lunes, 8 de enero de 2018

Jack Kerouac / Diarios / 1948 - 1949





N. del T: En 1998, Douglas Brinkley publicó un artículo en la revista The New Yorker acerca de los diarios que Jack Kerouac había llevado desde los catorce años hasta su muerte, en 1969. El mismo artículo incluía entradas del período 1948-1949, cuando Kerouac acababa de volver a New York luego de un viaje por todo el país (el mismo viaje que sería el argumento de On The Road) y enfrentaba la publicación de su primera novela, The Town and The CityEsas mismas entradas son las que publicamos a continuación. (Nota del traductor.)


Jack Kerouac and friends
Ilutración de Michael Wojczuk

Jack Kerouac
DIARIOS
Traducción de Martín Abadía

                                                                                                                                                               kerouacholdingontheroad
1 ENERO, 1948. Queens, New York. Hoy leí entera mi novela (“The Town and The City”) Veo que ya casi está terminada. ¿Cuál es mi opinión? Es la suma de mí mismo, fui tan lejos como puede llegar la palabra escrita, ¡y mi opinión es la misma que tengo sobre mí mismo! — alegre y afectuoso un día, oscuro y disgustado al otro. Escribí 2500 palabras hasta que Allen Ginsberg me interrumpió; llegó a las cuatro de la mañana para decirme que está volviéndose loco, pero que una vez que esté curado, podrá comunicarse como ningún otro ser humano pudo hacerlo alguna vez –completa, dulce, naturalmente. Me describió su terror y parecía estar a punto de tener un ataque en mi casa. Cuando se calmó, le leí partes de mi novela y anunció osadamente que era “más grande que Melville, en el sentido de una Gran Novela Americana.” No creí una sola palabra de lo que dijo.
Algún día me quitaré la máscara y diré todo sobre Allen Ginsberg, todo lo que es en carne “viva.” Me parece que es solamente otro ser humano y que eso lo lleva al límite de su desesperación. ¿Cómo ayudar a un hombre que quiere ser un monstruo en un momento y en el siguiente un dios?


17 ABRIL, 1948. Fui a N.Y, discutí con una chica toda la noche. Incluso Ginsberg se puso demente y me rogó que lo golpeara – lo cual ya roza un límite, ya que le es bastante difícil mantenerse sano sin visitar el asilo cada semana. Quería saber “qué cosa” tenía yo que hacer en el mundo que no lo incluyese. Le dije que tenía un inconsciente deseo de golpearlo pero que más tarde se alegraría de que no lo hubiera hecho.
    Ya he pasado por todas estas insensateces cuando peleaba con Edie [Edith Parker, primera esposa de Kerouac] y trepaba a los árboles con Lucien [Carr], pero estos ginsbergs se creen que nadie más ha tenido visiones de cataclismo emocional y tratan de endilgárselas a los demás. Fui un mentiroso y un furtivo enclenque al fingir que era amigo de toda esta gente— Ginsberg, Joan, Carr, Burroughs, incluso Kammerer— cuando debí haber sabido que ninguno le cae bien al otro y estamos gesticulando incesantemente en una comedia maliciosa. Un hombre debe darse cuenta de sus límites o nunca será nada.


2  JUNIO, 1948. Luego de almorzar cayó Ginsberg, traía el resto del manuscrito que, según dijo, terminaba de forma “grandiosa, profunda.” Cree que voy a volverme rico ahora, pero lo que le preocupa es saber cómo seré con dinero; o sea, no puede imaginarme con dinero (ni yo puedo). Cree que soy un auténtico Myshkin, Dios lo bendiga… La locura ya ha abandonado a Allen y me gusta más que nunca.


3 JUNIO, 1948. Trabajé en un matematical e intricado asunto que determina a qué ritmo voy pasando en limpio y corrigiendo mi novela. Es demasiado complicado para explicarlo, pero alcanza con decir que ayer batí el .246 y que después del trabajo de hoy mi “promedio” roza el .306. El asunto es que tengo que batear como un campeón, tengo que estar a la altura de Ted Williams (que generalmente tenía una media de .392 en baseball). Si puedo alcanzarlo, Junio será el último mes de trabajo con “The Town and The City.”


