El diseñador gráfico y escritor Enric Satúe, en el Ateneo de Barcelona. CONSUELO BAUTISTA |
“El mal gusto lo domina todo”
Enric Satué, uno de los históricos del diseño español, publica ‘Mis queridos diseñadores (gráficos)’, cuarta entrega de su monumental reflexión sobre el oficio
Borja Hermoso
Barcelona, 29 de abril de 2016
Enric Satué (Barcelona, 1938) viene de lejos, como los tapados del 10.000, esos sabios de carrera de fondo. Y de ahí, que tiene tanto que contar, surge esta nueva irrupción editorial. Nueva… y doble. El prestidigitador que, disfrazado de diseñador gráfico logró en los primeros ochenta que la gente comprara libros no solo porque los firmaban Marguerite Yourcenar o Julio Cortázar, sino por su mera condición de artefactos deseables (la inolvidable colección morada de la editorial Alfaguara)… el inventor y fabricante de aquella idea que consistió en convertir el tejadillo de la eñe en seña de identidad del español [logotipo del Instituto Cervantes (1991)]… saca ahora no uno, sino dos libros.
Uno: Mis queridos diseñadores (gráficos), en Alianza Editorial, cuarta entrega de su viaje por el oficio: por sus protagonistas, sus excesos y sus incomprensiones. Antes vinieron El diseño gráfico (1988), El diseño gráfico en España (1997) y El factor diseño (2011). Y dos: en el pequeño sello valenciano Ediciones Vuelta del Ruiseñor, este titulito que se las trae plagado de humor, ternura y mala baba a partes iguales: Guirigay del qué, el cómo y el cuándo del diseño gráfico. Una parodia, sátira o farsa para amantes de esta materia, con 14 tertulianos imaginarios
JOAN BROSSA, MAESTRO Y MODELO
Enric Satué muestra rendida admiración por varios compañeros en Mis queridos diseñadores (gráficos). Pero de entre todos ellos emerge inmensa la figura de Joan Brossa.
Este es el retrato que del poeta, dramaturgo y diseñador fallecido en 1998 pinta Satué: “Un maestro, un modelo, una persona con una curiosidad ilimitada, alguien que se nutría igual de la alta cultura que de los fenómenos más populares, un poeta de vanguardia que decía que solo era ‘un poeta de su tiempo’... Era al mismo tiempo muy lírico y muy objetivo, de malos modos pero muy tierno y respetuoso con todo, y con gran capacidad de influencia en los demás… y por suerte, no era hermoso, que esto a veces estropea a los genios. Tenía una capacidad prodigiosa de entender su tiempo”.
El primer volumen es un viaje —en forma de 48 minibiografías subjetivas (incluida la suya, Alguien que pugna por conocerse a sí mismo)— por la gran familia del diseño gráfico mundial, oficio mal, poco o nada comprendido donde los haya. Desde Milton Glaser (el genio que se inventó el I love New York con corazón incluido) hasta su amigo Alberto Corazón (figura indispensable de la comunicación visual española en los ochenta y los noventa), y desde Mariscal hasta Saul Bass (el tipo que cambió de un puñetazo los créditos de cine) pasando por sus admirados Joan Brossa y Daniel Gil (aquel poeta simbolista que hacía obras maestras en forma de portadas de libros para Alianza Editorial), Enric Satué cierra al menos por ahora la historia, su historia del diseño gráfico español. En cuanto al segundo libro, no hace casi falta explicarlo: es una broma, un chiste, puro cachondeo, vehículos, eso sí, perfectamente eficaces para decir las verdades.
“Son dos libros complementarios y ambos huyen de un estilo técnico y digamos profesional, y utilizan un tono más literario. Pero los dos coinciden más o menos en evocar, hablando de diseño, lo que pudo haber sido y no fue. Mis queridos diseñadores (gráficos) lo entiendo casi como una elegía, porque de los autores que aparecen aquí tiernamente retratados y cuyo trabajo admiro hay 25 fallecidos, 15 jubilados y solo ocho más o menos en activo. El otro libro, Guirigay… es una farsa y trata en tono humorístico una pretendida reunión de diseñadores a los que he cambiado los nombres pero no tanto como para no saber a quiénes me refiero, y que discuten de sus obsesiones y sus convicciones”, explica el autor en Barcelona.
Satué, que prepara sus memorias aunque no le apetece extenderse mucho al respecto (“Si las hago las titularé De ida y de vuelta”), exhibe con su proverbial elegancia y discreción un deje pesimista… seguramente realista para con la profesión: “Los últimos siglos han sido producto de cataclismos de distinto orden; del XVIII al XIX se produjo el cataclismo social de la Revolución Francesa; del XIX al XX, el cataclismo estético con la aparición del cubismo —y Duchamp y las sucesivas vanguardias— como alternativa a la pintura figurativa de siempre; bueno, pues el siglo XXI, con respecto al diseño, ha significado la generalización y la mercantilización… y al mismo tiempo, la desaparición del diseñador”.
¿Por qué? ¿Cuál ha sido el fantasma o la realidad que ha ido dando por amortizado un oficio que alcanzó insólitas cotas de genialidad y prestigio pero que también dio lugar a pitorreos del estilo Oye, y tú… ¿diseñas o trabajas? Lo tiene bastante claro Enric Satué, es cuestión del concepto y la obra, de tangibles e intangibles, y del inexorable paso del tiempo: “La forma ha perdido peso por una serie de factores, uno de los cuales es la generalización del uso del ordenador. Ahora cualquier diseñador sabe el nombre de tres o cuatro tipografías, aunque no sepa ni de dónde vienen ni para qué sirven… cualquiera es capaz de hacer un círculo perfecto, o cualquier otra compleja geometría. Todo el mundo tiene acceso a un diseño, trivial y superficial, pero el caso es que tiene acceso a él”.
Todo lo cual tiene relación con un concepto cuya mera mención no es hoy políticamente muy correcta: la dicotomía entre el buen y el mal gusto. “El imperio del mal gusto lo domina todo, incluido el arte”, sostiene este inventor de signos, mensajes y envoltorios, “la exigencia por un acabado, por una forma, por algo meditado que quizá acabe siendo algo genial… ya no cuenta, solo importa formalizarlo de cualquier manera. Por ejemplo, hoy ocurre que no pocas escuelas de diseño animan a sus alumnos a que recreen las tipografías que se inventan los grafiteros callejeros, eso me parece el colmo de la degradación y de ese mal gusto. Lo que pasa es que a la gente no le gusta hablar del mal gusto, porque intrínsecamente la gente tiene mal gusto… y por lo tanto resulta humillante”.
Enric Satué adora la obra y el pensamiento del poeta Joan Margarit, y en concreto sus observaciones sobre la interrelación entre la arquitectura y el diseño gráfico en España. “Me gusta cuando habla sobre la conversión de la arquitectura en logotipo. Recuerda cuando los arquitectos más famosos del momento, como Herzog & De Meuron o Siza Vieira declaraban en los medios que ellos ya no hacían edificios sino logotipos… y ahí, a mí, ya sí me pareció que la partida estaba definitivamente perdida. El Guggenheim, la Torre Agbar y tantos y tantos edificios que son, sobre todo, marcas. La arquitectura ha desplazado al diseño y la marca es aquella imagen que les piden a los arquitectos”.
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