Antonio Muñoz Molina |
Antonio Muñoz Molina
Esperando el fin del mundo
En ‘Tus pasos en la escalera’, el lector deberá descubrir el enigma a lo largo de un sostenido suspense en el que resplandece la mejor prosa de Muñoz Molina
15 MAR 2019 - 12:48 COT
Un hombre espera. A su mujer, que está regresando a casa, y el fin del mundo. La mujer es una científica que realiza experimentos con ratas para investigar los mecanismos de la memoria y el miedo. En cuanto al (¿próximo?) fin del mundo, el hombre ya ha vislumbrado alguna señal: el 11-S, él y su mujer estaban en Nueva York y caminaron por calles oscurecidas por ceniza que todavía olía a materia orgánica quemada. Hay otras señales ominosas: extinción de las especies, cambio climático, invasión de insectos depredadores, migraciones humanas, sátrapas, Trump; incluso la luna roja del eclipse no augura nada bueno.
Para esperarlos —a la mujer, al apocalipsis—, el narrador de Tus pasos en la escalera (Seix Barral), la adictiva última novela de Antonio Muñoz Molina, hace acopio de todo lo necesario, como Nemo en su misteriosa isla o Robinson en la suya. Espera en Lisboa, en un apartamento —réplica del que habitaba con Cecilia, su mujer, en Nueva York— donde ha acumulado víveres, libros, música, y en el que ha dispuesto todo a gusto de la esperada. Y sin embargo, como el almirante Byrd, que se sepultó voluntariamente en una cueva de hielo de la Antártida para recabar datos científicos, un día tiene la impresión de que a él también se le ha olvidado algo esencial. El tiempo y el espacio se confunden, las dos ciudades de referencia se difuminan, el narrador se hace menos fiable, los escenarios familiares adquieren cualidades fantasmagóricas, los escasos personajes con los que se relaciona se manifiestan como conspiradores. El lector deberá descubrir el enigma a lo largo de un sostenido suspense en el que resplandece la mejor prosa de uno los más brillantes escritores hispánicos, una prosa a la vez eléctrica y contenida, llena de resonancias, eficaz, en la que se perciben ecos de Schnitzler, Orwell, Montaigne, e imágenes de tantas películas amadas.
EL PAÍS
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