17 JUNIO, 1948. Loca y dolorosamente solo a causa de una mujer en estas noches, y en ellas trabajo. Veo que pasan afuera y me vuelvo loco.  ¿Cómo es que un hombre que intenta acometer un gran trabajo, solo y pobre, no puede hallar una mujer que le dé su tiempo y su amor? Alguien como yo, saludable, sexual, muerto de deseo por cualquier chica que veo, aunque incapaz de hacer el amor ahora, en la juventud, mientras desfilan indistintamente en mi ventana — ¡maldita sea, no está bien! Por Dios, Esta experiencia acabará amargándome.
Me fui a la cama con un promedio de .350.


3 JULIO, 1948. Gran fiesta en Harlem, en casa de Allen y Russell Durgin. Pasé nuevamente tres días sin comer o dormir, sólo bebí, bizqué y sudé. Había una chica muy viva, como salida de los años veinte, pelo rojo, consternada, frígida sexualmente (eso aprendí). Caminé 3 millas y media bajo el calor de la Segunda Avenida hasta su apartamento italiano “aerodinámico,” donde me acosté sobre el suelo, somnoliento, mirando el cielorraso. Pareciera que ya he sentido todo esto antes. Era la angustia y la hermosa fealdad de la gente y Huncke diciéndome que había visto a Edie en Detroit y que le había contado que yo aún la amaba. ¿Aún la amo? ¿La esposa de mi juventud? Esta noche, creo que sí. En el regocijo de mis fantasías no hay luces marinas ni confusión, tan solo el viento de una mañana de octubre, soplando por la ventana de la cocina.
  
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17 AGOSTO, 1948. Ayer murió Babe Ruth y me pregunté “¿Dónde estará su padre?” ¿Quién pudo engendrar a alguien así? ¿Qué hombre, dónde, qué pensaría cuando sucedió? Nadie lo sabe. Es un misterio Americano.
   Le dije a mi madre que tendría que irse a vivir al Sur con la familia, en vez de perder el tiempo como una esclava, trabajando en fábricas de zapatos. En Rusia son esclavos del Estado, aquí esclavos de los Gastos. La gente se apresura para llegar día a día a empleos insignificantes, los ves tosiendo en el subterráneo al amanecer. Dilapidan sus almas en cosas como “renta,” “ropa decente,” “gas y electricidad,” “seguro,” actuando como provincianos recién llegados del campo, abrumadoramente felices porque pueden comprar chucherías en las tiendas.
Mi vida será la de una granja que pueda alimentarme. No haré nada más que sentarme bajo un árbol mientras crecen los cultivos, tomo vino casero, escribo novelas que formen mi alma, juego con los niños y apunto con mi nariz hacia la desdicha. Lo próximo que sabremos será que todos marcharán a otra guerra aniquiladora, llevada adelante por sus líderes para mantener las apariencias. Me cago en los Rusos, me cago en los Americanos, me cago en todos ellos.
Tengo en mente otra novela –“On The Road”-, continúo pensando en ella: dos tipos haciendo dedo hasta California, buscando algo que no van a encontrar, perdiéndose en el camino y haciendo el camino de regreso deseosos de algo más.


9 SEPTIEMBRE, 1948. Recibí una carta de rechazo de Macmillan’s. Me enojo y me vuelvo más confiado cada vez que esto sucede, ya que sé que “The Town and The City” es un gran libro en su peculiaridad. Y voy a venderlo. Estoy listo para la batalla que sea. Incluso si tengo que salir y morir de hambre en el camino, no voy a dar por vencida la idea de que debo de hacerme una vida con este libro: estoy convencido de que le gustará a la gente, más allá de que todo un edificio de editores, críticos y publicistas lo tiren abajo. Son ellos mis enemigos, no la “oscuridad” o la “pobreza.”


