De marcha con Marlon Brando
Celebremos que Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores haya iniciado la publicación de las obras completas de Guillermo Cabrera Infante. El primer volumen, El cronista de cine, cubre sus labores como periodista entre 1954 y 1960, en la revista Carteles. Son 1.500 páginas, a un precio adecuado: 39 euros.
Era conocida la faceta de Cabrera Infante como crítico de cine, primero con el transparente seudónimo de G. Caín, luego recuperada con su nombre en el libro Un oficio del siglo XX. No me interesa particularmente su teoría de que, en esas páginas, se convirtió en personaje de ficción ya que “la única forma en que un crítico puede sobrevivir en el comunismo es como ente de ficción”. Reducirle a traicionado por la Revolución resulta simplón; su ruptura fue paulatina y no sufrió grandes penurias a la hora de exiliarse. Cierto que poco se podía hablar con él al respecto: era mejor cambiar de asunto ya que tenía un punto ciego.
DE UN PAÍS ¿EN LLAMAS?
El cronista de cine es un profesional muy cercano a mi corazón: un periodista que cubre su campo de especialización, haciendo los equilibrios necesarios. Ningún problema en aceptar una invitación del productor Mike Todd para la fiesta en Nueva York de La vuelta al mundo en 80 días. Solo que el evento se desarrolla en el Madison Square Garden y Cabrera Infante realiza una crónica mortal. Nada de lo que inventó Freddie Mercury en sus años de esplendor puede compararse con el sentido del show de quién entonces ejercía de esposo de Elizabeth Taylor: desfiles de orquestas y bailarinas, un elefante, una avioneta en el escenario, diez mil pizzas y Duke Ellington como final de fiesta.
Era otoño de 1957: uno podía pensar que Guillermo destacaría el contraste entre los Estados Unidos de Eisenhower y la Cuba prerrevolucionaria. Nada de eso se transparenta. De hecho, el castrismo fue un insurgencia rural: no impidió que en las ciudades se estrenaran las últimas cintas y que un semanario como Carteles siguiera saliendo.
Aquí se reúne la producción de un periodista en faena. Ante las defunciones de James Dean, Bogart, Errol Flynn, Tyrone Power o el citado Mike Todd, reacciona con brillantez. Invitado de jurado a un festival, está a punto de dar el máximo premio a su querida Los 400 golpes, de Truffaut, cuando la arrogancia de los críticos franceses le empuja, en compañía de Carlos Fuentes, a cambiar su voto por Nazarín, de Buñuel.
Un inciso: Guillermo está habituado a la violencia institucional de la era Batista pero le impresiona un incidente en México DF, donde se ha trasladado para entrevistar a Luis Buñuel: junto a la casa del aragonés, un policía expresa su euforia disparando al aire…y mata a una niña de seis años.
EL FAMOSO DE TURNO
Gran aporte de El cronista de cine son las entrevistas. No confundir con los encuentros rigurosamente cronometrados de tiempos presentes, con un vigilante escuchando para que la conversación no se aleje de la película a promocionar. Son actores, directores o guionistas de visita en La Habana, para rodar o para “buscar argumentos”. Cabrera Infante se muestra erudito y respetuosos, excepto cuando se topa con sex bombs tipo Mamie Van Doren o Martine Carol.
El reportaje más extenso corresponde a Marlon Brando. En contra de su fama de huraño, acepta el asalto de Guillermo –en este caso, no había agente de prensa- y ya no se separan. El Brando de 32 años hila fino: acepta determinadas fotos, siempre que no se publiquen en EEUU, donde podrían confundirse con turisteo vulgar. Estamos ante un Marlon lúcido y abierto…aunque no por mucho tiempo. Uno de sus siguientes viajes le llevará a Japón, para el rodaje de Sayonara. Allí le cazará Truman Capote y el resultado, The duke in his dominion, publicado en The New Yorker, le distanciará radicalmente de la profesión periodística.
Guillermo Cabrera Infante y Marlon Brando en el Hotel Packard habanero, 1956. Foto: Pepe Agraz.
THE WILD ONE
Marlon quiere conocer la excitante noche habanera, especialmente su vertiente musical. Busca en la radio música afrocubana y solo encuentra cha-cha-chá: “es bueno para bailar pero no hay mucho ritmo”. Marlon toca una conga que acaba de adquirir y Guillermo ratifica que sabe aporrear los cueros. Confirma así historias que me contaba Celia Cruz de visitas de Marlon, empeñado en que su marido, Pedro Knight, le enseñara toques profundos.
Brando está dolorosamente consciente de la falsedad de La Habana cinematográfica que se veía en Ellos y ellas, película musical en la que también podemos comprobar que se defiende (bien) entonando el Luck be a lady. Y se cabrea cuando los focos de la noche habanera caen sobre “la estrella de Hollywood”.
En un momento, el plumilla cubano y su amigo yuma se encuentran con la actriz y cantante Dorothy Dandridge, entonces actuando en el cabaret Sans Souci. Esta le pregunta a Marlon qué le ha traído por La Habana. Cabrera Infante usa su respuesta para cerrar ese retrato del Brando aventurero: “estaba en Miami en asuntos de negocios y de pronto se me ocurrió comprar una tumbadora”.
Para terminar, conviene mencionar que la antipatía de Guillermo por el castrismo es correspondida en los medios oficiales de la Isla Grande. Un ejemplo: la visita de Brando a La Habana está recogida en una web gubernamental. Se menciona a los noctámbulos cubanos que trataron con Brando….excepto a Guillermo Cabrera Infante, del que han sacado buena parte de la información. Aunque murió en 2005, el autor de Tres tristes tigres todavía sufre pena de ninguneo en su patria.
EL PAÍS
Cabrera Infante / Los Primos, de Chabrol, o la fuerza del mal
Cabrera Infante / García Márquez / Nuestro prohombre en La Habana
Vargas Llosa / Guillermo Cabrera Infante / El mapa de la tristeza
Juan Cruz / Tres tristes tigres
Guillermo Cabrera Infante / El periodista que escribía novelas
Guillermo Cabrera Infante / Los placeres de la vida
Juan Cruz / Guillermo Cabrera Infante, un desgarro literario
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