Mujer 1 Sonia Gp |
Vagina
¿Será que la revolución sexual ha fallado? ¿No es curioso que, en este punto de la aventura humana, el órgano femenino aún sea tan amenazador? Evelyn Ruman, Casey Jenkins y Naomi Wolf son algunas de las artistas que cuestionan la aceptación de la violencia contra el deseo de las mujeres
Eliane Brum / Vagina (Pessoa)
ELIANE BRUM
10 DIC 2013 - 09:41 COT
Evelyn
Ruman cuenta que desembarcó en el Vaticano sintiéndose una espía de la Guerra
Fría. Se había impuesto una misión arriesgada, subversiva. Dentro de la bolsa
donde llevaba su equipo fotográfico, tenía un frasquito con un líquido rojo y
un tanto viscoso. Evelyn se agachó, abrió la tapa y vertió su contenido en el
suelo. El fluido se esparció sobre la calzada, sobre las piedras. Sacó la
cámara y comenzó a documentar su transgresión. Desenrolló una imagen de una
mujer desnuda, de espaldas y la extendió sobre el suelo. El rojo fue inundando
los interiores femeninos. Ningún guardia apareció para impedírselo, ningún
turista la perturbó. Misión cumplida. Evelyn había chorreado sangre menstrual
en el centro del poder católico.
-“¿Por
qué quisiste hacer eso?”, le pregunté. “Porque la Iglesia Católica representa
todo aquello que oprime a las mujeres desde hace siglos, haciendo de la vagina
algo feo y de la sangre menstrual, una cosa asquerosa.”
Evelyn Ruman |
Era enero de 2012 y Evelyn
participaba en la Bienal Internacional de Arte de Roma. Durante dos años,
almacenó su sangre menstrual en la nevera de su casa, en São Paulo, para
realizar una exposición que llamó “Sangro,
luego existo”. Su dos hijos, hoy con 23 y 18 años, bromeaban
diciendo que era “la carnicería de mamá”. Haciendo ese recorrido artístico,
Evelyn se preparaba para un momento doloroso para toda mujer: que le arrancasen
el útero por un mioma. “Siempre me gustó mucho menstruar”, dice.
Cuando
fue a Roma, Evelyn se dio cuenta de que su menstruación se atrasaba. Para
consumar su objetivo, tuvo que pedir un poco de sangre a una feminista
italiana, Sara Sacerdócio. Consiguió su misión con sangre prestada. La foto (al
lado) es una de las 27 imágenes exhibidas en el EG2Lo (Oficina Galería 2Mires),
en la ciudad histórica de Paraty, en el litoral fluminense, hasta el 6 de
enero. Cinco de esas imágenes ilustran esta columna.
Evelyn
trabaja desde 1988 con la autorrepresentación femenina. Presidiarias, enfermas
mentales internadas en manicomios, presas, campesinas indígenas, niñas con
síndrome de Down, seropositivas, mujeres maltratadas, viejas. Mujeres que la
mayoría prefiere no ver. Nunca tuvo dificultad para exponer su trabajo,
premiado y reconocido internacionalmente. Pero, cuando intentó exhibir su obra
moldeada en sangre menstrual, se encontró con las puertas cerradas. Para
mostrar el rostro de mujeres condenadas a la invisibilidad, no había problema.
Para mostrar su cuerpo sangrando por la vagina, no había espacio. Tal vez
porque, como se prefiere escondido y da vergüenza, cambian las reglas del juego
para la víctima. En vez de compasión, ahora daba miedo.
Evelyn
se quedó sola. Incluso otras mujeres, amigas fotógrafas, liberales en todo lo
demás, tacharon sus fotos como “asquerosas”. “Solo conseguí hacer la exposición
porque abrí mi propia galería”, dice Evelyn. “Dan ganas de colocar una cámara
para filmar la reacción de enojo de la gente, muchas de ellas mujeres, cuando
ven las fotos y perciben que es sangre menstrual, sangre que salió de una
vagina, la mía. ¿Si la sangre saliera de una polla, tendrían tanto asco?”
(Estoy
presumiendo, claro, pero creo que parte de aquellos que leen este texto, a
estas alturas ya soltaron algunos “!Qué asco!”. ¿Acerté? Al comentar con
algunos amigos que pretendía escribir sobre el tema, la reacción fue: “¿Por
qué?” “Por vuestras caras”, respondí.)
