Güido Tamayo |
Güido, Güido, Güido…
Escribir novelas breves es un arte escaso. A pocos autores les gusta meterse en semejante berenjenal*. Me acuerdo de tres o cuatro clásicas. La metamorfosis, de Franz Kafka. El viejo y el mar, de Ernest Hemingway. Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas. Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.
En mi opinión, uno de los mejores escritores de novelas cortas hoy en Colombia es don Guido Tamayo, Güido del corazón, imbatible tragaaños*, inteligente y bonachón. En 2014 publicó Juego de niños, solo 137 páginas con cuatro crucigramas pluscuamperfectos. Estupenda concisión narrativa. Tono descomplicado, pero fidedigno.
Es la historia de la niñez de tres hermanos, Miguel, Lucho y Fernando, en una Bogotá melancólica, turbados por la hermosura de la cocinera de su casa. No parece una novela políticamente correcta. Mejor dicho, es brusquísima, mera prosa poética en contravía de lo establecido e inamovible. Narrada desde distintos puntos de vista, uno ni se empalaga ni se hace un lío. Es el enigma de la buena literatura.
Hace poco le pregunté a Güido cómo hacía para escribir novelas breves. Me contestó paladinamente* que a él se le daban las cosas. “Al revisar lo escrito, siento que debo alargar la vaina para ser consistente con el canon establecido. Y me pongo a escribir más, pero pronto me doy cuenta de que estoy haciendo algo superfluo, que a la novela no le faltan ni le sobran palabras. Entonces pongo punto final”. Güido, exterminador de prosopopeyas*, gracias por existir.
*Berenjenal: Embrollo, jaleo, lío.
*Tragaaños: Persona que aparenta menos edad de la que tiene.
*Paladinamente: De manera paladina. Pública, clara y patente.
*Prosopopeya: Afectación de gravedad y pompa.
La página 70: Pepe Zuleta sostiene que la página 70 de un libro es decisiva para sentir si el texto se cae o aguanta. Dos ejemplos:
“… vivir el fracaso también frecuente (las que no podían evitar nuestro toque, pero que alcanzaban a pegarnos con un paquete o una patada, y, las peores de todas, las que usaban unos calzones inmensos que llegaban casi hasta sus rodillas y que parecían cubrir con esa castidad la más mínima expresión de deseo)”: Juego de niños. Guido Tamayo, Tusquets.
“—¿Sabes qué soñé? —musita Manuel—. Soñé que tal vez iba por la calle Hospital o por San Pablo. No lo sé bien, pero sí sé que caminaba cerca de acá, a esa hora cuando la canícula convierte todo en espejismo y lo más aconsejable es estar bajo la sombra. Buscaba, supongo, el oasis del ‘Marsella’, y allí tu cuerpo. ¿Y sabes qué pasó? De pronto saliste de una esquina y sin saber por qué, sin mediar ni una sílaba ni un gesto, me arrojaste ácido sobre el rostro”: El inquilino. Guido Tamayo, Tusquets.
Carlos Orlando Pardo / Güido Tamayo
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