Marta Sanz
Gabriela Astor y la caja negra
Rosa y negro
El destape y el aborto son los polos que usa Marta Sanz en su novela 'Gabriela Astor y la caja negra', para retratar la transición española
7 JUN 2013 - 18:01 COT
Temerosos de que cualquier etiqueta atraiga a los estudiosos de mañana, pero aleje a los lectores de hoy, la mayoría de los escritores prefiere medir sus libros con la eternidad antes que con el tiempo. Por eso sorprende que Marta Sanz (Madrid, 1967) diga que a veces tiene la sensación de hacer “literatura de emergencia” y se refiera a su último libro, Daniela Astor y la caja negra(Anagrama), como una “novela feminista”. Su protagonista es Catalina, una muchacha que huye de sus 12 años comiendo miga de pan para que le crezcan las tetas, despreciando a su madre por poco refinada y jugando a ser una imaginaria actriz del destape, Daniela Astor. Estamos en la España de 1978, un tiempo ilustrado con desnudos “integrales”, cuya banda sonora es la sintonía de programas de televisión como Eva a las diez, Aplauso o Los ángeles de Charlie.
Retrato de época y novela de iniciación, más etiquetas, Daniela Astor y la caja negra surgió del interés de su autora por la estrecha relación entre la realidad y sus representaciones, algo apuntado ya en La lección de anatomía (RBA), el particular ejercicio autobiográfico que publicó en 2008. “Yo no creo en la esencia de las mujeres. El género es una construcción cultural. Qué es una mujer y qué se supone que es se construye a partir de retazos de una cultura tergiversada que nos pone en desventaja”, explica la novelista en su casa del barrio madrileño de Malasaña mientras una gata que ha recogido de la calle merodea desconfiada. “Quería ver cómo aquellas imágenes de la transición servían para construir a esas mujeres, cómo todo ese imaginario hace que seas feliz o infeliz según te adaptes o no al modelo. Y con todas sus contradicciones, porque Catalina asume gustosa estereotipos femeninos que son absolutamente machistas”.
Marta Sanz, que recuerda su propia fascinación adolescente por las revistas del corazón —“las leía en la peluquería porque en casa las tenía prohibidas”—, insiste en una idea capital para alguien que trabaja con la imaginación: no hay nada más conectado con la realidad que la fantasía: “La dicotomía entre una y otra es falsa. La realidad se construye a partir de su representación. Yo tenía la pretensión de escribir una novela feminista y, más que de una tesis, tuve que partir de preguntas que yo misma no tengo resueltas, hacer autocrítica. Me interesaba reflexionar sobre cómo asumimos un discurso que nos hace daño”
“Sobre el aborto hay toda una imaginería atroz de insalubridad
y casi brujería. Quería reflejar otra partede la realidad”
De la historia íntima a la historia pública, La caja negra del título es un falso documental proyectado por una Catalina de 50 años cuyo guion se intercala en el relato de su adolescencia. “Cabe la duda de si la coartada cultural, intelectual sirvió para mostrar carne o mostrar carne fue un procedimiento de normalización y crítica de una sociedad mojigata y claustrofóbica. ¿Se araña la espesa capa del tabú o el tabú se engrandecía alimentando el morbo?”. Esa es una de las notas del guion, construido a partir de vídeos sacados, por ejemplo, de Idealista.com —“Soy de Andújar, pero soy una chica de la calle Serrano” (María José Cantudo)—, necrológicas de misses —florece la expresión juguete roto— o crónicas de color rosa. La coartada intelectual del destape, decíamos. El debate, recuerda Sanz, sigue presente: ahí están las feministas ucranianas usando el desnudo como elemento de subversión. “En el caso español me interesó presentarlo como lo que es, una paradoja. En un primer momento el destape pudo ser liberador porque veníamos de una sociedad pacata y represora en todo lo que se refería al sexo. Pero se da la vuelta en cuanto la imagen de la mujer se mercantiliza. De la liberación de la mujer se pasa a su cosificación, ya es un objeto”. ¿Y hoy? ¿Ha cambiado? “A la cosificación se le ha sumado la homogeneización del modelo estético. Al fin y al cabo las mujeres de los setenta eran físicamente muy distintas: culo gordo o pequeño; tetas grandes o caídas; nariz grande o pequeña… Hoy todo pasa por el filtro de la cirugía y el modelo es de autómata: los pómulos, los