En
este momento, la australiana Casey Jenkins realiza una performance a la que ha
llamado “Casting Off My Womb” (en traducción libre, “Tricotando mi útero”).
Cada mañana, pone un ovillo de lana clara en su vagina y tricota una bufanda.
Al menstruar, el tricotado se va tiñendo de rojo sanguíneo y mojado. (vídeo aquí).
El objetivo de la obra, conforme declaró a la prensa, es hacer la vagina de la
mujer “menos chocante o amenazadora”. Casey quería mostrar que “la vagina no
muerde” al ligarla con un acto acogedor y “calentito”, identificado con las
clásicas abuelitas, como el acto de tejer una manta. La bufanda uterina que
envuelve sensualmente la vagina de Casey, acaricia sus grandes y pequeños
labios y hace cosquillas en su clítoris estará concluido en 28 días.
(Más
asco?)
¿Lo
que Casey está tricotando, al otro lado del mundo? ¿ O lo que Evelyn intenta
decirnos con su sangre, en este lado del mundo?
Es
probable que la escritora americana Naomi Wolf, autora de “Vagina: una
biografía”, que acaba de ser lanzada en portugués por la Editorial Generación,
tenga razón al decir que “la revolución occidental sexual falló”. O, por lo
menos, “no funcionó lo suficientemente bien para las mujeres”. La propia
trayectoria del libro es la prueba de que la vagina sigue siendo amenazadora –
como cuerpo, como imagen, como palabra. Me arriesgaría a decir que hasta más
amenazadora que en décadas pasadas. Cuando se lanzó la obra, en 2012, en el
mercado de lengua inglesa, la tienda de Apple colocó asteriscos en el título:
V****a. La vieja vagina, censurada por la marca que representa el avance tecnológico
de nuestro tiempo, fue casi la constatación de la denuncia contenida en el
libro. Pero involuntaria, lo que hace todo más interesante. Me parece que el
episodio habla más de la potencia de la vagina que de su victimización.
En
su libro, Naomi Wolf define la vagina como “el órgano sexual femenino como un
todo, de los labios al clítoris, del agujero al cuello del útero”. Ese todo
forma una compleja red neuronal, en la cual hay por lo menos tres centros
sexuales – el clítoris, la vagina, el cuello del útero – y posiblemente un
cuarto – los pechos. Naomi defiende que la vagina no es solo carne, sino un
componente vital del cerebro femenino, conectando el placer sexual amoroso con
la creatividad, la autoconfianza y a la inteligencia de la mujer. La conclusión
es obvia y no es nueva, ni por eso menos importante: masacrar la vagina –
ignorándola o haciéndola algo sucio, prohibido y chulo, sea por las palabras o
por las acciones – masacra a las mujeres en su totalidad. Al aniquilar la
vagina, se aniquila a la mujer entera, se secuestra su potencia. “Al contrario
de lo que nos hacen creer, la vagina está lejos de ser libre hoy en Occidente”,
dice Naomi. “Tanto por la falta de respeto como por la falta de comprensión de
su papel.”
Criticada
incluso por parte de las feministas, la biografía de la vagina hace un
recorrido bastante curioso. Incluso quien lo elogia tiene siempre una gracia
que decir al respecto, una broma, algo que garantice un distanciamiento hacia
esta escritora que en un momento dado llega a hablar de “danzas de las diosa”.
Parece obligatorio seguir siendo chistoso hacia cualquier mención a la palabra
vagina. Los adultos se comportan como si fueran adolescentes soltando risitas,
lo que en sí es ya bastante significativo. Al anunciar que escribía el libro,
Naomi fue recibida en una cena entre amigos con una carta temática: pasta en
forma de vaginas y grandes (bien grandes incluso) salchichas. Como final,
filetes de salmón, refiriéndose al olor de pescado que se relaciona con el
órgano sexual femenino. A aquellos intelectuales de Nueva York, la obviedad, un
tanto vociferante, les parecía muy divertida. Tras el “homenaje”, Naomi sufrió
un bloqueo creativo: durante seis meses no consiguió escribir una palabra.
“Sentí que había sido castigada – tanto a nivel creativo como físico – por
llegar a un lugar adónde las mujeres no debían ir”, cuenta.
