El día en que le robaron el bolso a Almudena Grandes, y otras historias curiosas de Sant Jordi
Este año no habrá cita con la rosa y el libro en las calles de Barcelona hasta julio, pero una decena de autores recuerdan algunas de las más jugosas anécdotas de la jornada
Laura Fernández
Barcelona, 23 de abril de 2020
Al menos hasta el 23 de julio no habrá nada parecido a un Sant Jordi en Barcelona, esto es, no habrá calles llenas de gente a la caza de libros y rosas y hasta, los últimos años, peluches de dragón, así que para viajar a una jornada parecida, habría que volver la vista atrás y, por qué no, situarnos tras las mesas de los puestos callejeros y dejar que los escritores tomen la palabra y recuerden una pequeña historia relacionada con tan mítica jornada que traiga de vuelta el espíritu del día que se tenía, hasta ahora, por el agosto de las librerías.
El bolso o la firma de Almudena Grandes
“No recuerdo con exactitud el año, solo que Antonio López Lamadrid, mi editor entonces, seguía vivo. El caso es que, durante una firma, me robaron el bolso. Yo lo había dejado bajo la mesa, despreocupadamente, ¡estaba tapado con ese manto que ponen a las mesas de firmas! Cuando llegó la hora de comer y levantarnos, eché mano y había desaparecido. Toni me llevó a la comisaría de mossos más cercana y llegó diciendo que no podíamos esperar, que yo era una gran escritora, que tenían que atendernos los primeros. Y, claro, tuvimos que esperar. Era una época previa a todos estos avances tecnológicos. En el bolso llevaba las llaves de casa y mi billete de avión de vuelta. La editorial tuvo que comprarme otro y yo hacer otra copia de las llaves cuando llegué a Madrid porque ¿y si al ladrón le daba por ir? ¡Tenía mi DNI con la dirección!”.
El gallego de Manuel Vilas
“En el pasado Sant Jordi un lector me habló en gallego. Le entendí perfectamente. Me dijo que era de La Coruña y que llevaba diez años viviendo en Barcelona, pero que era muy lector mío. Y en ese momento cogió una novela mía de la pila para que se la firmase. Me pidió que me hiciera una foto con él. Y me la hice. Se extrañó de que yo le hablara en castellano. Luego le firmé el libro y vi que ponía una mueca extraña. Al final me dijo ‘bueno, yo creo tú no eres Manolo Rivas, pero eres muy buena gente igual’, y se marchó con una sonrisa”.
Sara Mesa y el doppelganger
“Una vez, en un Sant Jordi, se me acercó un hombrecillo de aspecto muy gracioso, muy extravagante, de mediana edad. Miró el cartel con mi nombre y me miró a mí, cotejando. Luego cogió uno de mis libros, miró la foto de la solapa, me miró a mí, cotejando. Leyó la contra y me preguntó lo que ponía, como examinándome. Me hizo alguna otra pregunta, muy suspicaz. Luego, cuando vio que yo era yo, se alejó satisfecho. A los 15 minutos volvió. Miró el cartel con mi nombre, me miró a mí, miró el libro, me miró a mí, leyó la contra, me hizo preguntas... Todo exactamente igual a lo que acababa de hacer, paso por paso. Yo estaba tan fascinada que no podía ni molestarme. Cuando se fue no daba crédito. Luego, cuando la sesión de firma acabó, vi a dos hombrecillos iguales caminando muy juntos. Eran gemelos”.
Enrique Vila-Matas, dibujante
“Acompaño mi firma con el dibujo de una silueta humana con sombrero desde que en 1989, en una gira por librerías alemanas, descubrí en Dusseldorf que si hacía ese dibujo se animaba mucha gente a comprarse el libro. He venido pues haciendo ese dibujo durante varias décadas. El año pasado, en Sant Jordi, me llevé una buena sorpresa cuando una señora me preguntó si me importaría hacerle el dibujo completo”.