labios… y te lo venden con la fantasía de que lo haces voluntariamente porque te sientes mejor. Las mujeres hemos obtenido muchos logros, cierto, pero no todos: continúan la violencia de género y la discriminación salarial, y somos más susceptibles de caer en la precariedad. Aun así hay muchas mujeres que creen que ya no tienen motivos para luchar por sus derechos”.Aunque el relato es siempre autosuficiente, el mundo de la protagonista de Daniela Astor y la caja negra está tan lleno de referencias a un glamur de andar por casa que es difícil no preguntarse por su caducidad. ¿Necesitará algún día el libro un enjambre de notas a pie de página para aclarar qué demonios era el Ballet Zoom o quién Susana Estrada? Para Marta Sanz, ese detallismo no es un límite sino un cauce: los lectores sin memoria de esa época tendrán muchos datos para saber cómo era: “Utilizar en las novelas materiales caducos —o soeces o ínfimos— no me parece un demérito sino al revés. Todo depende de cómo los recrees literariamente. Yo no soy Dos Passos, pero no creo que cuando él escribió Manhattan Transfer le importara nada llenarla de referentes de la radio de los años veinte”.
Todo ese universo de cuché y purpurina pasa a un segundo plano cuando aparece en la novela algo muy de la época y muy de hoy, el aborto, un asunto que Marta Sanz ha querido despojar de la sordidez al uso. “Sobre el aborto hay toda una iconografía, y es atroz”, dice. “En la literatura y, sobre todo, en el cine se lo asocia siempre con insalubridad y casi brujería. Ideológicamente eso es muy sintomático”. Su libro, afirma, es una negación de todas esas imágenes: no hay habitaciones iluminadas con bombillas de 40 vatios ni aspirinas machacadas en la vagina: “Esa imaginería produce un horror sobreañadido a una situación que naturalmente no es agradable. No creo que las mujeres que abortan lo hagan con frivolidad”. Ella, insiste, quería “reflejar otra parte de la realidad, la de los profesionales sanitarios que ayudaron a muchas mujeres con la mejor voluntad aunque mucha gente terminara en la cárcel”.
El proyecto del PP de reforma de la ley del aborto, que ha sorprendido a la sociedad con un debate que todo el mundo daba por zanjado, sorprendió a la novelista en plena escritura: “A veces tengo la sensación de hacer literatura de emergencia, y me parecía urgente hacer una crónica parasentimental de la transición a través del destape y del aborto tratado sin sordidez. Gallardón apareció cuando yo iba por la mitad. Me temo que la crisis es una cortina de humo para rebajar derechos: sociales, laborales, sanitarios… El otro día una mujer me decía que le parecía increíble que tuviera que volver a manifestarse diciendo: ‘Nosotras parimos, nosotras decidimos’. Como si la hubieran llevado 40 años atrás”
“No hay que gratificar al lector
como a un cliente. Que la literatura sobre la crisis no se convierta
en merchandising"
Hace 40 años Marta Sanz era una niña, la que sale posando en blanco y negro en la cubierta de su libro. Hoy es autora de nueve novelas en las que la familia es un tema recurrente: “Solo puedo escribir de lo que conozco, y la familia es un reflejo en pequeño del resto del mundo”. Todo empezó en 1995 con El frío, editado por Debate en los tiempos en que publicaba ficción y la dirigía Constantino Bértolo, hoy al frente de Caballo de Troya y por entonces descubridor de autores como Ray Loriga o Luis Magrinyà. Aquella primera novela fue en parte el resultado del paso de Sanz por la Escuela de Letras de Madrid, donde abandonó los poemas que llevaba años escribiendo y aprendió no tanto lo que debía hacer como lo que no. Todavía se ríe de su antiguo prejuicio de que la literatura debe ser sobre todo cursi y eufónica, “refitolada”: “Agradecí que me amputaran aquella facilidad mía para el verbo florido porque sigue muy extendida la idea de que la literatura es bonita”. Que tardara 20 años en publicar dos libros de poemas, en un solo volumen reversible, y que se titularan Hardcore y Perra mentirosa (Bartleby, 2010) da una idea del cambio de rumbo. La poesía, no obstante, nunca estuvo fuera de su horizonte. En 2007 publicó Metalingüísticos y sentimentales (Biblioteca Nueva), una antología de 50 autores —de Martínez Sarrión a Luisa Castro— cuyo origen está en su tesis doctoral: “La poesía española durante la transición”.
