Alberto Moravia
Un joven hasta el final
28 SEP 1990
Moravia nació en el primer decenio del 900 y ha desaparecido al alba del último. La cultura italiana de este siglo estará caracterizada, pues, mejor que por otras figuras de escritores, por la presencia de este testigo de la dictadura y de su rechazo, de la posguerra y de sus decenios más recientes, como también de los numerosos debates literarios e ideológicos que los han marcado.Uso con intención la palabra testigo en vez de la de protagonista porque corresponde a la idea que Moravia tenía del escritor como ojo vigilante de su propio tiempo. Se puede ser protagonista de primera fila siendo sencillamente un testigo -él mismo así lo decía-, y se puede estar comprometido a disgusto.
No ha desaparecido uno de los grandes viejos del siglo. Moravia fue hasta el final un gran joven. Vivía, se indignaba y se alegraba como si tuviera 20 años (aquellos 20 años que la enfermedad le había robado). Cómo ha podido conciliar esa energía y las ganas de vivir con el aburrimiento que proclamaba a cada instante se lo ha llevado como un secreto. Moravia se aburría de verdad, pero quizá como reacción era un goloso de experiencias, encuentros, viajes. Unas ganas de vivir contro voglia.
Más que un padre
Nunca asumió el papel de padre-maestro en el sentido de que nunca propuso ideas fuertes para enseñar cómo se debe pensar y actuar. Moravia ha sido más que un padre, un tío, siempre dispuesto a dar juicios o a distribuir bufidos, pero no bajo la forma de enseñanza ex cátedra, sino como testimonio de su reacción ante las cosas, los acontecimientos, las personas, las instituciones, la historia.
No se había construido la idea del vate, del héroe, del maldito o del mártir, como otros protagonistas literarios del siglo; adoptó el papel del burgués, narrando su ser burgués desde dentro con lúcida y escéptica vocación de moralista. Un poco aburrido, exhibiendo improvisados guiños de travieso apasionado y muchas sorpresas casi infantiles frente a la variedad de la vida. De la cual -aburridísimo y con frecuentes resoplidos de irrítación- no se echó nunca atrás, esperando que fuera ella la que tomara la decisión de abandonarlo. Cosa que ha debido de provocarle su último arrebato de enojo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de septiembre de 1990
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