Sophie Turner |
En defensa de Sansa Stark,
la verdadera reina en el Norte
Ha sido el personaje que más ha sufrido y aprendido a lo largo de la serie, su inteligencia y su perspicacia son incontestables y ha salvado a los suyos varias veces, pero aún hay quien la ningunea.
28 de agosto de 2017 / 5:00
“¿Crees que le gustaré a Joffrey? ¿Y si piensa que soy fea?”. Esas son las primeras palabras que escuchamos por boca de Sansa en el primer episodio de Juego de tronos. Catelyn le está cepillando el pelo y las dudas: “Si no lo cree es que es estúpido”. Y Sansa sigue ensimismada: “Es tan guapo. ¿Cuándo nos casaremos? ¿Pronto o tendré que esperar?”. Catelyn intenta rebajar el entusiasmo de Sansa recordándole que su padre aún no ha dicho que sí a la oferta matrimonial presentada por Robert Baratheon. Pero Sansa insiste: “por favor, haz que papá diga que sí, por favor, por favor, es todo lo que he querido nunca”.
Si algo ha aprendido Sansa en estas siete temporadas de Juego de tronos es que, parafraseando a Santa Teresa, se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas. Y, en consecuencia, así ha sido su viaje a lo largo de la serie.
Sansa Stark (Sophie Turner) |
Conocimos a la Sansa que pasaba el día bordando, cantando, escribiendo poesías, mimando a Dama, su loba huargo, y soñando despierta con los príncipes de las canciones de los bardos. Pero poco le duró el cuento de hadas a la hija mayor de Catelyn y de Ned Stark. Ya de camino a Desembarco del Rey y prometida con Joffrey empieza a vislumbrar que su príncipe es todo menos un caballero y mucho antes de que llore en el Septo de Baelor la decapitación de su padre, tiene que llorar la muerte de su loba por culpa de su prometido.
Desde el principio de la serie el destino de Sansa ha estado unido al de los hombres que han pasado por su vida. No había alternativa viable para una niña tan dócil como ella, no solo porque el universo de Poniente así lo dictaba, sino también porque ella no deseaba otra cosa. De las manos de su padre, Ned, pasó a las de Joffrey, con quien estuvo comprometida hasta que los Lannister necesitaron una alianza con los Tyrell y encontraron en el matrimonio de Margaery y Joffrey la manera de consumarla.
De ser el capricho del hijo mayor de Cersei y Jaime, y bastante desencantada del amor cortés (lo cual debe de ocurrir de todas todas si tu prometido te lleva a ver la cabeza de tu amantísimo padre clavada en una pica), Sansa pasa a Tyrion, su primer esposo, que quiere liberarla de los miedos lógicos tras tener a Joffrey cerca y ser poco más que un rehén de los Lannister: “No me tienes que hablar como una prisionera, a partir de hoy no serás nuestra prisionera, serás mi esposa... lo que supongo que es otro tipo de prisión”.
La de Tyrion fue la más confortable de las prisiones por las que ha pasado Sansa. El enano dejó claro desde el principio que no tenía interés en consumar su matrimonio lo cual fue un alivio para la Stark que además con el paso del tiempo fue encontrando en Tyrion un compañero de confidencias (de todas las confidencias que un Stark le puede hacer a un Lannister y viceversa). Y llegó la boda roja. Y Tyrion tuvo que contarle a Sansa lo que había ocurrido: otro golpe para la Stark. Sin embargo, es otro truculento enlace precipita las circunstancias para Sansa: la boda púrpura de la que huye con ayuda de Dontos Hollard.
