Augusto Rendón
se va de la fiesta
11 de febrero de 2020
Se va acabando la fiesta de la vida. Los mejores invitados se van marchando, los más aguantadores, los hígados mejor calibrados, los corazones más palpitantes, las mentes más ágiles, las próstatas más resistentes. Se van yendo sin despedirse. Lo van dejando a uno solo raspando fiesta. Bailando consigo mismo. Recogiendo vasos semivacíos, otros quebrados, los objetos por sus dueños abandonados, los leños fríos. Las camas destendidas en los cuartos de huéspedes. Los pisos de los baños salpicados de orines. Y se van para no volver. Ya se oyeron todos los discos, ya se bailaron todas las piezas, ya se bebieron todos los rones. Lo que se tenía que decir se dijo. Apagadas las luces se hace el silencio.
A la fiesta de la vida llegué temprano, a conocer a esos amigos que son la mejor parte de uno, las extremidades que le faltaban, sin los cuales uno terminaría por ser otro. En una mesa a los 23, cuando dirigía una galería de arte de vanguardia, me senté con el pintor Pedro Alcántara, quien me presentó a sus grandes amigos Norman Mejía, un verdadero monstruo de la pintura y a otros tres monstruos, Augusto Rendón, Carlos Granada y Humberto Giangrandi. Sus obras eran deslumbrantes como sus pintas de seductores, mosqueteros del grabado y de la paleta. No se sabía cuál era más peligroso. Y yo con una noviecilla modelo de Bellas Artes. Si los lograba contener lo lograría todo en la vida. Y ya ven cómo lo he logrado. Jejé, como escriben las muchachas en sus guasap.
Me vine a vivir a Villa de Leyva para sacarle el culo a la muerte que se da en las ciudades, no fuera que me fuera a matar un carro o cualquier otra colonoscopia. Y entre los viejos amigos que me encontré en el territorio estaban los hermanos plásticos Augusto y Jaime Rendón, vivientes en la vereda Monquirá, o Piedrapará, como la bautizó una de las augustas amantes, o El alto de los fósiles, dada la edad de sus habitantes. Allí residen de lleno sus dos hermanos María Inés y Jaime con su mujer Patricia.
En su casa y en la mía tuvimos reuniones varias, ya no proyectando futuros sino evocando vivencias antepasadas, y nos daba qué risa haber sobrevivido a nuestros desmanes y los de un mundo que no se dejó cambiar. Él había sido lo que se dice todo un guerrero, dado su compromiso por retorcer la historia hacia el humanismo, mientras su hermano Jaime y yo tratábamos de trastornar esta realidad viajando a las otras.
Lo que Obregón fue a la pintura lo fue Augusto al grabado. La caballería de su obra despierta sentimientos que van de la rabia a la ternura, de la estupefacción al enervamiento. Toda ella es un pozo ardiente. Desmesura. Logro tesco. De goya miento.
La Gabarra Augusto Rendón |
Iba hacia mi casa de Villa de Leyva cuando el amigo Jaime Ruiz me dio la noticia. Se me nublaron los ojos y el parabrisas. Al llegar a La montaña mágica, escoltado por mis dos perros, reparé que todas las flores del jardín estaban quemadas por la helada de la madrugada. Y cuando fui a brindar por el visitante de la tierra que se había ido no encontré en la botella ni un trago. Se acabó el mundo.
¿Qué viene a hacer la muerte en Villa de Leyva –pregunto–teniendo tanto qué hacer en otros lugares? Es una broma. Bienvenida sea la pelona cuando se quiera acostar con uno. La que faltaba.
Adiós, amigo. Si no lograste cambiar el mundo, ¿qué mejor que cambiar de mundo?
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