Agresión en la literatura colombiana
A propósito de lo ocurrido entre Carolina Sanín y Andrés Mauricio Muñoz, un enfrentamiento que merece ser entendido con una lectura diferente
Lectura bajo los árboles fue un evento literario que convocó Idartes el pasado 29 de septiembre en Bogotá, el cual estuvo salpicado por un escándalo mediático que involucra al escritor payanés Andrés Mauricio Muñoz y la escritora y columnista bogotana Carolina Sanín.
La situación se presentó cuando Andrés Mauricio quiso ingresar a un conversatorio sobre Gabriel García Márquez, que sostendrían el galardonado escritor Evelio Rosero, Joaquín Matos y Carolina Sanín, académica con estudios de doctorado en la Universidad de Yale.
Al percatarse de la presencia de Muñoz, la doctora Sanín amenazó con interrumpir su participación pues, según ella, se sentía intimidada porque en el público se encontraba el cuentista caucano.
“Fue una experiencia absurda y desastrosa a la que nunca me había enfrentado. Yo públicamente había tenido una discusión con Carolina Sanín hace un año porque ella, que es incendiaria y provocadora, había hecho afirmaciones que tenían a la gente discutiendo, como sucede ahora; hice una afirmación en la que decía que a mí me parecía que lo que ella estaba diciendo básicamente era una estupidez”, dijo el escritor.
Aclara que si bien fue muy directo, en ese momento apeló a su derecho a opinar y refutar, pero “ella fue vehemente en su respuesta, me descalificó como interlocutor, dijo que no reconocía en mí altura intelectual para contradecirla y la discusión terminó ahí”.
A partir de esa única discrepancia, Andrés Mauricio jamás volvió a discutir con ella, no se encontraron en ningún evento, ni tuvieron contacto en redes sociales. Fue un intercambio de opiniones de esos que suelen tener los escritores, quizá un poco subidos de tono, pero comprensible y sin importancia para la mayoría de los mortales.
Andrés Mauricio se encontraba en Lectura bajo los árboles porque previamente había tenido un conversatorio en esos espacios y al enterarse de que Evelio Rosero, Joaquín Matos y la doctora Sanín abordarían la figura de García Márquez decidió ingresar al lugar donde se desarrollaría la actividad académica.
Inicialmente, cuando la doctora Sanín decidió censurarle el ingreso, los organizadores de la actividad mostraron su desacuerdo pues —como es apenas natural— al payanés lo amparaba su derecho a participar en un acto público —derecho que garantiza toda sociedad civilizada— pero, cuando Andrés Mauricio ingresó, Sanín paró el conversatorio amenazando con cancelar su participación y, según el payanés, “dijo que mi presencia configuraba violencia de género, que sentía miedo y que se sentía intimidada”.
“Ante el calibre de estas palabras, un auditorio que no tiene el contexto de lo que se está diciendo, obviamente, se vino en contra mía en una forma agresiva y tuve que salir para evitar un mal mayor”, informa el escritor que ahora evalúa la posibilidad de tomar medidas legales contra la doctora Sanín, al calumniarle y afectar el buen nombre al que todo ciudadano tiene derecho.
La doctora Sanín, por su parte, en redes sociales ha realizado una ferviente defensa de su posición recurriendo a argumentos basados en la violencia de género y de que, en efecto, sintió miedo por la presencia del escritor caucano. “Cuando lo vi en la entrada, sentí inquietud y le pedí a uno de los organizadores, antes de empezar, que le pidiera que no entrara, pues yo no quería o no podía hablar con él allí. Mi opción fue hacerlo así, de modo discreto y a través del conducto que procedía. Luego comenzó el coloquio. Diez minutos después de empezado, cuando todos los asistentes estaban sentados y justo cuando yo estaba haciendo mi exposición, el hombre hizo su entrada”, escribe en su cuenta de Facebook.