De la prisión Lannister Sansa escapa para caer en las turbias manos de Meñique, a quien adivina implicado en el asesinato de Joffrey. Sansa empieza a aprender que para sobrevivir la perspicacia puede ser un arma más importante que la sumisión, pero su destino la lleva de nuevo a tener que poner en práctica la segunda: Meñique le confiesa que el veneno de la copa de Joffrey estaba en su collar, lo que la convierte en principal sospechosa y la lleva a quedar a su merced. Entonces Petyr Baelish la lleva a Nido de Águilas donde sufrirá primero un intento de violación y después un intento de asesinato por parte de la tarada de su tía Lysa después de que esta última entienda que Meñique bebe los vientos por la pequeña Stark.
Sansa y Meñique salen de Nido de Águilas y Sansa, como la falsa monea, vuelve a caer en manos de otro hombre que, ahora sí, decide quedársela. Ramsay Bolton, hijo del hombre que decidió masacrar a la familia de Arya en los gemelos y el villano más repugnante que ha conocido la serie, lleva a Sansa a cotas de sufrimiento que no hemos visto padecer a nadie en Juego de tronos. Basta recordar la noche de bodas más terrorífica que hemos visto en la serie para convencernos de ello.
Sansa consigue escapar de la pesadilla que supone ser la esposa del sádico Bolton con la ayuda de Hediondo, que rima con Lirondo, y por fin empieza a levantar cabeza al reencontrarse con Jon.
Llega la paz a la vida de Sansa, pero ahora que está a salvo tiene que consentir que la sombra que la colocó toda su vida un paso por detrás de hombres no solo repugnantes en la mayoría de los casos, sino mucho menos capaces que ella, la siga persiguiendo. Tendrá que llegar la batalla de los bastardos para que veamos el primer gran momento de Sansa, donde por primera vez ejerce de insumisa, contraviene las normas confía en su propio instinto y salva el rumbo de Invernalia y a Jon.
Poco hay que esperar para el segundo: la muerte de Ramsay a manos de sus perros y la sonrisa de Sansa después de ver cómo lo devoraban protagonizan la primera gran venganza de la serie.
Si los Stark, después de todo lo que han sufrido, son ahora una de las casas mejor paradas, es gracias a Sansa Stark, algo que deberíamos tener todos en la memoria. Pero no solo a muchos espectadores se les olvida, sino también a muchos de los personajes de la serie. Sansa tiene que pasar la séptima temporada reivindicando su posición pese a que sus actos han demostrado de sobra que es la más capaz y la mejor estratega de Invernalia.
Y por fin llega el último capítulo de la temporada y con él el momento en el que Sansa se libra de su mayor lastre. La muerte de Meñique a manos de Arya y cuya autora intelectual es la mayor de las Stark supone su golpe definitivo. Y la reconciliación de las dos hermanas rompe otro mito: que dos mujeres cuya fuerza radica en las dos caras de una misma moneda tienen que estar enfrentadas. Deshaciéndose de Petyr Baelish Sansa por fin queda libre y demuestra que su inteligencia, su tesón y su capacidad estratégica no tienen parangón en todo Poniente y merecen la recompensa que ha obtenido.
Es fácil sentirse identificada con Sansa. ¿Cuántas mujeres se sienten ninguneadas, utilizadas a conveniencia o solamente tenidas en cuenta como blanco de frustraciones que en muchos casos huelen a sexismo? ¿Cuántas mujeres han tenido que aprender a golpe de derrota que las perdices del final del cuento a menudo se indigestan? ¿Cuántas mujeres han tenido que andar un camino cargado de frustraciones hasta asumir que no hace falta tener un hombre al lado para ser feliz? De la misma manera, personajes como el suyo o el de Skylar White siguen concitando odios por parte de algunos espectadores que deberían preguntarse si su desdén hacia según qué perfiles no habla más de ellos mismos que de los personajes a los que detestan.
Sansa ya no depende de nadie. Es una Stark que por derecho propio merece su sitio como señora de Invernalia. El triunfo de Sansa Stark es un triunfo del que muchos nos alegraremos porque no es más –ni menos– que el premio a haber luchado por encontrar su lugar en el mundo y por fin haberlo conseguido.
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