3 ENERO, 1949. San Francisco. La Saga de la Bruma (New York hasta New Orleans). N.Y a través del túnel hasta New Jersey — la “noche de Jersey” de Allen Ginsberg. Nosotros, jubilosos, en el auto, frente al tablero de una cupé Hudson del 49’… hacia el Oeste. Embelesado por algo que tengo que recordar. Neal [Cassady] y yo y Louanne [Henderson] hablando del costo de la vida mientras aceleramos: “¿Adónde vas, tú, América, por la noche, en tu auto reluciente?” Rara vez estuve tan contento. Era agradable sentarse junto a Louanne. En el asiento de atrás, Al y Rhoda hacían el amor. Y Neal conducía con el bebop que sonaba en la radio, chillando.
   Neal se perdió al salir de Baltimore y se hundió ridículamente en un angosto camino en el bosque (estaba intentado encontrar un atajo). “Esta no se parece mucho a la Ruta Uno,” dijo afligido. Fue un comentario gracioso. Cerca de Emporia, Va,, levantamos a un loco que hacía dedo; nos dijo que era Judío (Herbet Diamond) y que iba haciéndose la vida golpeando en las puertas de las casa judías de todo el país, pidiendo dinero. “¡Soy Judío!— Denme dinero” “¡Qué huevos!” gritó Neal.
   Conduje por South Carolina, que es llana y oscura en la noche (con caminos estrellados y cierta opacidad sureña dando vueltas en algún lado). Al salir de Mobile, Ala., empezamos a escuchar los rumores de New Orleans y “Chicken, jazz ‘n’ gumbo”, el programa de radio, y el jazz de los salvajes callejones; gritamos de alegría en el auto.
   “¡Huelan la gente!” dijo Neal en una estación de servicio de Algiers, antes de llegar hasta la casa de Bill Burroughs. Nunca olvidaré la salvaje expectativa del momento — las calles desvencijadas, las palmeras, las grandes nubes del ocaso sobre el Mississippi, las chicas que pasaban, los niños, los lívidos pañuelos agitándose en el aire con el aroma, el aroma de la gente y de los ríos.
Dios es aquello que yo amo.

1 FEBRERO, 1949. California, de Richmond a Frisco. (Yendo a Frisco pasando por Richmond en una noche lluviosa, en el Hudson, rebotando en el asiento de atrás.)

   ¡Oh, los retorcijones de estar viajando! ¡La espiritualidad del hashish!

   Vi a Neal – bueno, vi a Neal al volante, una salvaje maquinaria de emociones, inhalaciones y risas maníacas, una suerte de perro humano; y luego lo vi a Allen Ginsberg como un poeta del siglo diecisiete de vestimenta oscura, de pie en un cielo de oscuridad rembrandtsiana; y luego a mí mismo, como Slim Gaillard, sacando la cabeza por la ventana con los ojos de Billie Holiday, ofreciendo mi alma a todo el mundo – grandes ojos tristes, como esas putas en una choza de barro de Richmond. Vi cuánto tengo de genio también. Cuán hosca y rotundamente me odia Louanne. Lo poco importante que soy para ellos; y la estupidez de mis propósitos para con ella; y mi traición a todos mis amigos hombres.


6 FEBRERO, 1949. Spokane. De Porland a Butte. Dos vagabundos mendigos en la parte de atrás de un autobús, al salir a medianoche, me contaron que iban hacia The Dalles –una pequeña ciudad granjera y maderera- a ganarse uno o dos dólares. Borracho – “¡Me cago en Dios, no dejes que nos tiren en el Río Hood!”
“¡Gánense el dinero con el chofer!”

   Rodamos a través de la gran oscuridad del Valle del Río de Columbia, en la ventisca. Me desperté luego de una siesta y tuve una charla con uno de los vagabundos. (Dijo que podría haber sido un marginal de los viejos tiempos si J. Edgar Hoover no se hubiera declarado en contra de la ley de robos. Mentí y dije que conducía un auto robado, desde N.Y hasta Frisco.)
  Desperté en Tonompah Falls: a cientos de pies de altura, un fantasma encapuchado me lanzó agua desde su enorme y helada frente. Estaba asustado ya que no podía ver qué sucedía en la oscuridad, más allá de la cortina de agua – ¿qué horrores espeluznantes, qué noche?
   El conductor se sumió largamente en locas crestas. Luego hacia el noroeste, a través de Connell, Sprangue, Cheney (tierras de ganado y trigo como en el este de Wyoming) en un vendaval de ventiscas, hacia Spokane.

