viernes, 10 de junio de 2016

Don DeLillo / Cruzada contra el tiempo


Don DeLillo, en Nueva York.
Don DeLillo

Don DeLillo

Cruzada contra el tiempo

El colosal autor neoyorquino publica «Cero K», una novela sobre la muerte, «como todas las que he escrito», llena de intensidad, congoja moral y gran literatura.


Ulises Fuente
10 de junio de 2016


El colosal autor neoyorquino publica «Cero K», una novela sobre la muerte, «como todas las que he escrito», llena de intensidad, congoja moral y gran literatura.
Hablan de lo raro que es entrevistar a DeLillo, de sus manías legendarias. Que no tiene teléfono móvil ni dirección de email, que desde hace años entrega si le piden unas tarjetas de visita que ya no puede dejar de llevar al ser presa de su propia broma y en las que apenas aparece su nombre y esta leyenda: «Prefiero no hablar de ello». Don DeLillo (Nueva York, 1936) es un gigante literario con la edad de un Rolling Stone y a pesar de su conocida alergia a las entrevistas se ha sometido estos días en España a un baño mediático que Mick Jagger jamás toleraría, hasta quedarse sin voz de tanto responder, como casi le ocurrió con este periodista. Son 79 años y una carrera literaria descomunal que mantiene la exigencia en «Cero K», su última novela, que presenta en España creando la misma incertidumbre que una visita de Paul McCartney. ¿Cuánto tiempo más podremos estar en su presencia? De eso trata la novela. Del tiempo, la muerte y ese punto donde el pasado y el futuro parecen la misma cosa.
La historia arranca con un multimillonario, Ross, que es accionista de una compañía que investiga la criogénesis, es decir, esa técnica que pretende suspender la vida humana por congelación del cuerpo y de los órganos (incluso éstos, por separado) y reactivar la existencia cuando la ciencia haya avanzado lo suficiente como para garantizar una extensión de la vida o se conozcan curas para enfermedades sin ella. Hablamos de la vida eterna, la promesa que las religiones han ofrecido durante siglos, convertida en la gran oferta de una nueva fe: la tecnología y la ciencia. El hijo de este billonario, Jeffrey, acude al encuentro de su padre en un terreno remoto de Uzbekistán, donde una misteriosa instalación semienterrada ensaya las «suspensiones vitales». De las «resucitaciones» ni Ross ni Jefrey ni nosotros sabemos nada, pero ahí están las promesas. En la historia, la segunda mujer de uno y madrastra del otro se va a someter a la criogénesis con inciertos resultados y ahí comienzan los torniquetes morales y éticos que mueven la literatura de Delillo. Por ejemplo, ¿puede la ciencia acabar con las religiones robándoles su mayor oferta? «No lo creo. No se sabe qué puede pasar cuando este sistema esté perfeccionado, si es que se logra algún día, pero las religiones están instaladas de manera muy profunda en gente de muchas partes del mundo. Aunque habrá algunos lugares en los que sí tendría un efecto, pienso que tanto los que creen como los que no anhelan la inmortalidad de maneras diferentes y paralelas».
El escritor no carga las tintas contra los que ven en la ciencia la respuesta a los problemas de la humanidad: «Opino que a menudo se nos promete que la ciencia dará respuesta a todo, pero no es así. En muchos casos, la medicina por ejemplo sólo provee soluciones mientras uno se tome los medicamentos prescritos, no como una solución a largo plazo, lo que equivale a decir que la ciencia, en la mayor parte de los casos, sólo trata de hacernos sentir mejor». Hay una diferencia sustancial, además. La religión promete la salvación eterna a cambio de cumplir un código de conducta, unos mandamientos beneficiosos socialmente.