Llucia Ramis vs. Jordi Pujol
“En 2008, durante mi primer Sant Jordi como autora, firmé al lado de Jordi Pujol. La cola, larguísima, era la misma para ambos. Acostumbrado a que todos quisieran un ejemplar dedicado de sus memorias, hizo el gesto para atender a la chica que esperaba su turno. Pero era una amiga de mis hermanos, que venía a verme a mí. Quizá con la idea de rellenar ese medio minuto de espera en el que no podía firmar ni hacer nada, él la felicitó. Perpleja, ella preguntó por qué. Él miró el peto que ella llevaba puesto, y dijo algo. Ella respondió que no, no estaba embarazada. Fue un poco complicado seguir el resto de la hora a su lado sin partirme de risa todo el rato”.
El lector librero y Martín Caparrós
“No he estado tantas veces en Sant Jordi, pero cada vez que lo he hecho me ha venido a ver el mismo señor, un hombre de cincuenta y tantos, más bien gordo, que nunca me trae menos de diez libros míos, incluyendo algunos repetidos. Cuando le pregunté por qué, para qué, me dijo que tenía una pequeña librería y esos libros firmados, me dijo, se vendían más caros. Primero pensé en negarme; después me di cuenta de que me estaba ofreciendo un poder increíble: crear dinero dibujando un garabato. Desde entonces, cada año espero mi momento Midas; este, por supuesto, no podré tenerlo”.
El día en que Dolores Redondo fue Carrie Bradshaw
“Era 2013, y yo había publicado mi primera novela, El Guardián Invisible, el 15 de enero de ese mismo año. El éxito era tremendo, pero no fui consciente de estar viviendo algo excepcional, porque en realidad la novela llevaba solo tres meses en librerías, hasta que no llegué a Barcelona aquel día de Sant Jordi, y pasó ante mi un autobús que llevaba un anuncio de mi novela. ¡Fue mi momento Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York!”.
Agustín Fernández Mallo y el furor 'triunfito'
“No recuerdo la fecha, pero por lo menos fue hace diez años, en la parada de Fnac, me tocó firmar junto al amigo Risto Mejide –creo recordar también a Javier Marías, Joan Barril, Almudena Grandes y Juan Marsé-. Era el momento álgido de OT, y su cola no solo daba la vuelta a la manzana sino que hacía muy difícil la aproximación de los lectores a los otros puestos. Aguantamos hasta el final, prácticamente en soledad pero ideando toda clase sociologías alternativas de la situación; la llamativa afluencia de adolescentes, que acompañadas de sus madres reclamaban fotos, o la repentina emersión de gritos colectivos, cuya razón desconocías. Años más tarde se lo recordé a Risto y echamos unas risas”.
Madre e hija y Eva Baltasar
“Me encontraba firmando libros en el Paseo de Gracia y vinieron una mujer y su hija universitaria. Traían dos ejemplares de Permafrost para que se los dedicara. La madre me contó que había comprado uno para ella al poco de salir publicado y que su hija quiso leerlo en primer lugar. Al cabo de unas semanas se lo devolvió hecho polvo y subrayado de cabo a rabo. El libro había pasado por las manos de la hija y de varios de sus amigos. Ahora venían con el ejemplar ya leído y uno nuevecito que la hija regalaba a su madre”.
Kiko Amat vuelve al instituto
“En el día de Sant Jordi del 2016 fui a Sant Boi, a mi viejo instituto, a hablarles a los alumnos de 2º de Bachillerato. Era algo que, miren ustedes qué tontería, me hacía ilusión. A pesar de que no acudí a la cita con una prostituta, un amigo cadáver y un niño secuestrado (como en Desmontando a Harry), me colocaron en un rincón lúgubre del gimnasio –el teatro donde se escenificaron la mayoría de mis traumas juveniles –, al lado del plinton y de las colchonetas, mientras fuera se jugaba un ruidoso partido de baloncesto que tapó mis frases más inspiradas de un modo admirable. A mitad del discurso, la profesora de literatura me regañó delante de toda la clase porque mi texto hablaba de hacerme pajas y no de los “angry young men” (sus palabras). Digo “de toda la clase” pero, naturalmente, solo habían acudido siete empollones. Y obligados. Lo sé porque me lo dijo en un aparte, para infundirme ánimos, la misma profesora de literatura”.
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