Martin Gayford
POSANDO PARA LUCIAN FREUD
Por Guillermo Reparaz
Tolstoi decía que para dar una definición correcta del arte es necesario, ante todo, dejar de ver en él un material de placer y considerarlo sencillamente como una de las condiciones de la vida humana. Eso resulta sin duda muy útil para enfrentarse sin desventaja a la inquietante obra de Lucian Freud. Nieto de Sigmund Freud, su familia se vio obligada a emigrar a Londres con la llegada al poder de Hitler. Si algo se le reconoce al controvertido artista -más allá de la tortura que reflejan sus retratos, con implacable iluminación cenital, violación de las perpendiculares del lienzo y marcas nerviosas-, fue desafiar los parámetros impuestos desde los años 30 por corrientes como el surrealismo, el modernismo abstracto, el arte conceptual o la imagen digital, y recuperar, con estilo personalísimo, el retrato pintado. El crítico de arte Martin Gayford tuvo el privilegio de posar para él durante interminables sesiones a lo largo de ocho meses. Una experiencia terapéutica y casi trascendental que le impulsó a escribir ‘Hombre con Bufanda azul’ (Man with a Blue Scarf, Thames and Hudson). Un testimonio muy valioso sobre la intimidad de dos hombres, la creación artística y el talento irrepetible.
¿Qué opinión tenía de Lucian Freud antes de conocerle?
Siempre me impresionaron sus cuadros. Empecé a interesarme seriamente por su obra a principios de los 80, tras una exposición de su trabajo en la Hayward Gallery de Londres. Y aunque de ahí en adelante escribiría sobre él, no nos conocimos hasta 1995.
¿Le importaban las críticas?
Le interesaba lo que la gente decía de él, aunque se mostraba indiferente ya fuera positivo o negativo. Aún así, siempre citaba una mala crítica de 1966, y no creo que fuera un ejercicio de memoria.
¿Cómo describiría la pintura de Lucian Freud?
Lucian siempre decía que no tenía estilo, que se enfrentaba a cada cuadro de una forma fresca, nueva. Su sensibilidad era inimitable, nadie tenía su visión del mundo y de la gente.
La Reina de Inglaterra, Kate Moss, Andrew Parker Bowles… ¿Son de alguna for- ma sus retratos de desconocidos más expresivos que los de modelos famosos? No lo creo. Su retrato de Hockney es realmente bueno. Creo que la genialidad de sus obras dependía más de la relación que él tuviera con sus modelos y la cantidad de tiempo que compartieran.
¿En qué circunstancias conoció usted a Lucian Freud?
Corría el año 1995. Yo había escrito un artículo en una revista sobre Tiziano y la pintura del cuerpo humano, un tema que a él le apasionaba, y así me lo hizo saber en una postal con sus comentarios. Yo por supuesto le respondí y ahí empezó una relación epistolar, primero, y luego frecuentes encuentros para comer o cenar.
¿Cómo surgió la idea de posar para él?
Yo mismo se lo sugerí. Pensé que sería algo apasionante y aunque le di muchas vueltas antes de proponérselo, él aceptó de inmediato.
¿Era usted consciente de que le ocuparía casi un año de su vida?
Sabía que sería un proceso largo, incluso hubo momentos en los que tenía la sensación de que no terminaría nunca. Unos meses antes coincidí en una velada organizada por él con algunos de sus antiguos modelos, como los duques de Devonshire o Kate Moss, y en vez de animarme y comentar lo interesante que sería, ellos decían: “qué valiente”… A pesar de todo yo disfruté mucho con la experiencia.
¿Cómo transcurrían las sesiones?
Antes de subir al estudio charlábamos un poco en su cocina, luego me sentaba frente a él y pasaban las horas. Lucian quería que estuviera presente incluso cuando ‘coloreaba’ el fondo. Se justificaba diciendo que el hecho de tenerme frente a él le permitía comprender mejor mi cabeza. Muchas veces desaparecía sin avisar, se refugiaba para tomarse un baño. Me acostumbré rápidamente a su costumbre de tomar varios baños al día. Durante todo el proceso siempre me pidió que llevase la bufanda azul, que no pintó durante los primeros cuatro meses. La noche que empezó a pintarla se puso hecho una furia. Decía que ese no era el color, así que volví a casa. Entonces mi mujer me explicó que siempre había tenido dos bufandas azules -algo que yo desconocía- y aquel día me había puesto la errónea accidentalmente.
¿Cambió su relación mientras le retrataba?
Por supuesto que cambió y luego volvió a la normalidad cuando dejó de pintarme. Cuando Lucian retrataba a alguien, su nivel de interés era todavía mayor, esa persona se volvía la más interesante del mundo y él se mostraba aún más encantador.
¿Cuánto tiempo duró la experiencia?
Alrededor de ocho meses. Empezó en noviembre de 2003 y terminó el 30 junio de 2004.
¿Qué relación guarda usted con ese cuadro?
Siempre lo he considerado como una obra de arte, un vínculo con Lucian, pero nunca he sentido que fuera una prolongación de mi personalidad. Siempre que puedo intento verlo. Actualmente está en Texas.
¿Esa minuciosidad de Freud, el interminable proceso para completar sus obras, le confiere aún más valor a sus creaciones?
Pienso que el tiempo para Lucian era irrelevante, lo único que importaba era el resultado. Nunca se detenía hasta tener “la impresión de estar pintando el cuadro de otro”. Su psicología le hacía ser particularmente lento. Van Gogh era capaz de hacer retratos en una sola tarde.
¿Qué opinión tiene usted de iconos contemporáneos como Damien Hirst o Jeff Koons, que ni siquiera realizan sus obras con sus propias manos?
No creo que exista una forma mejor que otra para realizar una obra de arte. No hay que olvidar que numerosos artistas de la antigüedad tenían un gran equipo de asistentes. Por otro lado soy un romántico y me encanta reconocer el toque especial de un pintor, algo que un asistente no sabrá plasmar. En el ejemplo concreto de Damien Hirst sólo puedo decir que recientemente ha intentando pintar cuadros suyos de principio a fin. El resultado es horrible.
¿Necesita usted un segundo o un mes para juzgar una obra de arte?
Como decía Kenneth Clark, para reconocer si un cuadro es bueno basta con pasar por delante de él en autobús a muchos km/h. La reacción definitiva suele ser rápida, aunque debes estar familiarizado con un tipo de arte.
¿Qué obras le han cautivado por completo?
De Jackson Pollock el No1 y el No31 del MoMa de Nueva York. Su energía y complejidad son increíbles. De Tiziano, Diana y Acteón, en la National Gallery de Escocia, por su representación de los cuerpos y el paisaje.
¿Piensa que el objetivo del arte sigue siendo el mismo que en el pasado: emocionar y empujar a la reflexión?
Las representaciones de Altamira y Lascaux demuestran que desde siem- pre nos ha fascinado mirar a las imágenes. En ese sentido se puede decir que nada ha cambiado, pero la sensibilidad y el medio siempre cambian.
¿Qué piensa de nombres como Larry Gagosian o Charles Saatchi y su poder para elevar o destruir la carrera de un artista?
El marchante siempre ha tenido un rol fundamental, en algunos casos incluso creativo en el desarrollo de la carrera de un artista. Aún así, creo que debe haber un consenso con más coleccionistas, museos, es- critores… En ocasiones sucede que se da el consenso y un artista es muy famoso durante un periodo corto de tiempo y luego se desploma.
Fotografía: Cortesía de David Dawson y John Riddy (Lucian Freud Archive).
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