El precio de la vida

En la novela de Delillo la paradoja es que conseguir la vida tras la vida sólo cuesta una cosa: dinero. ¿Es éste el punto álgido de una sociedad injusta a la que tendemos? «Bien podría serlo. Es una de las situaciones que quería plantear, como las que mueven las intenciones del millonario a someterse él mismo a la criogénesis a pesar de estar sano, que es algo por lo que no me preguntan mucho. Y si está sano, estamos hablando de un asesinato en rigor, no de un tratamiento a alguien enfermo sin cura. Es un crimen y un sacrificio romántico al mismo tiempo», comenta. Ahí tenemos otra cuestión para preguntarnos, porque también podría ser puro egoísmo, querer la vida eterna como Ponce de León. «Puede ser, no quería hacer hincapié en esa posibilidad... ¿Sabe que tampoco hice mucha investigación científica al respecto? Algo sí, desde luego. Hay tanto... no sé, demasiado de instalaciones criogénicas, conozco una en Arizona, en EE UU, gracias a que está allí el cuerpo de un jugador de béisbol famoso. ¡Y me enteré después que también Walt Disney!».
Delillo carraspea y su fragilidad física es evidente, pero no piensa en la retirada: si puede volverá a publicar. Y hablando de la carne mortal, «sé que algún día me moriré, pero no pienso demasiado en ello. Menos que cuando tenía 50 años, y la verdad es que al respecto no tengo más que decir». Saber que uno va a trascender puede que ayude. «No voy a trascender». Sí, sí que lo hará, replico. «Bueno, mis novelas contienen la idea de morirse. No sé cómo defender esta afirmación, pero, para mí, cada libro incorpora la noción de la muerte. Están movidos por ella, no es que tenga que aparecer expresamente. Y el final de una novela es una forma de morir. “Submundo” me llevó cinco años y no es que me sintiera como si hubiera muerto, sino que me sentí aliviado, aunque algo era diferente. Después de tanto tiempo para 800 páginas y muchas, muchas cajas de páginas de bocetos y correcciones... Algo es diferente y puede que en un buen sentido. Eres más viejo en el significado exagerado del plazo que has tardado en escribir». Por cierto, que cuando DeLillo dice cajas y cajas de bocetos lo dice en sentido literal, porque sigue escribiendo a máquina. Otro de esos tópicos que tanto gustan sobre él como los que mencionábamos al principio. Es una Olympia, la segunda que ha tenido en su vida y que, admite, tiene que llevar a «revisión porque empieza a hacer un poco de ruido...». Así que DeLillo escribe novelas futuristas (ésta transcurre entre 2030 y 2050) en un viejo cacharro de 1975, según su memoria. «En mis novelas siempre se mezclan pasado y futuro», aclara. Quizá la máquina es responsable de su estilo, intenso y escultórico. «Escribo una página en la máquina o un párrafo y la saco. La corrijo a bolígrafo, la lleno de tachones, de escritura por el margen, la emborrono. Y después la reescribo a máquina», cuenta.
Y las páginas descartadas pasan a la caja de las correcciones, que transportan las versiones alternativas de sus novelas. «Todas se guardan en el Harry Ransom Center de Austin (Texas, EE UU). Es como una especie de archivo donde acogen el material que los escritores queremos enviar. Y un día, si quisiera, podría ir allí a ver lo que tienen mío», dice DeLillo mientras pone cara de que eso sería lo último que le apetece. Es decir, que sus páginas están criogenizadas en Texas, igual que los personajes de su novela. «(Risas) Desde luego, ¡también lo están las de James Joyce!», exclama.
No se lleven la impresión equivocada. «Cero K» no es una novela sobre ciencia, sino literatura perversa y concentrada sobre sentimientos, sobre las cargas que llevamos y que no son otras que nuestro pasado y el deseo de borrarlo (¿por qué sólo guardamos los malos recuerdos?), sobre librarnos del signo de nuestros padres o encajar en la sociedad. El miedo e incluso el terror y hasta el terrorismo, el lenguaje, la presión de una sociedad que ha conseguido esclavos por propia voluntad por el miedo al fracaso. La validez y el sentido del arte e incluso la manera en que se consume, el dinero y el poder y los medios de comunicación. Y la belleza que el autor es capaz de desplegar, como sólo los guías mestizos te saben llevar a los mejores acantilados. ¿Saben que dos veces al año el sol se pone en perfecta sincronía con la cuadrícula de calles que atraviesan Manhattan de norte a sur? El ángulo es exacto y los locales conocen el fenómeno como «Manhattanhenge». DeLillo sitúa este atardecer en la novela, uno de sus dos territorios. El otro, como él mismo dice, es el que habita «sólo un chico del Bronx».

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