Si
el libro de Naomi Wolf tiene generalizaciones y puede ser cuestionado en varios
aspectos, como todos los libros, creo difícil de hecho que alguien, sea hombre
o mujer, no haya ampliado su horizonte vital tras leer “Vagina: una biografía”.
Aunque solo fuera por el simple hecho de que, para muchos, demasiados, la
vagina aún es una grieta, una herida, un agujero.
La
pregunta que Evelyn, Casey y la propia Naomi nos proponen, cada una en su
estilo, es por qué, en el siglo 21, en Occidente, la vagina aún provoca tanto
antagonismo. Y que efecto eso tiene sobre la experiencia cotidiana de las
mujeres, principalmente, pero también sobre la de los hombres. O sobre cómo eso
empobrece enormemente nuestra vida sexual y afectiva, así como nuestra vida en
general. El mayor mérito de cada una de ellas al arriesgarse al escarnio
público – y, en este caso, siempre se puede contar con él – es lo de cuestionar
la aceptación de una mirada sobre la vagina y las mujeres que nos viola a
todas. Y tal vez a todos. Al aceptarla, se oculta la trama histórica y no
lineal en la que esa mirada fue tejida, así como las relaciones de poder que la
determinan.
¿No
es tremendamente provocador que, en este punto de la aventura humana, la vagina
de las mujeres aún asombre tanto que la violencia contra ella parece haberse
recrudecido? En la época en que las revistas femeninas ocupan una parte
considerable de sus páginas con lecciones para mejorar el rendimiento sexual de
las mujeres, la vagina, aquella que parece no caber en este discurso atlético,
vive tiempos de escándalo. En el mismo periodo en que Apple censuró vagina como
palabra, en Brasil, el crítico de arte, Jorge Coli, vio interrumpida la
transmisión en Internet de su conferencia en la Academia Brasileña de Letras.
Fue censurado en el momento en que pronunció la palabra “vagina” y mostró “El
origen del mundo”, el famoso cuadro del francés Gustave Courbet, que muestra el
primer plano de una vagina. A lo largo de su accidentada trayectoria, el cuadro
estuvo cubierto por un velo, ya fuera una cortina o incluso otra pintura. Solo
fue expuesto en su integridad cuando la familia de su último dueño, el
psicoanalista Jacques Lacan, lo donó al Museo D’Orsay. En febrero de este año,
la revista francesa París Match anunció una “exclusiva”: el descubrimiento del
supuesto rostro de la vagina famosa. Esta vez, la cara que intentaron
sobreponerle, como parte faltante, tendría la función de un velo definitivo.
(Escribí sobre eso aquí yaquí.)
El origen del mundo Gustave Courbet |
Evelyn,
Casey, Naomi y otras artistas tienen el coraje de llamar la atención sobre el
hecho de que tanto la censura como las bromas ocultan algo que necesita
afrontarse. Afrontarse porque estrecha nuestra vida psíquica, afectiva y
sexual, pero también porque genera violencia. En las universidades brasileñas,
los novatadas contra las estudiantes se han transformado en los últimos años en
episodios chocantes de agresiones contra mujeres. En la Universidad de Brasilia
en 2011, las novatas tuvieron que lamer leche condensada en una longaniza
recubierta con un condón. En 2012, en la Universidad Federal de Minas Gerais
(UFMG), dos estudiantes fueron amarradas a un poste. Los veteranos se vistieron
de policías militares y colocaron preservativos en la punta de las porras que
llevaban, obligándolas a chuparlas. En 2013, en la UFMG, una estudiante con el
cuerpo pintado de negro llevaba un cartel que decía “novata Chica da Silva”, en
alusión a la famosa esclava con este nombre. Sus manos estaban sujetas por una
cadena, controlada por un veterano. También este año, otra primeriza de la
Universidad Estatal del Suroeste de Bahia denunció a la policía por haber sido
obligada a lamer penes y testículos de bueyes. Ella se desmayó, su boca
sangraba. En la Universidad de São Paulo, en el campus de Son Carlos, se llevó
a cabo el concurso “Miss Novata”, en el cual se obligó a las chicas a hacer un
“desfile de belleza” repleto de situaciones humillantes. Durante el acto, los veteranos
se quitaron la ropa y simularon hacer sexo con una muñeca inflable.
