Stanislaw Lem
SOLARIS
EN UN LEJANO PLANETA
¿Cómo quieren comunicarse con el océano cuando ni siquiera llegan a entenderse entre ustedes?
Estaba decidido a terminar con las conjeturas y a conocer la verdad, aunque como ya imaginaba, la verdad fuera incomprensible.
Pretendes observar un comportamiento humano en una situación inhumana.
En un lejano planeta cuya órbita está regida por dos soles, una estación espacial flota sobre un extraño océano viviente, una entidad gigantesca, cambiante y enigmática. Los profesores Gibarian, Sartorius y Snaut intentan desentrañar el misterio de ese mar plasmático que durante cien años ha traído dividida y exultante a la comunidad científica. El único habitante de Solaris no se pliega a nuestras leyes ni se comunica siguiendo las máximas conversacionales de H. P. Grice, él prefiere leer mentes y solidificar recuerdos en carne viva y mandarlos como compaña nocturna. Stanisław Lem es uno de esos escritores capaces de meterte de cabeza en sus mundos inventados a la media página. Todo lo que él quiera imaginarse se materializa sólido, compacto ante tus ojos; sin necesidad de mucho artificio ni lustre, con el aplomo de quien describe algo que verdaderamente existe, ayudándose de anclas fascinantes que empobrecen nuestra esperanza de un futuro-ficción de plexiglás brillante, como las latas de concentrado de carne, las sopas de sobre o las camas plegables. Abrir Solaris es descorrer una cortina y penetrar en otra realidad en la que hay que arreglárselas con el bagaje que traemos de nuestra realidad de siempre, igual que Kris Kelbin, el protagonista. Solaris es el recorrido fascinante y aterrador de una mente inteligente en estado de sitio, rodeada por lo desconocido, intentando abrirse un camino a través del que poder comprender algo para lo que no le alcanza con sus parámetros de mesa camilla. La angustia de Kelbin es horrible: mascamos su proceso, lo vemos sufrir, con él intentamos desentrañar el misterio, comprender, a él queremos curarle las quemaduras y el insomnio; como él, le tenemos miedo a Harey, su mujer regresada. Nos inquieta la mano del profesor Staut metida en el armario, sujetando la mano de alguien que no sabemos quién es (nos gustaría saber quién y qué perrerías le hace pasar porque Staut es nuestro favorito y estamos seguros de que es el favorito de todo el que lea Solaris). Nos aterra que Sartorius haya podido elegir una vía sanguinaria. Nos apena haber perdido a Gibarian, nuestro profesor y mentor. Nos reconforta tener cerca esa inexplicable biblioteca borgiana en la que se acumulan todos los volúmenes de solarística. Las explicaciones sobre la historia de Solaris y los solaristas, las bibliografías inventadas y las teorías detalladas y argumentadas, las distintas escuelas y desencuentros, su giro último hacia Dios, también tienen ese qué se yo de Borges. El drama pasado de Kelbin y su drama moderno son un bolero triste y extraño que resuena por toda la estación espacial: de la inquietud primera de ver el vestido blanco de la Harey falsa pero verdadera colgado en la silla a lo reconfortante de ver vestidos blancos sucesivos colgados de la silla. Harey es un poco como la princesa transparente de Ico, no se la puede dejar suelta. El proceso de ahogarse en lo desconocido de Kelbin se convierte en un ahogarse entre los hombres, los misterios científicos más insondables se ven empañados por un amor de narciso. De tenerle miedo a lo que no puede reducir a una fórmula o a un experimento científico pasa a tenerle miedo a lo que ya sabe de sobre. Por suerte, Kelbin no está solo en vano: Staut le vuelve a la ”cordura” de abrazar el ansia de saber, abrazar al dios de la ciencia, curioso que sea después de un sacrificio ritual. La extrañeza de Kelbin encuentra su tope porque cuestionarse es siempre insoportable y así termina arellanándose en la teología y después, en lo reconfortante de ejecutar los miles de pequeños gestos que componen la vida, hasta el día en que esos gestos se convierten en hábitos.
Solaris se publicó en 1961. Su autor tenía 40 años. Es el libro más famoso de Stanisław Lem por culpa de Tarkovsky. Lem es otro de esos médicos que terminan siendo escritores, otro de esos polacos que termina en el exilio (en Viena, donde permaneció cinco años en los 80). De origen judío, durante la Segunda Guerra Mundial su familia consiguió (gracias a su estupendo nivel económico) falsificar papeles y librarse de los campos de concentración. Cuando Polonia fue soviética se volvieron pobres. Lem empezó a vender historias mientras estudiaba medicina.
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