Pablo Picasso Foto de David Douglan Duncan |
La comida picassiana es deseo, erotismo, muerte... Más allá de los bodegones tradicionales, el Museu Picasso descubre un nuevo relato del cubismo
Vanessa Graell
Barcelona, 23 de mayo de 2018
Picasso quería que sus lienzos olieran a puerro. Quería devorar su propia pintura. Cerezas, cebollas o huevos. Botellas de vino, pollo asado o limones. Para Picasso los alimentos despiertan una relación de voluptuosidad, casi erótica, o evocan un recuerdo de su país, esa España que dejó atrás en 1934 y a la que nunca volvió. Como la magdalena de Proust, el sabor de un melocotón traía la memoria de los días mediterráneos de su infancia malagueña. Metáfora de vida y muerte (de los violentos días de guerra y miseria), la cocina va más allá del objeto, del clásico bodegón. Y aunque a veces pase desapercibida, está en la base del cubismo, del fundacional Las señoritas de Aviñón (1907), donde Picasso colocó una naturaleza muerta de uvas y sandía a los pies de las mademoiselles, una velada sugerencia erótica de su profesión en el burdel de la barcelonesa calle Aviñón.
Aunque las mademoiselles no salen del MoMA de Nueva York, el Museu Picasso de Barcelona analiza por primera vez la relación del artista con la cocina, entendida en sentido amplio, y se remonta aún más, al Picasso casi adolescente, a la juventud barcelonesa y los primeros años de bohemia parisina. «La idea de la cocina de Picasso es una metáfora de la creación, de la metamorfosis. Sus obras son naturalezas vivientes más que muertas», compara Androula Michel, una de las comisarias de la muestra.
Picasso y la cocina es una exposición de tabernas y bistrots, de días luminosos frente al mar, de la sombra de la guerra y de la recuperación de la joie de vivre con el Mediterráneo siempre en el horizonte, desde la costa catalana al Midi francés. Un «relato poético», en palabras de su director Emmanuel Guigon, que empieza en Els Quatre Gats, que quería ser el equivalente parisino de Le chat noir y donde se reunía la crème del Modernismo. Al joven Pablo -que expuso por primera vez en sus paredes- el propietario Pere Romeu le encargó el diseño del menú y del cartel del plato del día. Y de ahí a la deconstrucción cubista, al collage, a las esculturas con objetos encontrados: una cuchara de verdad para el vaso de absenta, una botella de Anís del mono, un pescado envuelto en papel de periódico, un cucharón que es una cabeza de mujer...
«¿Cómo comía Picasso? Austeramente, no era de platos hondos, salvo cuando comía algún estofado de su tierra. Su dieta era muy mediterránea, basada en verduras y ensaladas, pescados cuando estaba en el mar. En los días de miseria, su menú de guerra consistía en tortilla, patatas fritas y quesobrie. Comía lo que aparece en sus cuadros», explica Claustre Rafart, conservadora del Museu Picasso. Incluso fantaseó con comer toritos fritos, a la manera de los pescaítos, en un dibujo dedicado a un ganadero: un platillo de toritos en miniatura, maridado con vino de Valdepeñas en un porrón catalán. Otro maridaje-collage:una tauromaquia en cerámica con un pez o Corrida de toros y pez (reverso: Caras), que realizó en su finca de Cannes.
En sus escritos, Picasso también habla de comida, pero de forma metafórica. En cuatro días del invierno de 1940, en plena guerra y privación de alimentos (incluso se exponen las cartillas de racionamiento de la época), Picasso escribió una obra de teatro, El deseo atrapado por la cola, protagonizada por cebollas, huevos y otros personajes-comida. En su libro ilustrado Sueño y mentira de Franco, que creó en 1937, la comida se vuelve monstruosa, un rechazo al fascismo:sopa de orines, platos de excrementos, sorbete de bacalao frito...
¿Y qué dice Ferran Adrià?
«Picasso siempre ha sido una de mis referencias creativas», admite Ferran Adrià, que firma el epílogo abstracto de Picasso y la cocina. En la planta baja del museo ha ideado una instalación especial sobre su gastronomía, sus utensilios (desde un teppan de nitrógeno hasta tubos de plástico extraños para hacer espaguetis) y acuarelas que explican la historia del Big Bang y la evolución de los homínidos.
«La menestra de verduras que creamos en elBulli en 1994 era cubismo, ¡era Las señoritas de Aviñón! Y en 1997 hicimos la mousse de humo que era el Blanco sobre blanco de Malévich. Después de eso, ¿qué hacer?Me tendría que retirar... Pero había que buscar todo lo que pasó entre medio», explica Adrià de sus collages culinarios.
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