Distribuyeron incluso un panfleto parodiando el best-seller “Cincuenta Sombras
de Grey”, con los siguientes frases: “Cincuenta golpes de cinturón – la cura
para esas ninfómanas mal folladas”. La violencia contra las novatas resulta aún
más asombrosa – y es preciso espantarse mucho – si pensamos que fueron
perpetradas por hombres jóvenes y escolarizados, nacidos después de la
revolución sexual, hijos de mujeres que usan anticonceptivos y trabajan fuera
de casa.
La
semana pasada, el locutor Fabiano Gomes, de la Radio Correo, de Paraíba, afirmó
en el programa “Correo Debate” que la policía no debería perder su tiempo
investigando los casos en que varios hombres divulgaron en Internet imágenes de
mujeres desnudas o practicando relaciones sexuales. Se refería a un caso
ocurrido en la ciudad paraibana de Pombal y al reciente suicidio de Júlia de
Santos, de 17 años, en Piauí. Júlia y la gaúcha Giana Fabi, de 16 años, se
ahorcaron en octubre tras sufrir linchamiento moral por colgar fotos y vídeos
íntimos en las redes sociales. Algunas de las frases usadas por Gomes:
“Desvergonzada es quien manda una foto desnuda al novio”, “Se pusieron delante
del espejo a mostrar el chichi”, “La coqueta se sacó la foto desnuda para que
el enamorado se hiciera una paja”.
Si
hubo reacción formal de repudio al episodio, merece la pena prestar atención
también a la grabación, para escuchar la opinión de los oyentes, hombres y
también mujeres, al apoyar las agresiones del locutor. Si los comentarios son
una muestra del sentido común, las niñas que mostraron sus cuerpos desnudos a
hombres en quienes confiaban son “mujeres fáciles”. Es aterrador constatar que,
casi a comienzos de 2014, tras todas las conquistas feministas, en un país
gobernado por primera vez por una mujer, dos adolescentes hayan sido tan
humilladas por exponer sus cuerpos y su deseo sexual que prefirieron morir. Al
sacrificarse (o ser sacrificadas), siguen siendo humilladas. En la segunda
década del siglo XXI, en un Brasil asociado al mito de la liberación sexual de
los trópicos, el cuerpo y el deseo femenino son tan amenazadores que la muerte
no basta.
La
violencia contra la vagina se disemina en la vida cotidiana, dentro de casa, en
el trabajo, en el trayecto entre la casa y el trabajo, en todos los espacios,
incluso los de ocio. Las mujeres están tan habituadas a ella desde que nacen
que ya la interiorizan como “normal”. O reaccionan mucho menos de lo que
deberían, resignadas a una vida entera de agresiones tan triviales que fingen
no percibir. Que en este contexto aún consigan tener deseo sexual y placer con
sus vaginas es impresionante.
Como
ilustración, un resumen de algunos – solo algunos – momentos de mi trayectoria
vital. La primera vez que un hombre me tocó, era una niña. Él, un niño aún más
pequeño que yo. Al pasar delante de mí en la calle de una ciudad pequeña, dio
un golpe fuerte en mi vagina y dijo: “Vaginona”. Fue mi primer contacto. Volví
a casa llorando, pero me sentía tan avergonzada de tener vagina que no se lo
dije a nadie. Ya adolescente, caminando por el centro de Porto Alegre, vestida
con una minifalda, un hombre escupió en mis partes. En el autobús atestado de
la facultad, intentaron masturbarse en mi culo más de una vez. Un Día de la
Madre llevé a mi hija de nueve años al cine. Un hombre se sentó a nuestro lado
y comenzó a acariciarse. De adulta, en el trabajo, en las redacciones por donde
pasé, oí todo tipo de cosas sobre la vagina, y también mis compañeras. La mejor
de todas: “La mujer es la parte pesada de la vagina”. La dijo un hombre
inteligente y realmente gentil, que creía estar haciendo una gracia con
compañeras “sin frescura”. Nosotras nos reíamos para no ser “la parte pesada –
y encima sin humor – de la vagina”. Cada vez que escribo algo que contraría a
algún grupo, como a determinados policías, recibo amenazas como: “Te voy a
violar” o “Quiero ver tu vagina”. Cuando un líder evangélico disintió de un
artículo que escribí sobre los cambios en Brasil provocados por el crecimiento
de las iglesias evangélicas y concedió una entrevista a The New York Times, de entre todas
las palabras disponibles para definirme, escogió esta: “Zorra”. Y allá estaba
yo, tomando café tranquilamente un sábado por la mañana, en mi casa, con mi
familia, cuando el teléfono comenzó a sonar “Viste que te llamaron puta en el
Times?”.
