¿Y Fajardo?
Por su asociación con la izquierda del Polo, perdió a muchos votantes de centro.
13 de mayo 2018 , 03:39 a.m.
Hace apenas cinco meses, el exalcalde de Medellín Sergio Fajardo lideraba con cierta comodidad las encuestas de intención de voto con miras a la elección presidencial. A pesar de sus 61 años de edad, y de su desgaste en el cargo de gobernador de Antioquia, donde no le fue tan bien como en la alcaldía, seguía proyectando una imagen joven y fresca de antipolítico incorruptible, fácil de posicionar en un país hastiado de la robadera de la clase política tradicional.
Pero su liderazgo en los sondeos duró poco. En cuestión de semanas se vio superado por el radical de izquierda, Gustavo Petro, y el candidato del centroderecha, Iván Duque. En la recta final para la primera vuelta, conserva el tercer lugar por encima de Germán Vargas Lleras, pero tendría que protagonizar un acelerón sin precedentes para meterse en la segunda vuelta. ¿Qué le pasó?
Cuando iba de primero en las encuestas, dije que un problema de Fajardo era que registraba una imagen desfavorable muy baja, algo que no es tan positivo, pues, en medio de una campaña agitada, indica que su liderazgo carece de rasgos fuertes y definidos y que sus propuestas son tan etéreas que a nadie molestan. En política no es bueno ser el candidato chévere que a casi nadie disgusta: gobernar implica tomar decisiones duras y a veces impopulares, y el chévere proyecta la imagen de que no será capaz de asumirlas.
El grueso del respaldo a Fajardo se concentraba en los votantes jóvenes y los de mediana edad, de clase media y de las grandes ciudades, donde es más conocido que en los municipios medianos y pequeños. Se trata de electores afincados en el centro del espectro político. Y ahí nace el gran error de Fajardo: al aliarse con Claudia López, y sobre todo con el Polo Democrático, se posicionó como candidato de izquierda, y eso no es lo que querían los electores centristas que gustaban de él.
Como su movimiento, Compromiso Ciudadano, carece de organización política nacional, Fajardo confió la promoción de su nombre al Polo, que tiene capacidad de movilización en casi todo el país. Fue así como la divulgación de su candidatura en las regiones quedó marcada por las vallas de los candidatos del Polo al Congreso, en las que se leía ‘Fajardo Presidente’. Es seguro que esto ahuyentó a muchos votantes de centro que lo vieron entonces como el candidato de la izquierda polista.
Otra gran falla es que Fajardo asumió que con su imagen fresca, el énfasis de su mensaje en la educación (un objetivo loable pero carente de propuestas concretas en su programa) y su discurso anticorrupción le bastaba. Pero en una campaña larga, cargada de temas complejos como el desarrollo de los acuerdos de La Habana, los impuestos, la crisis de calidad de la salud, el desempleo y el rebrote del homicidio por el alza de los cultivos ilícitos y el renovado poder de las ‘bacrim’, pronto se hizo evidente que el limitado discurso de Fajardo resultaba insuficiente.
Las opciones del exalcalde de Medellín se fueron diluyendo mientras proyectaba una imagen que pasó en pocas semanas de refrescante a nebulosa. Por su asociación con la izquierda del Polo perdió a muchos electores de centro, sin que eso implicase conquistar votos de izquierda, pues estos se fueron donde Petro, con quien un izquierdista se identifica mucho más que con Fajardo. De paso, perdió su bastión natural en Antioquia, su tierra, pues allá eso de la izquierda nunca ha pegado mucho. La realidad es que hoy, en esas montañas, parece grande la ventaja de Iván Duque.
El exalcalde no está perdido, pero reitero que, para pasar a segunda vuelta, tendría que protagonizar un acelerón digno del Ferrari más veloz, en las dos semanas que quedan. Y hasta hoy no se le ven ni la convicción en el discurso ni las propuestas audaces e impactantes que podrían activar semejante arrancón.
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