  
7 FEBRERO, 1949. Miles City. Visiones de Montana. De Coeur d’Alene a Miles City. Pasamos por la cama de agua que forma el río de Coeur d’Alene hasta llegar Cataldo. Vi puñados de casas sobre las salvajes montañas. Alcanzamos la cima, nevada y gris; debajo de un barranco estalló una pálida luz. Dos muchachos casi se caen de la cresta al intentar apartarse, cuando pasaba nuestro autobús.
   En Butte dejé mi bolsa en una casilla. Un indio borracho quería que fuera a beber con él, pero decliné cautamente la invitación. Una corta caminata por las calles en pendiente (clima de bajo cero en la noche) me demostró que en Butte todo el mundo está borracho. Era domingo por la noche – añoré que los saloons estuvieran abiertos hasta que me hartara de ellos. Cerraban al amanecer, después de todo. Encontré un saloon de juego indescriptible: grupos de indios huraños (Pies negros) bebiendo whiskey rojo en el baño, todo tipo de hombres jugando a las cartas y un viejo apostador profesional que me partió el corazón ya que se parecía mucho a mi padre –grande, lentes verdes, el pañuelo saliéndosele del bolsillo trasero del pantalón, un gran rostro angélico, marcado y áspero – y la tristeza asmática y laboriosa de tipos así. No podía dejar de mirarlo. Mi concepto de “On The Road” cambiaba mientras lo miraba.
   Un viejo de ojos entornados, al que los demás llamaban “John,” jugó serenamente a las cartas hasta el amanecer; había estado jugando cartas en los saloons de Montana (aquellos en los que había salivaderas), fumando y bebiendo whiskey desde 1880 (días de invierno en los que el ganado es arrastrado a Texas). Ah, mi amado Padre.
   BIGTIMBER (Montana) Una destartalada posada de veteranos (en medio de la nevada pradera) – jugando a las cartas junto a viejas estufas, por la tarde. Un muchacho de unos 20 años al que le faltaba un brazo se sentó entre ellos. ¡Qué triste! – y qué hermoso era ya que no podía trabajar y debía sentarse entre veteranos y lamentarse porque sus amigos empuajaban vacas afuera. Pero qué protegido se siente por Montana. En ningún otro lugar del mundo diría que habría sitio para un joven así, con un solo brazo. Nunca olvidaré a ese muchacho que parecía sentirse en casa.
   En Billings vi a las tres chicas más hermosas que he visto en toda mi vida, comiendo en una suerte de comedor escolar con sus enormes novios. Si pueden tenerse orgías utópicas, yo escogería tener una en Montana.

