Susan Sarandon |
Susan Sarandon no vota con la vagina
Zizek y Sarandon
MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
9 NOV 2016 - 18:00 COT
Ahora que conocemos el resultado de las elecciones estadounidenses, puede ser interesante observar algunas posiciones políticas que se produjeron en el momento anterior a las mismas. Particularmente reveladoras fueron las declaraciones de Slavoj Zizek, revolucionario y displicente intelectual bendecido por el éxito en el mercado, y también las de la divina Susan Sarandon. El primero sostuvo que “Hillary era el verdadero peligro” porque, al menos, Trump había conseguido romper los consensos en torno a los que funciona la política, y si ganaba, obligaría a los grandes partidos a volver a sus fundamentos para repensarse. Por su parte, Sarandon respondió que “ella no vota con la vagina” y que se negaba a optar por “el menor de los males” cuando le preguntaron si no sería bueno que una mujer llegara a la presidencia.
La posición de Zizek representa la de quien entiende que cuanto más se extremen las contradicciones tanto mejor para destruir un orden de legitimidad que, por fin, permita fructificar a lo auténtico: la utopía que está al final del trayecto, esa sociedad perfecta después del caos, aunque para ello tenga que perecer el mundo. La de Sarandon encarna el juicio moral que obliga a interpretar el mundo en opciones maniqueas: en la vida se elige siempre entre un bien y un mal que pueden ser identificados con certeza. Con ello, desaparece el pensamiento dilemático propio de la política, donde imperan los grises y donde, precisamente por eso, habitualmente se elige entre dos males. De lo contrario, no habría dilemas, solo maniqueísmo agustiniano.
Nos lamentábamos de que los americanos tuvieran que elegir “el mal menor” y, sin embargo, la política consiste por definición en evitar el mal mayor, ese espacio donde cada opción nos enfrenta a una pérdida, donde hay que intervenir a pesar de la duda. Por eso, la auténtica política tiene que vivir con aquello que Arendt llama “cuidar el mundo”: atender a lo cercano antes que a los grandes principios que supuestamente nos llevan al impecable rigorismo del bien, una posición que no enjuicia los efectos reales de las decisiones sobre la vida concreta de las personas. Y es que la política debería asumir los dilemas como lo que son: dilemas.
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