Alberto Moravia |
La muerte de Alberto Moravia
"Lloro a solas por el amigo que he perdido"
27 SEP 1990
Lo he apenas visto en su cama grande donde ha dormido siempre solo. La manta le cubría casi hasta el cuello, el pecho desnudo, el rostro reclinado como para huir de la luz de la ventana de enfrente. Hasta sus cejas arrebatadas, como ciertas flores que de noche se cierran, se habían inclinado hacia un lado.Le conocí cuando era aún un muchacho, cuando Elsa Morante era una chica menuda y bellísima, vivaz como una avispa. Fue Pier Paolo Pasolini, mi joven profesor de Literatura, quien me lo hizo encontrar. Y cuando Pier Paolo murió, Moravia y yo lloramos juntos. Hoy lloro solo, sin pudor. Me faltará sólo un amigo con quien todo pudor me estaba prohibido. No escucharé ya una voz que sabía hablar del mundo como de un tercer amigo calavera. De él conocía lapsus y vicios, despreciaba su vocación auto destructiva, amaba toda su mágica, anormal criaturalidad, como sólo los grandes escépticos saben amar.
La casa en el mar
Compartíamos juntos la misma casa en el mar, en Sabaudia, a la ladera del monte habitado un tiempo por la maga Circe. Tardes enteras las he pasado escuchando sus narraciones, discutiendo de literatura y hasta de política.
Y serán precisamente sus palabras llenas de imágenes y de glosas refinadísimas lo que me faltará para siempre. Hablar, para él, significaba poner en movimiento su inteligencia saltarina, frenada por una cultura sin par en Italia y quizás en Europa, aquella cultura vasta y generosa que sólo los autodidactas poseen. Hablaba cuatro lenguas y leía los libros en sus idiomas originales. Descubría así, en cada autor, secretos y "trucos" que escapaban a muchos especialistas.
Aparecía ante sus lectores como un hombre frío y hasta demasiado racional. Yo he tenido ante mis ojos y dentro de mi vida a un eterno muchacho curioso y permanentemente maravillado. Amaba los perros y Elsa Morante amaba los gatos. Y sin embargo fue el frío Moravia quien denunció que entre los dos algo se estaba rompiendo: un día se levantó con la piel hinchada y llena de fuego hasta el punto que tuvo que echarse por tierra para buscar en el frescor del suelo un poco de refrigerio: descubrió de ese modo que de repente se había vuelto alérgico a los gatos.
Vincenzo Cerami es novelista. Autor de Un burgués pequeño, pequeño (traducido al castellano), La liebre, Muchachos de vidrio, y escenógrafo de los directores de cine Bernardo Bertolucci y Marco Belocchio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 27 de septiembre de 1990
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