  
9 FEBRERO, 1949. North Dakota. De Montana a Minnesota. El loco chofer del autobús casi se sale de la carretera de golpe en un ventisquero. Esto no lo desconcertó hasta que pasamos por otros ventisqueros infranqueables, a una milla de la salida de Dickinson: luego, un embotellamiento en la negra Dakota, a medianoche, maldita por los vientos que llegan de los montes, desde Saskatchewan Plain. Había luces y muchos pastores trabajando duramente con palos, y confusión – y el frío más amargo que pueda haber, unos 25ª bajo cero, juzgué conservadoramente. Otro autobús se embotelló también entre muchísimos autos. La causa de la congestión fue el contenedor de un pequeño camión que llevaba máquinas tragamonedas a Montana. Algunos muchachos entusiastas se acercaron con palos desde la pequeña ciudad de Dickinson, la mayoría de ellos vestían gorras rojas de baseball, liderados por el Sheriff,, un alegre muchacho de unos veinticinco años. Algunos de los muchachos tendrían catorce años, doce inclusive. Pensé en sus madres y esposas, esperándolos en casa con café caliente, como si el embotellamiento por la nieve fuese una emergencia que afectara a todo Dickinson. ¿Es éste el “aislamiento” del Medio Oeste? ¿En qué lugar del decadente Este los hombres ayudaban a los demás por nada, en la medianoche, con un temporal helado y aullante?
   Nosotros, en el autobús, observándolo todo. De vez en cuando un muchacho subía a calentarse un poco. Al final, el chofer, un buen hombre, algo maniático, decidió arremeter contra el duro ventisquero, poniéndose el Diesel al hombro. Viramos bruscamente y eludimos el contenedor: creí que casi nos sacábamos el primer premio. Luego eludimos un Ford nuevo del 49’. ¡Wham! ¡Wham! Finalmente, luego de una hora de esfuerzo, llegamos a tierra firme. El café estaba atestado en Dickinson, lleno de excitación de viernes por la noche a causa del embotellamiento. Ojalá hubiese nacido y me hubiese criado en Dickinson, North Dakota.
   El viaje a través de la soleada y llana Minnesota no tuvo incidentes. Qué aburrido era estar en el Este otra vez: nada de tiernas esperanzas, todo el mundo está muy satisfecho aquí.



25 FEBRERO, 1949. New York. Lo triste de las pequeñas y modernas ciudades americanas como Poughkeepsie es que no tienen nada del vigor de la metrópolis y su fea mezquindad. Calles funestas, vidas funestas. Miles de borrachines en los bares. Pero más allá de las ruinas se yergue un auténticoCleophas – el Negro que conocí allí esta semana. El futuro de América se encuentra en negros como Cleo… Ahora lo sé. Es su simpleza y su vigor desnudo, levantándose sobre la tierra americana, lo que nos salvará.


17 ABRIL, 1949. Espero la palabra de Robert Giroux para empezar a revisar “The Town and The City.” Tengo ganas de trabajar. Incluso me gusta la idea de que vayamos a “trabajar en su oficina en las tardes” — con café y en magas de camisa (buenas camisas Arrows), quizás una pinta de whiskey, charlas, la gran ciudad en las noches de abril y mayo, las ventanas que dan a Harcourt Brace y al brillo del viejo Broadway.
   Finalmente el libro va a imprimirse en un gran volumen negro, indicando la oscura y solitaria alegría que precisó su escritura.
   Después de todo, estoy feliz con la idea de un éxito mundial.
   Mientras tanto tengo grandes ideas para mi futura carrera en Hollywood. Imagino hacer “Look Homeward, Angel,” “Heart of Darkness” y “A passage to India.”


23 ABRIL, 1949. La semana pasada arrestaron a Bill, a Allen y a Huncke y los metieron en la cárcel. Bill por narcóticos, en New Orleans; los otros por robo y etc. en N.Y.
   Es tiempo de empezar a trabajar en “On The Road.” Por primera vez en años, quiero empezar una nueva vida.
   Dentro de un año vamos a mudarnos a Colorado– toda la familia [Kerouac, su madre, su hermana Nin y su cuñado Paul]. Y en dos años voy a casarme con una joven señorita. Mi propósito es escribir, hacer dinero y comprar una gran granja de trigo.
   Este es el punto crucial, el fin de mi “juventud” y el principio de mi madurez. Qué triste.

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4 JULIO, 1949. Denver. Hoy fue uno de los días más tristes que he vivido. Mis ojos están pálidos. En la mañana llevamos a mi mamá hasta el depósito, trayéndonos al bebé en pañales [sobrino de Kerouac] de regreso. Un día caluroso. Las tristes, vacías calles de fiesta del centro de Denver y ningún fuego artificial. El bebé jugó en los pisos de mármol del depósito. Sus chillidos se mezclaba con el “rugir del tiempo” en la bóveda. Revisé la maleta de mi madre para anticiparme al paseo de despedida hasta el bar, pero tan solo nos sentamos tristemente. El pobre Paul leía la revista Mechanix. Luego vino el tren.  Mientras escribo esto, a medianoche, ella está en algún lugar de Omaha.

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