Podemos encontrar a John Banville en el personaje, porque es el material que tengo para crearlo. Lo que pasa es que yo estoy hecho de carne, de sentimientos, de culpabilidad, de todas esas cosas que nos hacen humanos. Orme es solo palabras.
P.- Orme, además de pintor, es un consumado ladrón de objetos pequeños e insignificantes, pero también se atreve a “robar” a Polly, la mujer de su amigo Marcus...
R.- Realmente Orme no roba a Polly pero él se hace la ilusión egoísta de que sí. A una persona como tal no se la puede robar y al final del libro nos damos cuenta de que es una mujer que tiene más control del que pensábamos al principio, que es mucho más fuerte de lo que parece e incluso un poco ladrona también. Este libro va realmente sobre la estrechez de miras que tenemos. Muchas veces no queremos ver lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, la realidad. Y en el caso de un pintor esa estrechez de miras es un fracaso importante.
P.- Debido a su profesión, la luz es un elemento muy presente en el relato de Orme. ¿Se puede capturar con palabras?
R.- Si, claro que se puede. Una vez me hicieron un halago que me viene ahora a la cabeza. Un amigo me dijo que con mi manera de escribir sería incluso capaz de describir el aire. Con las palabras creas ilusiones, más o menos exactas, pero siempre bellas.
P.- El pasado se introduce a lo largo del relato de manera casi abrupta en muchas ocasiones. En un momento Orme exclama: “Maldita sea, otra nueva digresión”…
R.- Cuando mi hijo tenía tres años, un día me dijo: “¿te acuerdas hace un año?”... Desde que nacemos tenemos desarrollado el sentido de la nostalgia. Lo que hemos hecho y sentido en el pasado nos explica lo que somos hoy, o esa es la ilusión que queremos creer. Quizá para mí, que tengo 70 años, el pasado sea más real que el presente. Pero nunca he comprendido del todo la obsesión que tengo por el pasado en mis obras. Una vez que el presente se convierte en pasado, coge esa aura de algo importante, casi sagrado. E incluso puedes llegar a sentir el pasado de una manera mucho más intensa que cuando era presente.
P.- ¿El amor es ante todo narcisista?
R.- Por supuesto y esto es igual para todos. Cuando nos enamoramos queremos vernos reflejados en los ojos de nuestra amada, que nos mira como a un dios. Pero hay que ser realista, lo que en realidad ocurre es que ella crea un dios para entrar al mismo tiempo en esa categoría divina. Si yo soy un dios ella automáticamente se convertirá en una diosa a través de mi mirada. No obstante, estar enamorado es una experiencia muy intensa, no quiero parecer cínico.
P.- Oliver llega a la conclusión de que no existe tal cosa llamada mujer, que es como un fantasma que sobrevuela el mundo. ¿Cuál es la esencia de lo femenino?
R.- Los hombres tenemos una perspectiva muy particular. Desde que nacemos, tanto hombres como mujeres, somos conscientes de que no nos merecemos el amor incondicional que nos profesa nuestra madre. Este amor nos deja totalmente heridos e indefensos porque llega un momento en el que lo perdemos, ya sea gradualmente o para siempre. Mi opinión es que este sentimiento es incluso más fuerte en los hombres. Cuando crecemos llega la pasión y descubrimos lo trascendental que puede llegar a ser el sexo, la trascendencia de lo más, el orgasmo. Más adelante nos enamoramos y después volvemos a ver a la mujer de manera distinta porque nos damos cuenta de que van a ser madres, igual que las que tuvimos nosotros. Por eso estamos siempre confundidos. Pero claro esta es la visión de un hombre.
P.- ¿Cómo sería la visión de una mujer?
R.- No lo sé. Me gustaría saber en qué piensan las mujeres, cómo viven, cómo sienten… Me encantaría poder ser una mujer durante tres horas y sentir todas esas cosas que los hombres no podemos sentir.
P.- ¿Qué opina Benjamin Black de los libros de John Banville?
R.- Para él serían libros imposibles de leer, muy farragosos y complicados. Ni siquiera se molestaría en intentarlo. Black diría “ponte a escribir y acaba de una vez”.
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