Y agrega: “Entonces interrumpí mi exposición. Le pedí que se saliera, pues me había agredido en redes sociales, descalificándome (…) y me sentía intimidada por su presencia. Así me sentía: si él me había descalificado y trataba de ridiculizarme y de reducirme públicamente, y de una manera claramente sexista, como escritora y como pensadora, ¿por qué había porfiado en estar allí?, ¿no tenía yo derecho a hacer con tranquilidad la presentación que se me había invitado a hacer?, ¿me había presentado acaso yo en un coloquio suyo?”.
Centro y periferia: la otra lectura de los hechos.
Consultado sobre la naturaleza de este conflicto, el magíster en Etnoliteratura y PhD en Educación de la Universidad de Baja California, México, Carlos Giovanny Campiño Rojas, afirmar que el conflicto no es de género, ni de una falsa victimización sobre la cual monta su argumentación la doctora Sanín, sino que encarna la eterna polémica de centro y periferia.
“El libre albedrío del mercado editorial, a escala mundial, establece una bifurcación de caminos que traza dos senderos; por un lado, un mundo literario canónico, asociado hasta la náusea con la literatura de centro, la clase alta, el literato comercial con glamour y etiqueta, el pequeño burgués que transpira conciencia de clase y tiene potestad para juzgar con propiedad todo el cuerpo narrativo”.
Y, por el otro, y como antítesis a esta política de exclusión, “emerge de entre las ruinas la mal llamada literatura de periferia, aquella que en el falso imaginario social evoca al escritor fantasma, con minúsculas, el del minifundio, aquel proletario, marginado, históricamente excluido y suicidado en el borde del anonimato”.
De hecho, ha sido gracias a la inserción de estas fronteras simbólicas e invisibles —creadas muchas veces por los celos profesionales— que el monopolio editorial ha logrado perpetrar su cometido de instalar los cánones de belleza y fealdad al interior de la arquitectura y anatomía de las obras.
“Mientras el centro vende libros, la periferia los regala”, afirma el académico, y agrega que “el centro vigila y castiga al escritor de la orilla, parafraseando a Foucault; no es más que una nueva microfísica del poder capaz de inaugurar una perversa discriminación que encubre tras bambalinas la lucha de clases, el patriarcalismo, el matriarcalismo, el neoliberalismo más exacerbado, pues excluye, amilana y discrimina”.
Es así como Campiño Rojas invita a que entendamos en este contexto la verdadera naturaleza del conflicto presentado. Escritores atrincherados en el centro, como Carolina Sanín, que consideran y saben que pertenecen al prototipo de mejor familia, y escritores que se abren camino desde la periferia, como Andrés Mauricio Muñoz, chocan y se recurre a la descalificación ramplona de “usted no está a mi altura” consagrando con ello una nueva modalidad de exclusión en la que pensar diferente y hacer resonancia de la polifonía de la orilla implica una respuesta —incoherente y manipuladora— que puede involucrar con intenciones no muy claras los términos de “machista, falocéntrico e incitador de violencia de género”.
“Es el momento oportuno para que reinventemos las lógicas aplastantes de centro y periferia”, concluye el académico, “es hora de difuminar sus fronteras desde una literatura de la alteridad, capaz de respetar la diferencia y derrumbar el muro de contención levantado por el imperio céntrico de la industria editorial”.
No es la intención hacer aquí una radiografía de los múltiples escándalos en que se ha visto involucrada la doctora Sanín —ese de llamarle a Héctor Abad Faciolince “machista, mal escritor su madre que lo parió por el ano”, rompe cualquier expectativa—, sino hacer un llamado sobre el verdadero significado de las poses que asumen los escritores y, por las cuales, sus seguidores terminan enfrentados en discusiones inútiles, lejos de las auténticas cualidades que debe tener una obra literaria y que son tan difíciles de conseguir.
Para quien escribe estas líneas, independiente de cualquier postura ideológica o interés comercial, no hay ninguna razón, ni existe, ni existirá, que sea capaz de justificar el bandolerismo de unos contra otros en escenarios públicos donde debe primar el valor de la argumentación, la propuesta estética, la innovación en el dominio del lenguaje, como requisitos de la alta literatura que, por cierto, se ha nutrido más de la periferia —García Márquez, Baudelaire, Aurelio Arturo— que de las posiciones clasistas y medievales. Nada más y buena mar.
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