Las obsesiones de Hans Ruedi Giger
CRONOPIO
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22 de septiembre de 2015
Conocido por la mayoría de vosotros por ser el modelador, el escultor de cuyas manos (y mente) salieron los ambientes claustrofóbicos y la criatura aterradora que asustarían a varias generaciones en la película de Ridley Scott, Alien, Hans Ruedi Giger encierra en su portafolio mucho más de lo que el celuloide le ha permitido dar a conocer.
Encierra un mundo espeluznante pero atrayente, un mundo que no es otra cosa que reflejo de las obsesiones de un niño inquieto que prefería pasar el día bajo una mesa que recibiendo la luz del sol a través de la ventana.
Infancia y oscuridad: allá donde reina el terror
A la ya presumible oscuridad proviniente de la retorcida orografía formada por escarpados valles, altas montañas e impenetrables bosques, del lugar donde se crió, se unirían un carácter huidizo y extremadamente tímido del infante Hans Rudi, quien tuvo la fortuna de dar sus primeros pasos en el seno de una familia acomodada dedicada a la farmacia.
Definido por el propio Hans como ‘una casa oscura’, su hogar se convertiría en el inicio del particular universo que el artista crearía, adquiriendo una vital importancia la estancia llamada como ‘la habitación negra’ y un patio interior (‘lugar en tinieblas’) donde, rondando los diez años, instalaría su particular ‘tren fantasma’ (su pasión por los trenes tendría un importante impacto en su obra adulta).
Junto a su predilección por los trenes, ya en edad temprana desarrollaría cierto carácter sádico el cual tendría plasmación en algunos juegos y actividades infantiles, lo cual ahondaría aún más en su carácter huidizo y reservado en la búsqueda de intimidad para desarrollar sus actividades y dejar volar su imaginación por oscuros y sangrientos mundos imaginarios.
Quizás como su particular interpretación de la vida científica de su padre, también desarrollaría interés por la alquimia y experimentos químicos mezclando materiales y por mitos como el de Golem o Frankenstein, los cuales serían la puerta de entrada al mundo de la biomecánica, una de las constantes que conformarían su obra adulta.
Máquinas y biomecánica: un universo cibernético
La inocente pasión que, desde niño, desarrolló al respecto del por todos conocido como ‘Tren de la Bruja’, se convertiría más adelante en una obsesión por el caballo de hierro en todas sus formas y posibilidades. Así sería como, durante su edad adulta, el casero ‘Tren Fantasma’ se transformaría en diseños para trenes subterráneos y estaciones que tendrían su momento culminante en la propuesta de construcción, presentada al gobierno suizo, de crear un nuevo sistema de ferrocarril mastodóntico, y subterráneo, compuesto por cinco ramales que se unirían en un único punto, que actuaría de estación central, siendo todas las estaciones intermedias pirámides de más de mil metros de altura.
Quien sabe si por su forma fálica (como veremos más adelante), o por lo ‘siniestro’ del funcionamiento artificial de la maquinaria y lo macabras que suelen ser las consecuencias de sus accidentes, los trenes servirían de puerta de entrada a un mundo nuevo para Giger, en el que sencillos mecanismos eran los protagonistas: los revólveres.
Asemejando la locomotora del tren con el proyectil lanzado por el revólver, H.R. Giger se convertiría no sólo en un experto en los mecanismos de funcionamiento de las armas de fuego, sino que todos los conocimientos adquiridos en ese área le llevarían a experimentar, imaginariamente, con la posibilidad de la interacción entre el cuerpo humano y las máquinas, creando o diseñando seres biomecánicos y desarrollando multitud de teorías al respecto.
En éste último punto jugaría un papel fundamental su apuesta por el aerógrafo como útil a la hora de pintar, pues el mismo le permitía lograr unos acabados en los cuales la artificialidad de las máquinas y la oscuridad macabra que buscaba adquirían un turbador realismo. Y sería, precisamente, a raiz de su apuesta por esta técnica, que toda la imageniería relacionada con el ciberpunk, las agujas perforando la carne, las máquinas fálicas y todo lo relacionado con la obra gótica de H.P. Lovecraft adquiriría el impacto artístico que le llevaría a acabar recibiendo encargos de gente de la talla de Ridley Scott.
Procreación y muerte: dos caras de una misma moneda
Probablemente a raíz de la timidez del infante Giger, su interés por la soledad supuso cierto obstáculo para las relaciones interpersonales, al inicio en cuanto a amistad y posteriormente frente al sexo opuesto. Esta dificultad llevó al artista a crecer ensimismado, con la mente puesta en la obra de artistas y escritores góticos y con la imaginación llevándole a escenarios donde oscuridad y ciertas perversiones eran la norma.
Así sería como, de forma paulatina, la conducta sexual de Giger tendría un despertar un tanto convulso y, obviamente, esa convulsión tendría un importante impacto no ya solo en su obra juvenil, sino también en la adulta. Temores freudianos quedarían, en apariencia, ocultos bajo una actitud directa y macabra que derivaba en intentos de flirteo con el sexo femenino en base a regalos de material siniestro o algunos juegos explícitos.
El primer beso, dado a los 14 años, provocaría que el sexo desplazase, temporalmente, a los trenes y construcciones como obsesiones principales, lo cual, evidentemente, tendría un impacto colosal en las producciones del Giger adolescente, todo ello acrecentado tras que, a los 21 años, perdiese la virginidad.
Lo macabro y siniestro, como es de esperar, no solamente tendría presencia en la conducta sexual de nuestro protagonista, sino que conforme el sexo ganaba espacio en su mente, germinaba un creciente interés, de forma proporcional, por la muerte y todo lo que ello conllevaba, lo cual provocaría que ambas situaciones, enfrentadas en lo biológico, tuviesen un punto de encuentro en su obra. Una calavera caería en sus manos (gracias al trabajo de su padre), y desde entonces los huesos se convertirían en uno de los ejes de su obra gracias a lo que ejemplificaban, tanto porque la muerte los ponía al descubierto como porque la sexualidad se encargaba de crearlos.
Huesos alargados como instrumentos con formas fálicas le llevarían a adorar la historia de personajes como Vlad el Empalador, desmembramientos en los que los huesos se quebraban y quedaban al descubierto también se instituirían en un ente recurrente, en una constante que pasaría a convivir con la biomecánica, los trenes o las armas, llegando a compartir espacio todos ellos en algunas de sus obras, en forma de trenes con forma de falo recubiertos de metal y huesos, cuerpos aparentemente femeninos con cabezas con forma fálica y costillas fuertemente marcadas, humanoides víctimas de deformidades y amputaciones pero con órganos sexuales completos…
Increíblemente diversificada sería la obra de H. R. Giger ya que increiblemente diversificadas fueron sus obsesiones, todas provinientes de una infancia, a pesar de todo, mucho más normal de lo que dan a entender algunos de los datos expuestos. Algunos mantuvimos determinados pensamientos en nuestra mente, Giger supo canalizarlos y crear un mundo personal y oscuro que ha acabado convirtiéndolo en un artista único e infravalorado.
Excéntrico en lo personal y en lo artístico, H. R. Giger es simplemente uno de nosotros, un niño con obsesiones de adulto y un adulto que mantiene obsesiones de cuando era niño. Así son los grandes artistas, aquellos que, a pesar de crecer, siguen manteniendo vivo al niño que una vez fueron. Por muy escabroso que fuese entonces.
Fuente: Tesis doctoral, ARENAS ORIENT, Carlos: El mundo de H.R. Giger. Universidad de Valencia (Facultad de Geografía e Historia), 2005.
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