Así
es. Hoy, ahora mismo. Y no me parece que la respuesta para la violencia
generalizada contra la vagina y el deseo sexual femeninos sea transformarse en
una atleta sexual con orgasmos circenses. Este es un patrón para el consumo y
para el mercado que responde más a la imagen, también estereotipada, del que
sería el comportamiento masculino en la cama. Suena como respuesta a la
represión histórica, pero en la práctica está más para un embalaje agradable y
engañoso para la misma represión, en la medida en que no deja de ser otra
tentativa de control sobre el cuerpo y el deseo femenino. La imagen de la
atleta sexual, determinada y agresiva, puede ser solo otra prisión para las
mujeres. La vagina y el deseo femenino, diferentes en cada una, son más
complejos y potentes que eso. Merece la pena recordar que, en la pornografía,
la mujer que expone su vagina, su ano, su desnudez en cada detalle y en primer
plano es aquella de la que menos sabemos.
Por
todo eso, Evelyn, Casey y Naomi son tan importantes. El libro de Naomi
acostumbra a peregrinar por diferentes secciones de las librerías, de la
pornografía a asuntos generales, ya que parece no haber lugar para encajar la
vagina. Evelyn necesitó abrir una galería para poder exponer sus fotos con
sangre menstrual. Y los temas de Casey, en Internet, se colocan en general en
secciones frikis, mezcladas con otras “rarezas” como, por ejemplo, vender carne
de ratón. La revista Equipo, que tuvo la clarividencia calificar su trabajo
como “arte”, decidió hacer un título simpático: “Not Available on Etsy: This
Woman Knits With Her, Uhhh Yeah” (en traducción libre: “No disponible en Etsy:
esta mujer tricota con suya, hããã... Eso incluso”) Sí, la vagina sigue siendo
impronunciable.
Quién
escribe, siempre tiene un deseo. El mío es que tal vez, en vez de decir “!qué
asco!”, al leer este texto, usted contenga la agresión o la broma, siempre más
fáciles porque callan toda posibilidad de reflexión. Y comience a pensar sobre
la vagina y el papel que cada uno de nosotros desempeña, de palabra, obra u
omisión, incluso en aquellos comentarios que uno cree que solo son una muestra
de sentido del humor, en la reproducción de la cultura de violación y muerte de
las mujeres. Muerte física, pero también psíquica y creativa. Muerte del deseo.
Una cultura que se ha ampliado y alcanzado cotas nuevas con el poder de
difusión de Internet.
Si
la violencia contra la vagina ha aparecido – y en algunos casos aumentado – en
diferentes ámbitos de la sociedad, es legítimo pensar que el ímpetu de
fortalecer la respuesta represiva al deseo femenino pueda revelar que las
mujeres están asumiendo un control mayor sobre sus cuerpos y su sexualidad. En
este sentido, la necesidad de hacer víctimas sería una reacción al hecho de las
mujeres rechacen con mayor vehemencia ocupar el lugar de víctimas. En esta
hipótesis, "a Marcha das Vadias”, que comenzó en Canadá (como SlutWalk) y conquistó el mundo y también Brasil, es un
ejemplo contundente de una acción femenina que desplaza el imaginario, al
apropiarse de la palabra de la violencia y transformarla en una afirmación de
potencia, desbaratando la lógica machista. Otra vez, la vagina vive tiempos
turbulentos. Que son tiempos de violencia, ya sabemos. Que sean tiempos de
liberación, depende de nosotros.
Eliane Brum es escritora, reportera y
documentalista. Autora de los libros de no ficción A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua y A Menina Quebrada y del romance Uma Duas.
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Eliane Brum / Kaique e os rolezinhos: o lugar de cada um
Eliane Brum / Nós, os humanos verdadeiros
Eliane Brum / Escutem o louco
Eliane Brum / Como se fabricam crianças loucas
Eliane Brum / A ditadura que não diz seu nome
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