Hoy Sanz es profesora en excedencia en la Universidad Antonio de Nebrija —se reincorpora el curso que viene— y en una escuela de letras heredera de la de sus 20 años, Función Lenguaje: “¿Que si se puede aprender a escribir? Hay que tener unas aptitudes mínimas, sobre todo una manera especial de mirar, más que de escribir. Y el contacto con los demás —la crítica constructiva y la destructiva— es importante para la formación de por sí solitaria de los escritores. Luego, ser bueno o no tiene que ver con el trabajo personal”. De ese trabajo salieron novelas como Los mejores tiempos (Debate, 2001) —ganadora del premio Ojo Crítico de Narrativa, un galardón que le hizo sentir el “espejismo” de haber llegado a algo—, Animales domésticos (Destino, 2003) —“mi novela de la crisis; hace 10 años la precariedad ya empezaba a estar ahí”— o Susana y los viejos (Destino, 2006), finalista del Nadal, que supuso un salto al que ella misma le quita postín: “¿De 2.000 lectores a 8.000? Bueno, es cierto que luego tus novelas despiertan más curiosidad”. No obstante, la gran curiosidad —“no sé si por el género o porque las publica Anagrama”— ha venido con Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás, las dos novelas (negras) que precedieron a Daniela Astor.
Marta Sanz cuenta que se lanzó a escribir las historias de Zarco —un detective cuarentón gay— cuando se dio cuenta de que la literatura negra se estaba volviendo previsible: “Tradicionalmente había sido literatura social, de denuncia, pero había desactivado su capacidad de crítica porque se había convertido en un género rutinario que respondía perfectamente a las expectativas de los lectores. Lo negro me estaba empezando a parecer rosa. Con esta novela [Daniela Astor…] he tratado de demostrar que lo aparentemente rosa es absolutamente negro. Por eso acaba con un capítulo de Sálvame”. La voluntad de romperle al lector las expectativas es, repite Sanz, una de sus mayores preocupaciones: “La gran contradicción de escritores que queremos intervenir en el espacio público como Isaac Rosa o Belén Gopegui o yo es que nos gustaría que nuestros libros llegaran precisamente a la gente a la que no llega. Muchas veces tienes la sensación de que estás escribiendo para lectores afines que se van a reconocer o a gratificar con lo que estás diciendo. Lo que yo querría es llegar a los que ven Sálvame, que su mirada cambiara”.
Consciente del peligro de que escribir libros comprometidos se convierta en coartada para quedarse en casa, Marta Sanz defiende la separación entre escritora y ciudadana con una frase de Jesús López Pacheco: “Que la revolución del lenguaje no sustituya al lenguaje de la revolución”. Por eso recuerda que, fuera de las novelas, la política se hace en los partidos, los sindicatos y las asociaciones. Fue ella la que, junto a Benjamín Prado, leyó en Madrid el manifiesto de la marcha del 19 de julio del año pasado contra los recortes sociales. “Me interesa hablar de las cosas que están pasando, esa escritura de urgencia”, insiste, “pero siempre con la prevención de que la literatura sobre la crisis no se convierta en moda y merchadising. Intento escribir desde un punto de vista que pueda ser desasosegante para los lectores. Hay gente que me ha dicho: ‘¿Cómo te pones a hablar de María José Cantudo con la de cosas importantes que hay que contar?’. Es que hay aspectos de María José Cantudo que me parecen muy importantes. No quiero gratificar al lector como a un cliente. Me interesa molestar, desasosegar, plantear preguntas que tengan en el lector una repercusión moral y política. Busco lectores que no quieran solo pasar el rato con un libro. Cosa que está muy bien, por cierto”.
EL PAÍS
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