miércoles, 6 de febrero de 2013

Guía práctica para sobrevivir en París / Reflexiones de un vagabundo




GUÍA PRÁCTICA 
PARA SOBREVIVIR EN PARÍS
Diez reflexiones de un vagabundo

Por Gabriel Magnesio
17 de agosto de 2012
José tiene menos de treinta, nació en Alcalá de Henares, fue torero precoz. «Soy un torero al que cogieron mucho los toros. La profesión de torero es la única que he amado con todas mis fuerzas -dice-, pero me marché a olvidarme del triunfo que no conseguí».
José dejó los toros por el viaje: se instaló en París sin techo ni comida.
José estaba sentado en la vereda del pasaje Saint-André-des-Arts, en el barrio latino de París. Tenía la mochila apoyada en la pared y abría con cuidado la cajita de un queso camambert. Tenía la barba negra sobre la piel blanca traslúcida. Las manos frágiles y afiladas. «El saber que algún día todo acabaría me dio alas para hacer en cada momento lo que sentía. En la muerte encontré la enseñanza más importante de la vida».
Meses más tarde me anunció que había decido dejar París para seguir recorriendo el mundo. «Arrinconando hasta el límite por las necesidades materiales, se experimentan unas sensaciones imposibles de sentir por otro camino. He estado con demasiados vagabundos que a un paso de la libertad iban cargados de un lado para otro con carritos llenos de cosas. La última vez que estuve con ellos parecían como monumentos en ruinas de ciudades que no aparecen en las guías turísticas. Constantemente me pregunto si seguirán en pie».
Una tarde, frente al Sena, José se sacó, ceremonioso, el sombrero y me mostró el manuscrito de sus Reflexiones de un vagabundo. «Aquí mismo te hago heredero de estos trastos viejos que a mí ya no me sirven -dijo-. Aquí transcribo algunas de las reflexiones y actos que me ayudaron a sobrevivir en París, sin tener nada y sin ser nadie. Están escritas a modo de consejo para un lector imaginario, a pesar de que no aconsejo a nadie que intente llevarlas a la práctica. Pensaba, en ese entonces, que la vida era gratis. También, muchas veces, deseé que parasen el mundo para poder bajarme. En fin, de cualquier manera, eran tiempos en que quería cambiar el mundo. Al final, lo único que he hecho, ha sido reírme de él».

Uno.
Lo primero es conocer el terreno por donde te vas a mover, por eso cuando camines por la ciudad, hazlo como si te estuvieras moviendo por la selva, atento a cualquier situación de la que puedas sacar algo de provecho. Lo físico no siempre es tan duro como aparece a nuestro tacto, la realidad no es tan perfecta como nos la quieren mostrar las leyes. Todo, hasta lo que nos parezca más infranqueable, tiene algún agujero por donde se cuela lo imprevisto.

Dos.
Las necesidades básicas son fáciles de obtener. Para dormir sólo necesitas tener sueño y para comer sólo debes de estar un poco atento. Este primer mundo, con su consumismo, produce tantos desperdicios que sólo con las migajas podrás elaborar los más suculentos manjares. Los problemas llegan cuando hemos satisfecho las necesidades básicas. Es entonces cuando, sin saber muy bien de qué manera, empiezan a aparecer todo tipo de deseos disparatados: una casa, un coche, un televisor, un equipo de música, ropa a renovar cada cierto tiempo. De todos estos deseos sólo hay algunos que no deberás desdeñar, aquéllos que den un aire de elegancia a tu pobreza, cierta manera de vestir, de comportarse, ciertos gustos, ayudarán a provocar en los demás ese desconcierto tan necesario a la hora de obtener ciertas cosas. Para desconcertar tienes dos opciones principales: una es mostrarse tan sincero, desnudo frente al mundo al punto que parezcas casi invisible a su vista. La otra es mostrarse vestido, es decir, raro y extravagante en la ropa y en las formas, tanto como para que nadie sea capaz de alcanzarte con sus juicios, pues estarás más allá de cualquier clasificación.

Tres.
Lo normal es que en una ciudad grande necesites trasladarte constantemente y que para ello tengas que echar mano del transporte público. Haz uso de ello, considerando al pie de la letra el cartel que te encontrarás pegado por todas partes: «Transporte público». La mayoría de la gente paga un abonamiento mensual, pero hay otra posibilidad mucho más barata. Sacarse el carnet del perfecto caradura. Es un carnet que no sólo te servirá para moverte libremente por la ciudad, sino que también te servirá para moverte por todo el mundo. En Suiza note hará falta ni el carnet de caradura, ni el billete, ni el abonamiento mensual: son tan educados que se fiarán de ti. Pero lo cierto es que unos personajes con los que te encontrarás habitualmente, sobre todo si viajas a menudo, son los controladores. Llegará un momento que su imagen te será tan familiar, que puede ocurrir que les pierdas el respeto. No lo hagas, se perdería la sal del juego. No te dejes impresionar por el uniforme, ni por sus palabras amenazantes; mira a su corazón, quien sabe por qué humillantes experiencias pasó en su vida para un día ponerse un uniforme y colocarse al servicio de la ley y el orden. Igual que tú, un día también fue un niño que creía en los reyes magos, que lloró porque le quitaron un caramelo, que creció y tuvo un primer amor, y hasta puede que soñara con cambiar el mundo. Recuérdaselo. Hazle ver, sin decírselo directamente, que los dos están en el mismo barco, que no eres ningún ladrón, que no has matado a nadie, que buscas lo mismo que él a pesar de que tengan posiciones diferentes, que sólo eres un romántico, un soñador, y bueno, en fin, todo lo que se te ocurra para conseguir lo único que importa: no pagar.

