Andrea Camilleri
El desconcierto de Montalbano
GUILLERMO ALTARES
4 FEB 2013 - 06:00 COT
4 FEB 2013 - 06:00 COT
Aunque habitan en dos lugares muy alejados de Europa, Malmö, en Suecia, y Vigàta, en la costa sur de Sicilia (un trasunto de Porte Empedocle), el comisario Wallander, creado por Henning Mankell, y el comisario Montalbano, obra de Andrea Camilleri, son dos tipos que podrían entenderse muy bien. Ambos esgrimen un profundo concepto de la justicia, que va mucho más allá de lo que dictan las leyes, y los dos viven en sociedades que creen que tienen el deber de hacer mejores con su trabajo como policías; no porque sean cruzados quijotescos, sino porque ninguno de los dos piensa que están ahí para defender a los poderosos, ni para mantener el statu quo. Tal vez Montalbano pueda parecer más irónico y Wallander más solemne, pero en el fondo los dos siempre se enfrentan a casos que reflejan lo peor de esta Europa solo aparentemente aséptica en la que vivimos. La injusticia campa a sus anchas por la dolorida Sicilia, pero también se desparrama por las socialdemocracias nórdicas. Aunque hay un factor que hace casi imposible imaginarles juntos: la comida.
Montalbano es un digno heredero del escritor que le dio su nombre, Manuel Vázquez Montalbán, y como Pepe Carvalho se toma las cosas del comer muy en serio, aunque no cocina. Esto último resulta normal, si uno tiene a mano la tratoría de Enzo, una mina inagotable de pescado fresco y platos de pasta, o la señora Adelina, que siempre le deja en su casa preparados platos sicilianos (menos cuando está Livia, su novia que vive en Génova, a la que no soporta). Como relata Peter Robb en el magnífico libro de viajes Medianoche en Sicilia, la gastronomía siciliana es la más interesante del Mediterráneo y refleja siglos de historia e invasiones. En cambio, Wallander sólo se alimenta de comida basura, cuando se alimenta. No me gustaría estar en la piel del doctor encargado de analizar sus arterias.
Esa relación con la comida dice mucho de ambas series narrativas: las novelas de Wallander, publicadas en castellano por Tusquets, reflejan la luz de Suecia; las de Montalbano, publicadas por Salamadra, la del Mediterráneo. Andrea Camilleri creó a su comisario cuando estaba a punto de cumplir los 70 años y sus libros están llenos de humor. Aunque cuenta desgracias tremendas y la visión de su país (tanto Sicilia como Italia) no puede ser más ácida, sus novelas despertaban muchas veces carcajadas y estaban teñidas de una extraña alegría. "Sólo se puede ser siciliano con ironía", dijo en una entrevista cuando sus libros empezaban a cuajar entre los lectores españoles. Sin embargo, en las dos últimos novelas de la serie (ya hay traducidas 19 al castellano), se ha producido un extraño cambio: son mucho más tristes.
En La edad de la duda (2008 en su edición original) y La danza de la gaviota(2009), ambas editadas a lo largo de 2012, resulta a veces difícil encontrar al Montalbano más alegre. Puede haber muchas explicaciones: tal vez porque fueron escritas en los albores de la crisis que está poniendo en peligro el estado social europeo, tal vez porque el comisario está cruzando el Rubicón de los cincuenta, seguramente porque Camilleri cada vez soporta menos la porquería que se multiplica a su alrededor (no hay que olvidar que, tras la victoria del centroizquierda en 2006 y la llegada al poder de un tipo decente como Romano Prodi, Berlusconi contraatacó en 2008 y con su nuevo partido, El Pueblo de la Libertad, unido a la Liga Norte, logró regresar a la jefatura del Gobierno italiano).
Buscando artículos y declaraciones de Manuel Vázquez Montalbán sobre comida y gastronomía, me topé con una crónica, de 1983 de la presentación madrileña de Los pájaros de Bangkok, firmada por Mirito Torreiro, en la que el gran escritor barcelonés decía lo siguiente sobre su personaje: "Ese antihéroe entrañable, escéptico y hedonista que es Pepe Carvalho, que tiene una cierta moral, aunque no coincida con la moral de la sociedad. Yo diría que la característica particular de este detective es su desconcierto. Es un personaje desconcertado, no en lo profesional, que ahí se las arregla muy bien, sino en cuanto al final de las cosas, al último porqué. Es un hombre que acaba por darse cuenta, con asombro, de que la realidad nunca concuerda". Quizás lo que parezca tristeza, no lo es, es algo peor: lucidez, desconcierto ante un mundo imposible. La última novela publicada en España de Montalbano, La danza de la gaviota, arranca con la inexplicable muerte de un pájaro en la playa, ante la casa del comisario en Marinella. Esta pequeña escena marca el tono de la novela (una de las mejores de la serie). La última frase (y no arruino el final a nadie) dice: "Sentado en la galería, en compañía de una pizca de melancolía, intentó consolarse con un plato enorme de caponatina". El mundo no le quita el hambre a Montalbano, eso está claro, pero es difícil que su ironía no acabe teñida de cinismo.
El festival literario BCNegra, que se celebra actualmente en Barcelona, rinde un homenaje a Andrea Camilleri, que no ha podido asistir. A sus 88 años, el médico le ha prohibido viajar.
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