“El Origen del Mundo” es un dibujo al óleo sobre lienzo de unos 55 por 46 cms, pintado por Gustave Courbet posiblemente en 1866, tomando quizá como modelo a su amante Johanna Heffernan. Como era de suponer, el cuadro causó sensación desde antes de salir del taller del artista y ha tenido una vida que bien pudiéramos adjetivar de algo más que accidentada y novelesca, hasta que por fin en 1981 ingresa en las colecciones del Estado de Francia y se expone en el Museo D’Orsay, éso sí, entre grandes medidas de seguridad por miedo a la reacción del público no iniciado.
Para seguir la pista de la vida vergonzante de esta imagen, os sugiero la lectura de la novela de Bernard Teyss-edre Le roman de l’origine (La novela del origen), un libro de 420 páginas dedicado a esta obra.
Quizá sea el sino, el estigma que marca a esta obra, el de llevar una vida proscrita y no apta para la contemplación abierta del público, pues ni los comisarios de una exposición retrospectiva de Courbet realizada en París en 1977 se atrevieron a exponerlo, a pesar de estar disponible, ya que aún hoy sigue despertando asombro, incredulidad y estupor a los no expertos.
Pero artísticamente, que es de lo que solemos hablar en este blog, Courbet era considerado por otros pintores (y por el mismo) el adalid del realismo. Y sin embargo lo que llama la atención de “L’origine du monde” no es su realismo, más bien tenue. Aunque la textura carnal sea perfecta (y era el punto fuerte de la pintura de Courbet), la representación de la vulva (que es el punto focal del cuadro) no es mucho más realista que si se tratase de la clásica hoja de parra. Tampoco lo más chocante es la temática del cuadro, pues incluso cuadros de Ingres, anteriores a este en casi 50 años habían representado ya sin tapujos el sexo femenino, también desde el mismo punto de vista frontal.
En este cuadro lo que llama la atención y lo que ha sido comentado por otros pintores como Delacroix, aún reconociendo la maestría de Courbet, es la composición de la imágen, pues al cortar de cuajo las piernas y brazos nos obliga a centrarnos, lo queramos o no, en el pubis de la modelo, plantándonos frente ‘a la cosa’ y enfrentándonos a la pudibundez que nos impide llamar sexo al sexo.
Lo que a los pintores ha supuesto más de un problema, como veremos en repetidas ocasiones y llevó a proclamar al autor la famosa frase flaubertiana de “El coño soy yo”.
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