Cuatro.
El carnet de caradura también te permitirá obtener importantes descuentos al realizar tus compras en los grandes supermercados, sobre todo en los grandes. Además, puedes usar los baños de los Burger King, Mc Donalds, o cualquiera de los servicios públicos que se encuentran en las grandes superficies comerciales, donde no ponen demasiados impedimentos a la hora de acceder a ellos, pues entre tanta gente, es bastante fácil esquivar las miradas de los vigilantes (en general hay papel higiénico). Cuando logres acceder a uno de ellos con ganas de desahogarte, lo podrás hacer con la satisfacción añadida de que donde los demás gastan su dinero adorando de una manera enfermiza a los monstruos de este sistema capitalista, tú te cagas.

Cinco.
Existe otro carnet con el que puedes obtener beneficios también muy parecidos, solo que por el camino opuesto. Es el carnet del perfecto inocente. Si consigues los dos sería magnífico. El primero lo puedes usar como empuje para iniciar el acto y el segundo para salir de él si las cosas se ponen feas. Los dos se compaginan estupendamente. Si eres pillado en tu pillería, asegúrate que vas a conservar la misma tranquilidad, aplomo y espontaneidad que si todo hubiera salido bien, para responder: «Lo siento, no me había dado cuenta, creía que era gratis». Recuerda: en estos casos extremos, bajo ningún concepto deben saber que posees también el carnet del perfecto caradura. Lo importante en estos casos es mostrar una bondad tan maliciosa que haga sentir culpable a cualquiera que intente cortarte los pasos.

Seis.
El proceso para la adquisición del carnet del perfecto inocente es bien sencillo. Basta con haber nacido con cara de idiota, aunque para sacarle provecho es importante que tu inteligencia no se corresponda con el gesto facial. No haber nacido con el don de parecer idiota solo significa que tendrás que trabajar sobre ello. En las calles, fuera del alcance visual de los comerciantes, a menudo están expuestos frutas y otros objetos no necesariamente comestibles, que al pasar te hablan y te dicen: tómame. Si escuchas esta voz, hazlo, pero ¡atención!, es conveniente que aprendas a diferenciar entre aquellas voces sinceras que te aseguran que puedes hacerlo con total tranquilidad, de aquellas otras engañosas y traicioneras que sólo buscan ponerte en ridículo.

Siete.
El proceso para obtener el carnet del perfecto caradura es un poco diferente pero tampoco es demasiado complicado. La rapidez en los trámites burocráticos depende mucho de la moral que haya que despachar. Tienes que tener un poco claro lo que quieres ser: listo o ir de listo. Con lo primero puedes obtener todo lo que necesites ; en cambio, no podrás enseñar a nadie tus hazañas, te podrás reír del mundo, pero estarás solo, eso sí, lo podrás hacer a carcajada limpia. Con lo segundo puedes obtener también bastantes cosas, pero en cambio estarás en una peligrosa exposición y a merced de circunstancias ajenas, pues necesitas de los demás y ellos lo saben.

Ocho.
Aniquila la parte de la conciencia que te impida llevar a cabo tus propósitos sin aniquilarte a ti mismo. Todo vale, o todo es posible, como lo quieras llamar está bien, al único que tienes que convencer de esto es a ti mismo. Juega con el desconcierto, no permitas que nada ni nadie consiga definirte, clasificarte o conocerte. Lo primero que harán cuando te vean, será tratar de catalogar tu forma de vivir, pues los pone nerviosos eso de no saber por dónde viene algo. Para unos serás un viajero, para otros un vagabundo, un mendigo, un romántico, un tipo peculiar, alguien interesante. No te creas nada de lo que te digan: poniéndote un nombre, lo único que buscan es poner un lastre a tus alas, cortárselas a todo aquel que tenga pretensiones de volar demasiado alto. El mundo puede ser un espejo en el que mirarse de vez en cuando, pero sólo eso, un espejo, la realidad es otra.

Nueve.
Si alguna vez tienes la moral baja, solo necesitas tener lo suficiente ahorrado como para ir a un bar, pedir un café y escuchar al camarero como te llama Mesieur. Si algo me gusta de París es que hasta a los clochards se les llama Mesieur. Prepara tus armas y úsalas en el momento que creas más conveniente, pero deja para el final una que solo usarás en casos de extrema necesidad y urgencia: la de la sinceridad. Un perfecto caradura no debe desdeñar ninguna posibilidad por sucia que parezca.

Diez.
Cuando conozcas a alguien es importante que seas el primero que ofrezcas algo, aunque no tengas nada. Cargarás en el otro un deseo de agradecimiento tan grande que le llevará un tiempo satisfacer, es decir –dispondrás de crédito. A veces, para conseguir algo de alguien no hace falta que hables mucho de ti. Solamente señala los puntos necesarios para que la otra persona siga proyectando sobre ti la imagen de lo que desea encontrar. Te pasará muchas veces que, después de asistir pasivamente, y sin abrir casi nada la boca a una larga perorata, se despedirán de ti diciéndote lo mucho que les ha gustado conocerte y lo especial que les pareces. Sobre todo, no te sientas mal cuando necesites pedir ayuda. Hay mucha gente que necesita dar para sentirse bien y tú estás para tranquilizar conciencias. Haz literatura de las situaciones que te ocurran. Esto te ayudará, sobre todo en los malos momentos para cargar la desgracia sobre el personaje que interpretes, poniendo a salvo a la persona.

http://www.elpuercoespin.com.ar/2012/08/17/guia-practica-para-sobrevivir-en-paris-por-gabriel-magnesio/


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